1. "¡Esta palabra es dura! ¿Quién puede escucharla?" (Jn 6,60). Ante el discurso de Jesús sobre el pan de la vida, en la sinagoga de Cafarnaúm, la reacción de los discípulos, muchos de los cuales abandonaron a Jesús, no está muy alejada de nuestras resistencias ante el don total que Él hace de sí mismo. Porque acoger verdaderamente este don quiere decir perderse a sí mismos, dejarse implicar y transformar, hasta vivir de Él.
2. Lo que primero debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida es la primacía de Dios, porque esta primacía es la que nos permite volver a encontrar la verdad de lo que somos, y es en conocer y seguir la voluntad de Dios donde encontramos nuestro verdadero bien. Dar tiempo y espacio a Dios, para que sea el centro vital de nuestra existencia.
3. ¿De dónde partir, como de la fuente, para recuperar y reafirmar la primacía de Dios? De la Eucaristía: aquí Dios se hace tan cercano que se hace nuestro alimento, aquí Dios se hace fuerza en el camino a menudo difícil, aquí se hace presencia amiga que trasforma.
4. La Eucaristía sostiene y trasforma toda la vida cotidiana. Como recordaba en mi primera encíclica, “en la comunión eucarística está contenido el ser amados y el amar a nuestra vez a los demás", por lo que “una Eucaristía que no se traduzca en amor concretamente practicado está fragmentada en sí misma”.
5. Desde la Eucaristía nace una nueva e intensa asunción de responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria, nace por tanto un desarrollo social positivo, que tiene en el centro a la persona, especialmente cuando es pobre, enferma o desgraciada.
6. Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes a la suerte de los hermanos, sino entrar en la misma lógica de amor y de entrega del sacrificio de la Cruz.
7. Quien sabe arrodillarse ante la Eucaristía, quien recibe el cuerpo del Señor no puede no estar atento, en la trama ordinaria de los días, a las situaciones indignas del hombre, y sabe inclinarse en primera persona hacia el necesitado.
8. Una espiritualidad eucarística, entonces, es verdadero antídoto contra el individualismo y el egoísmo que a menudo caracterizan la vida cotidiana, lleva al descubrimiento de la centralidad de las relaciones, a partir de la familia, con particular atención en curar las heridas de las disgregadas.
9. Una espiritualidad eucarística es el camino para restituir dignidad a los días del hombre y por tanto a su trabajo en la búsqueda de su conciliación con los tiempos de la fiesta y de la familia y el compromiso de superar la incertidumbre de la precariedad y el problema del paro.
10. No hay nada de auténticamente humano que no encuentre en la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud: que la vida cotidiana se convierta por tanto en el lugar del culto espiritual, para vivir en todas las circunstancias la primacía de Dios.