Considero interesante y necesario resaltar el comportamiento, la educación, los valores morales... que han mostrado estos miles de jóvenes de todos los continentes
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«En una época de inhumano materialismo, en que parece que sólo el dinero puede salvar el mundo, que cientos de miles de personas se sientan transfiguradas por una indescriptible paz interior, lo encuentro fantástico» (Jordi Soler sobre la JMJ).
Jordi Soler, en el Punt Avui del pasado día 15, da una autorizada opinión —hablando tanto de sus detractores como de sus defensores— sobre el acto multitudinario que tendrá lugar en Madrid, esta semana, con jóvenes de todo el mundo, jornadas presididas por Benedicto XVI. Es la llamada Jornada Mundial de la Juventud(JMJ) del 2011. Alrededor de un millón de jóvenes se reunirán para vivir y convivir este evento.
Miles de estos jóvenes se han alojado ya en Barcelona. Y lo han celebrado de forma festiva y cívica. No han provocado ni un solo problema, ni el mínimo alboroto. Pienso que se han ganado el cariño y la confianza de los ciudadanos. Su comportamiento no tiene nada que ver —ni que envidiar, por supuesto— con el de los jóvenes de Lloret de Mar, de Tottenham o de la Puerta del Sol... ¿Muchos indignados? ¿Con ellos mismos? ¿Con unas estructuras injustas? ¿O también banalidad, aburrimiento, mala educación...?
La juventud de las JMJ«se merece —añadía el columnista— el máximo respeto, porque reúne a personas de todas las etnias y condiciones sociales en torno a quien representa todo aquello en que creen, y los reúne de manera civilizada, alegre y con un elevado grado de hermandad, y eso, hoy en día, es tan admirable como necesario. Que se calmen los detractores y los defensores del evento, porque nos encontramos ante el estallido de una multitudinaria y apoteósica catarsis. En una época de desenfreno económico, de profundo malestar por los crueles recortes sociales que se ceban con los más desvalidos, en una época de inhumano materialismo, en el que parece que sólo el dinero puede salvar el mundo, que cientos de miles de personas se sientan transfiguradas por una indescriptible paz interior, lo encuentro fantástico».
Considero interesante y necesario resaltar el comportamiento, la educación, los valores morales... que han mostrado estos miles de jóvenes de todos los continentes. Todo el mundo sabe que en su comportamiento no hay una base cualquiera, ya que los une el seguimiento de Cristo, el amor a los demás, una fe indefectible... Se trata de una juventud envidiable que, con un futuro aún incierto, ya ha hecho una determinada opción positivamente constructiva. Y lo han hecho en libertad, con un entusiasmo que no cae en el vandalismo, ni enarbola insignias nazis, ni se decanta hacia la barbarie destructiva o el fanatismo. Dan el gran espectáculo de la alegría y de la esperanza personal y colectiva; marcan claramente una ideología concreta que tiene, por ejes, el amor, la verdad y la libertad. O al menos están luchando para conseguirlo.
El gran escritor francés Henry de Montherlant decía: «Desde los trece a los diecisiete años, la juventud siente por primera y por última vez el sentido de la belleza, el deseo de la virtud, el gusto por el hecho sobrenatural, es la primera y la última vez que son capaces de sufrir. Se encuentran en el cenit de la vida. Sí, estos jóvenes de trece a diecisiete años, con su vida aunque un poco desordenada, son el campo de la acción de Dios».
Y eso se ve en las caras y maneras de hacer de estos jóvenes chinos, alemanes, franceses, italianos, filipinos, japoneses... que han pasado por Barcelona —en el Foro, en la Sagrada Familia, por las calles de todos los barrios, etc.— vía Madrid. Lo han hecho con alegría y sacrificio. Pasarse todo el día en la playa y los locales de ocio nocturno, como unos frescos, les aburre tanto en el cuerpo como en el espíritu. Buscan más trascendencia, más generosidad, más compromiso, más radicalidad, como explicaba profundamente, en su tiempo, Soren Kierkegaard, al contemplar tanta mediocridad a su alrededor.
¿Cuál es la diferencia entre los adolescentes que sólo saben mostrar su indiscutible fuerza bruta y los que forman parte de tantas y tantas asociaciones que forman parte del cuerpo eclesial en bien del prójimo? Yo diría que éstos, en el fondo, han sabido hacer un magnífico uso de su libertad: «Nadie es libre si no es dueño de sí mismo» afirmaba Aristóteles. Los primeros —tal vez provenientes de familias desestructuradas con déficits afectivos notables, quizás siendo alumnos de escuelas donde ha imperado el miedo, la violencia o la dejadez educativa, o bien criminales, como el joven noruego Anders Behring Breivik...— son los menos libres del mundo, porque, además, no saben dónde se encuentra la libertad y cómo se puede buscar la verdad, y por esta razón se dejan llevar por impulsos destructivos, egoístas y hedonistas, como si fuera la manera más hábil de hacer una "escapada moral"; es lo que han aprendido: así ha sido su ambiente y los modelos que les han ofrecido.
Los segundos han tenido la suerte de recibir una educación familiar más positiva y exigente. Muchos forman parte de familias que han tenido más cuidado de su formación, de su crecimiento y madurez como personas. Y no les "cuesta" dedicar unos días a escuchar al Santo Padre como tampoco les "cuesta" formar parte de asociaciones, de oenegés, de movimientos... en que la ayuda a los demás es la finalidad prioritaria.
Me viene a la memoria lo que advirtió Cicerón: «Magni interest quos quisque audiat quotidie domi: quibuscum loquatur a puero, quemadmodum patres, paedagogi, matres etiam loquantur». O sea: «Es muy importante lo que oyen los niños cada día en casa, las personas con las que hablan, la forma de hablar de los padres, de los maestros, de las madres».
¿Es esto lo que está pasando? Quizá no lo acierte del todo, pero me parece que todos los signos y los síntomas nos indican cuál es la dirección correcta. El hecho de la JMJ en Madrid, como afirma Jordi Soler, «en una época de inhumano materialismo, en el que parece que sólo el dinero puede salvar el mundo» el hecho de «que cientos de miles de personas se sientan transfiguradas por una indescriptible paz interior, lo encuentro fantástico».