Uno de los mayores problemas del hombre contemporáneo es el vacío y la soledad interior <br /><br />
La Gaceta
Las formas son formas y, aunque necesarias y quizás impresionantes, no deben secuestrarnos la sustancia
La polémica sobre la inminente visita papal —de antemano pido disculpas a unos y otros— me resucita el recuerdo de una boda de gran tronío a la que antaño asistí. Y no debe ser disparate este símil nupcial pues hasta el primer responsable de las cuentas del evento acaba de recurrir al mismo ejemplo, en su caso para que comprendamos lo complejo de la venida del Papa.
Una boda por todo lo alto agota a cualquiera. A mí, sin embargo, el recuerdo nupcial me viene por otro aspecto. Me explico. A las pocas semanas de aquella boda, recién venidos de la luna de miel, los jóvenes esposos me pidieron una consulta: sufrían inesperadas y apasionadas diferencias.
Tan súbitas habían comenzado sus peleas que, a cada esposo, por separado, le pregunté algo elemental: si con plena libertad y conocimiento había querido unirse en matrimonio. Es decir, si habían consentido. Y ambos, por separado, vinieron a decirme lo mismo. Que con el gentío, los saludos, las músicas y coros, la angostura del corsé y la adecuada caída de la interminable cola, las apreturas del uniforme de gala, la pompa y solemnidad del templo, la imponente presencia del nuncio de Su Santidad, las emociones y nervios... no recordaban nada en concreto del momento del consentimiento. Las formas se habían comido la sustancia. El ruido externo al compromiso interno. ¿Me siguen?
La organización de unas Jornadas Mundiales de la Juventud —más de un millón de visitantes y de doscientos millones de televidentes— y la venida de Benedicto XVI para presidirlas —el jefe espiritual de más de mil millones de católicos— constituye un acontecimiento objetivamente global. Un evento de esa naturaleza no es posible sin una larga, eficaz y compleja organización, en la que las formas —los escenarios— son múltiples e imprescindibles.
Pero las formas son formas y, aunque necesarias y quizás impresionantes, no deben secuestrarnos la sustancia. «Busca dentro de ti, no afuera», aconsejó San Agustín a quienes por jóvenes de espíritu —les falten o sobren años— andan sinceros tras la verdad. O sea que en la visita papal hay —es inevitable— muchos “afueras”, algunos espectacularmente masivos y otros fascinantemente bellos. Pero otros “afueras” son, y a veces miserables, encelarse en si es cara o barata, si la pagan los peregrinos más las empresas privadas o también, por vía indirecta, el Estado.
También “afueras” son si las juventudes católicas sumarán más del millón mientras los contestatarios no llegan a los diez mil de Jenofonte. “Afueras” son los arsenales y argumentarios de las izquierdas y las derechas atacando o defendiendo como si el anciano sucesor de Pedro, el pescador de Galilea, fuera una ideología y un líder político enemigo o amigo. Balón “afuera” es exigirle al sucesor del Pescador de almas que no hable de la sociedad española y de sus leyes, porque la señora madre de algunos engendros es un parlamento que la indignación, cuando le conviene, rechaza por partitocrático y no representativo.
Si sólo ves “afueras” te empachas de cáscaras. En cambio, “adentro” es preguntarse cada uno, con plena libertad, si una ley es justa o injusta; si un hijo de varón y mujer puede estar vivo sin ser humano; si la codicia de poder o de dinero, si la obsesión por tener en vez del crecimiento del ser, son el camino; si lo que dice Benedicto XVI, más que al sistema, al interior personalísimo de cada corazón y conciencia, es verdad.
Porque uno de los problemas más característicos del hombre contemporáneo, joven o viejo, es el vacío y la soledad interior, saturados y envilecidos los sentidos por ruidos, miedos, placeres efímeros, egoísmos, idolatrías, tristeza, opresión, odio, resentimientos y violencia, injusticias y la mentira como meretriz universal. Esto es lo que el hombre ha hecho con el Hombre: ecce Homo. Y lo demás son “afueras” para ojos que no quieren ver y orejas a las que disgusta oír.
Benedicto XVI convoca a la juventud no en torno de sí sino de Jesucristo. El Papa alemán, como Pedro el galileo, como la Iglesia y todos nosotros, es condición humana, vasijas de barro a quienes se regala un tesoro. El Papa es el sucesor de Pedro, el de las tres negaciones y el del arrepentimiento, al que el Espíritu revela que Jesús es el Hijo de Dios y al minuto rechaza el anuncio de la pasión y muerte hasta merecer el “aparta Satanás”, porque a la carne, la de todos, le causa aversión padecer y más por los demás.
Pedro es el que quiere andar sobre las aguas, se aterroriza ante la tempestad —la historia humana sí que es una tormenta perfecta— y se hunde por falta de fe, pero pide socorro y Jesús le tiende la mano. Pedro es el que se agobia por la falta de recursos, pero Jesús le manda pescar el pez en cuya boca está la moneda para cumplir con el César. Pedro, la vasija de barro, somos todos nosotros. Pero a Pedro, cuyo sucesor es Benedicto XVI, Dios le encomendó ser cimiento de piedra, sobre la que sostener, a lo largo de la historia, el tesoro para los botijos.
Y ese tesoro, que es Jesucristo, es a quien trae Benedicto XVI a Madrid para todos los jóvenes de espíritu. Lo trae vivo en la confesión, para lavarnos realmente de nuestros pecados y recomenzar setenta veces siete. Lo trae vivo en la Eucaristía para ser la más íntima, fiel y omnipotente compañía interior en este Vía Crucis que la vida es. Este es el núcleo del “adentro”. Lo demás, incluso los imponentes pasos de la Semana Santa que nos erizan cuerpo y alma, son las formas de la sustancia. Como de carne somos, va bien que, en nombre del espíritu, las formas nos la conmuevan.
Pedro-Juan Viladrich. Catedrático de Universidad y vicepresidente del Grupo Intereconomía