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Lo esencial para ser cristianos “de veras” se puede enunciar así: la fe, la liturgia, la caridad. Hoy esto ha de ser vivido en el seno de las familias, de las profesiones y de las culturas, en medio de la crisis moral y económica, contando con los anhelos siempre presentes de “vivir en plenitud”
La primera conferencia de Mons. Fisichella como presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización (pronunciada el 6-II-2011, en la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín) pone claramente de relieve que la nueva evangelización ha de partir de cristianos convencidos. Cristianos que no se refugien en un romanticismo nostálgico del pasado ni caigan en un horizonte utópico, y que vivan su fe en el presente contexto cultural, sin “recluirse” en las iglesias. Solo así puede afrontarse el resultado negativo del proceso de secularización. Es decir, el hecho de que la secularización (el intento de construir un mundo al margen de Dios) ha degenerado en secularismo.
Sin duda ese diagnóstico es certero. A partir de aquí podrían desarrollarse otros aspectos de la secularización. Concretamente, el Concilio Vaticano II asumió que las realidades temporales (el mundo creado, la familia humana, el trabajo, la cultura, las ciencias humanas y la tecnología, etc.) tienen una autonomía respecto al ámbito eclesiástico (no, ciertamente, respecto de Dios). Esto parece importante para una visión cristiana del mundo (secularidad). Fisichella lo sabe bien, pero tal vez el que escucha su mensaje no lo sabe tanto, y por eso es bueno subrayarlo.
La mayoría de los cristianos (los fieles laicos) están llamados a vivir su fe y desarrollar su misión “en medio del mundo”, en el seno de la sociedad civil. ¿Cómo plantear hoy la presencia no sólo de las iglesias (templos), sino de “la Iglesia” en la ciudad? Porque, ante todo, ¿quién o qué es la Iglesia? ¿Cuál es su belleza y cómo presentarla de modo atractivo? ¿Sería suficiente y adecuado hablar de la Iglesia con una referencia casi exclusivamente institucional? Si la presencia “institucional” o “sociológica” de los eclesiásticos disminuye en la calle, ¿dónde queda la Iglesia? ¿No es la Iglesia la familia de Dios en el mundo, con diversos estilos y funciones (la jerarquía al servicio de los fieles), según la situación y las circunstancias de los diversos cristianos?
¿Cómo, entonces, ser cristiano en el presente? ¿Qué implica la esperanza cristiana, hoy, para los “cristianos de la calle” y cómo ellos han de vivir su fe, primero, y en segundo lugar explicar su fe a sus conciudadanos? Aquí estaría el desafío de desarrollar la condición que ponía Benedicto XVI el día antes de su elección: «Solamente a través de hombres tocados por Dios, Dios puede retornar a los hombres». ¿Cómo se logra esto o al menos cómo se promueve?.
Lo esencial para ser cristianos “de veras” se puede enunciar así: la fe, la liturgia, la caridad. Hoy esto ha de ser vivido en el seno de las familias, de las profesiones y de las culturas, en medio de la crisis moral y económica, contando con los anhelos siempre presentes de “vivir en plenitud”.
Antes que eso está lo que Benedicto XVI señalaba acerca del realismo, al principio del Sínodo de 2008: «Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es el que construye su vida sobre este fundamento que queda permanente» (6-X-2008).
También los no creyentes pueden aceptar a Dios como un ser supremo que garantiza las bases “pre-morales” de la vida pública (como son la dignidad humana, el respeto a la vida, la libertad religiosa, etc.). Sólo quien cuenta con la existencia de Dios, está en la realidad. Por eso en su libro “Luz del mundo” el Papa propone «empezar de nuevo con Dios». Puede ayudar poner de relieve las raíces cristianas de Occidente: la noción misma y la dignidad de la persona, los derechos humanos, la idea y el origen de la universidad, la caridad especialmente con los más necesitados, etc. También puede y debe impulsarse el testimonio común de los cristianos (también asociados con otras personas de buena voluntad) en la defensa y promoción de los valores éticos, la cultura de la vida, la justicia y la paz, los valores ecológicos que impulsan una actitud respetuosa y solidaria en el cuidado de la tierra, etc.
En segundo lugar parece conveniente extraer las consecuencias concretas de la llamada universal a la santidad, proclamada por Concilio Vaticano II (Lumen gentium, capítulo V). La Iglesia no son (solo) los “eclesiásticos”; son los cristianos, la mayoría de los cuales viven y trabajan en la sociedad civil, y es ahí donde han de mostrar, cada uno de ellos, que «se puede ser moderno y creer en Jesucristo» (Juan Pablo II, al despedirse de España en 2003). Un papel de especial relieve tienen las tareas y profesiones directamente relacionadas con las personas (la educación y la política, el arte y la cultura, los medios de comunicación, la sanidad y el deporte, etc.). Una vida cristiana en medio del mundo puede hacerse compatible con la colaboración en las actividades que organiza la jerarquía eclesiástica (como las catequesis, los actos litúrgicos y la atención caritativa desde las parroquias, etc.).
En definitiva, la nueva evangelización pide un realismo que sea capaz de concretar hoy y ahora aspectos bien diversos, y todos necesarios, en una obra de conjunto: una propuesta de vida plena para todos, contando con Dios, y un anuncio de la fe renovado también dentro de la misma Iglesia, junto con una adecuada formación permanente de todos.
Esa formación debe abarcar la formación bíblica, catequética y sacramental-litúrgica (partiendo de la Iniciación cristiana) y la formación moral y espiritual, incluyendo la dimensión social y misionera del Evangelio. Todo ello ha de ir precedido y acompañado por el testimonio coherente de la vida cristiana. Pues, efectivamente, como decía San Ignacio de Antioquía y recoge Mons. Fisichella, «no basta llamarse cristianos; es necesario serlo de veras».
Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
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