La belleza puede surgir en la vida corriente de las personas, y puja por abrirse a la trascendencia
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Estamos ante una lección sobre la fe cristiana y la visión cristiana del mundo (la secularidad) nada ingenua y tampoco pesimista. Es la sabiduría cristiana que propone al mundo abrirse a la fe, que señala que la fe debe vivirse atendiendo a las cosas concretas del mundo, y que es necesario luchar contra el mal comenzando por los pecados personales
¿Pueden vivir las personas en una pecera?. Es algo que se pregunta la sugerente película “El Erizo” (Le hérisson, Mona Achache, 2009; ver más información). Como un cuento que refleja una situación demasiado real y frecuente, presenta la existencia vacía que parece dominar nuestra sociedad; al mismo tiempo, la belleza puede surgir en la vida corriente de las personas, y puja por abrirse a la trascendencia.
Lo dijo Benedicto XVI a su llegada a Portugal (11-V-2010): «El punto clave es el valor que se atribuye a la cuestión del sentido y a su implicación en la vida pública». «No se trata —explicaba— de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión del sentido al que se confía la propia libertad». En efecto, es difícil vivir sin un sentido.
A este propósito cabe citar al doctor Irving D. Yalom —que recibió en el año 2000 un premio de la American Psychiatric Association por su contribución al campo de la religión y de la psiquiatría—, cuando afirma: «Me parece evidente que los proyectos vitales tienen un significado más profundo y poderoso si llevan a trascenderse, es decir, si se dirigen a alguien fuera de uno mismo, el amor por una causa, el proceso creativo, el amor a los demás o a una esencia divina». Los animales —observa— no se proponen algo así; sin embargo, es frecuente ver a un perro al que su amo le tira un palo, cómo entra en una trepidación de misión. «Quién de nosotros —se pregunta— no ha tenido el deseo: ¡Si yo tuviera alguien que me tirara el palo!».
Volviendo al discurso del Papa en su llegada a Lisboa, la fe cristiana vivida coherentemente es «una propuesta de sabiduría y de misión». Y esa propuesta suena así: «La relación con Dios es constitutiva del ser humano, que ha sido creado por Dios y destinado a Dios: por su propia estructura cognitiva busca la verdad, tiende al bien en la esfera volitiva, y en la dimensión estética es atraído por la belleza. La conciencia es cristiana en la medida en que se abre a la plenitud de la vida y de la sabiduría, que tenemos en Jesucristo».
Poco antes, en el vuelo desde Roma, planteaba Benedicto XVI tres cuestiones como introducción a su viaje: acerca de la fe, de la relación con el mundo y del pecado.
En primer lugar hablaba de la necesidad de superar la oposición —vigente en los últimos siglos— entre un racionalismo cerrado a la trascendencia y la fe cristiana. Un ejemplo actual es la crisis económica, que ha puesto de relieve la necesidad de que la ética y una antropología trascendente informen la economía.
Al mismo tiempo apuntaba un defecto en la comprensión y en la vivencia de la fe cristiana: «Hemos de confesar también que la fe católica, cristiana, era con frecuencia demasiado individualista, dejaba las cosas concretas, económicas, al mundo, y pensaba sólo en la salvación individual, en los actos religiosos, sin ver que éstos implican una responsabilidad global, una responsabilidad respecto al mundo».
Por último, señalaba cómo los sufrimientos y los ataques más importantes que recibe la Iglesia no son los que vienen de fuera sino «del interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia». Por eso es necesario «volver a aprender algo esencial: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales».
Estamos ante una lección sobre la fe cristiana y la visión cristiana del mundo (la secularidad) nada ingenua y tampoco pesimista. Es la sabiduría cristiana que propone al mundo abrirse a la fe, que señala que la fe debe vivirse atendiendo a las cosas concretas del mundo, y que es necesario luchar contra el mal comenzando por los pecados personales. Ciertamente —concluía— «siempre el mal ataca, ataca desde dentro y desde fuera, pero también las fuerzas del bien están presentes».
No es un mensaje triste ni escéptico. Es la propuesta de sentido que brota de la fe cristiana. Un sentido que no se encierra en la pura subjetividad, sino que tiene la capacidad de dialogar con la razón y con las culturas, para enriquecerlas. Por eso —les decía el Papa a los periodistas en el avión— «la Iglesia está abierta a colaborar con quien no excluye ni reduce al ámbito privado la esencial consideración del sentido humano de la vida».