Primero, desde la calle, se pide libertad, luego, desde el poder, se lanzan prohibiciones
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Igualdad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre. Si antes se dijo ¡basta! a la desigualdad, ahora habría que decírselo a la igualdad injusta
El célebre trinomio libertad, igualdad, fraternidad, está muy bien, a pesar de haber llevado a muchos a la guillotina. Con todo, está muy bien. Es un trinomio cristiano que si remite a los orígenes auténticos puede y debe reconducir a una praxis razonable, propiciadora del bien común, es decir, del bien de todos y cada uno de los ciudadanos.
El ciudadanos genérico, en castellano puro, significa tanto ciudadanos del sexo masculino como ciudadanos del sexo femenino. Pues bien, la gran historia demuestra, por si no fuera suficiente la lógica racional, que cuando uno de los términos se enormiza, los demás naufragan.
Si en otros tiempos la desigualdad clamaba al cielo y la igualdad de derechos ante la ley era una reivindicación absolutamente necesaria en casi todo el mundo, hoy, lo que queda por hacer se convierte en una tapadera para otros fines que no son legítimos.
Se comprende que hoy se lea en La tercera de ABC: «Igualdad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre. Si antes se decía ¡basta! a la desigualdad, ahora habría que decírselo a la igualdad injusta». Su autor, Francisco Rodríguez Adrados, es miembro de la Reales Academias Española y de la Historia. El título: Tiránica igualdad.
Vale la pena leerlo entero. Cada día son más las voces que alzan contra esa nueva —¿sutil?— tiranía.