Nada de melancolías: es que estamos empezando a ir por un camino no precisamente corto<br /><br />
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La realidad es la que es y es lógico que se quieran soluciones inmediatas, claras, eficaces, contundentes, pero eso, hoy por hoy, no es posible
Hace poco me preguntaban en la radio sobre la situación de dos estudiantes a quienes no se les permite pasar a primero de bachiller por no haber cursado Educación para la Ciudadanía. Di mi opinión jurídica y también la extrajurídica. Expuse lo que se presenta, con toda seguridad, como un duro y difícil camino de recursos, impugnaciones... pleitos en definitiva y de resultado incierto, lo que aumenta el desasosiego. En lo extrajurídico hice una serie de consideraciones acerca de cómo podría haberse evitado llegar a esta situación.
Muy mal debí de presentar el panorama porque el entrevistador, llevado del inevitable, me reclamaba soluciones ya, inmediatas. De mis palabras deducía —así lo dijo— cierta melancolía, es decir, ese dolor, esa tristeza, estéril ante lo que debió ser y no fue. Lo negué. La realidad es la que es y es lógico que se quieran soluciones inmediatas, claras, eficaces, contundentes, pero eso, hoy por hoy, no es posible. Al día de la fecha este panorama sólo puede clarificarse de la mano de lo que digan dos tribunales, el Constitucional y el de Estrasburgo, o que llegue un cambio de gobierno que mande al trastero todo el andamiaje jurídico que regula esa asignatura.
En otra ocasión me ocurrió exactamente lo mismo y en ese caso al interlocutor le sugerí un ejemplo, un ejemplo bélico. Le dije más o menos que en 1940, con casi toda Europa ocupada por los nazis, muchos se preguntarían: ¿Qué podemos hacer? No parecía que Hitler fuese a morir, ni que el Tercer Reich se resquebrajase; alguno podría desear que todos los jerarcas nazis tomasen un avión que acabase desapareciendo en medio de una tormenta. Pero no. Hitler murió unos días antes de la capitulación y los jerarcas o se suicidaron en esos días, o acabaron en el patíbulo, o en la cárcel meses, o años después. Ante una Europa ocupada no existían esas soluciones inmediatas, claras, eficaces, contundentes que me reclamaba el entrevistador; la única solución la dio Churchill en ese famoso discurso: "Sangre, sudor y lágrimas"; triple receta que fue cuádruple pues suele olvidarse que añadió "esfuerzo". Fue en 1940 ante la Cámara de los Comunes, cuando todo era derrota. Estaba todo por ganar y se ganó.
Algo parecido ocurre con esas chicas que pueden verse obligadas a repetir y no por haraganear, sino por ejercer un derecho fundamental. Y quien dice esto dice otras situaciones creadas en los últimos años: por ejemplo, ¿qué hacer con la ley del aborto? ¿Y con la de los matrimonios homosexuales? ¿Y con la ley tal o cual?; o en otros aspectos, ¿qué hacer con un Ministerio Fiscal gubernamentalizado? ¿Y con una Justicia ineficaz? Lo deseable serían cambios rápidos, o algo parecido a lo que se hizo en la Segunda República, que en sus primeros momentos revisó toda la obra legislativa de la Dictadura de Primo de Rivera. No sé si llegará, si un cambio de mayoría parlamentaria llevará a revisar la obra legislativa de las últimas legislaturas; habría que hacerlo y exigirlo, pues hay normas que son insalvables en su totalidad y otras que requieren un repaso a conciencia para eliminar innovaciones dañinas y cegar así ciertos focos de los que emana una contaminación persistente.
Afortunadamente esas familias no están solas. Si algo hay que agradecer a nuestros actuales gobernantes es que hayan conseguido que vaya cayendo el tópico de que somos un país acomodaticio. Poco a poco va cuajando una masa de pensamiento crítico y mucha gente va despertando. Han logrado que se sienta inquietud ante lo que pasa y nos rodea. Pienso en la situación que había hace unos quince años —por poner una referencia temporal— y creo que no exagero al afirmar que esa anhelada sociedad civil, de la que tanto se habla, va tomando cuerpo. Gracias a esa sociedad, civil esos padres tienen asesoramiento, apoyo y medios, luego no pelean en solitario.
Desde luego que aún queda mucho camino por delante hasta que en España se pueda hablar de una sociedad despierta, atenta, crítica y exigente —eso es una sociedad civil—, pero arrastramos una idiosincrasia y algo debe significar que, a diferencia de otros países, en nuestro solar hayan florecido o florezcan dictaduras o actitudes poco amigas de las libertades reales, o que se haya convivido con tanto intervencionismo en lo social y en lo económico. Por lo tanto, nada de melancolías: es que estamos empezando a ir por un camino no precisamente corto.