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La fe es luz e impulso para la ciencia y la cultura, y vivifica la tarea universitaria al servicio de las personas y de la transformación de la sociedad
Con motivo del 90º aniversario de su fundación, el 21 de mayo Benedicto XVI dirigió unas palabras a los miembros de la Universidad Católica del Sacro Cuore (Roma). En ellas manifestó el servicio que la fe cristiana presta a la ciencia y a la cultura.
Crisis del humanismo y de la universidad
En una mirada a las transformaciones de nuestro tiempo, que se reflejan en la universidad, señalaba: «La cultura humanista parece afectada por un progresivo deterioro, mientras que se pone el acento en las disciplinas llamadas ‘productivas’, de ámbito tecnológico y económico; hay una tendencia a reducir el horizonte humano al nivel de lo que es mensurable, a eliminar el saber sistemático y crítico, la cuestión fundamental del sentido. La cultura contemporánea, entonces, tiende a confinar a la religión fuera de los espacios de la racionalidad».
Ante esto, la perspectiva cristiana como marco del trabajo intelectual en una Universidad de inspiración católica, sirve a la ciencia y a la cultura, al ampliar el horizonte y el camino hacia la verdad plena; pues «sin orientación a la verdad, sin una actitud de búsqueda humilde y ardua, toda cultura se deteriora, cae en el relativismo y se pierde en lo efímero». En cambio, «liberada de la presión de un reduccionismo que la mortifica y la limita, puede abrirse a una interpretación verdaderamente iluminada por la realidad, desarrollando así un auténtico servicio a la vida».
Por tanto la fe y la cultura están íntimamente unidas. Y por eso «es necesario que en la Universidad haya una auténtica pasión por la cuestión de lo absoluto, la verdad misma, y por tanto también por el saber teológico». Y explicaba el Papa: «Uniendo en sí la audacia de la búsqueda y la paciencia de la maduración, el horizonte teológico puede y debe valorar todos los recursos de la razón. La cuestión de la Verdad y de lo Absoluto —la cuestión de Dios— no es una investigación abstracta, divorciada de la realidad cotidiana, sino la pregunta crucial, de la que depende radicalmente el descubrimiento del sentido del mundo y de la vida».
La tarea universitaria y el servicio de la fe a la persona y a la sociedad
Si el presupuesto del trabajo universitario es “la pasión auténtica por el hombre”, según el Concilio Vaticano II, la fe es capaz de donar luz a la existencia: «La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas» (Gaudium et spes, 11).
Ahora bien, no hay que perder de vista que la fe es inseparable de la caridad, pues «el núcleo profundo de la verdad de Dios, de hecho, es el amor con el que Él se ha inclinado hacia el hombre y, en Cristo, le ha ofrecido dones infinitos de gracia» (cf. 1 Jn 4, 7 y 8). Por eso San Agustín pudo decir: «No se entra en la verdad sino por la caridad» (Contra Faustum, 32).
Según Juan Pablo II, el hombre necesita la verdad y el amor, para no perder el frágil tesoro de la libertad y exponerse a la violencia de las pasiones y condicionamientos abiertos y ocultos (cf. Enc. Centesimus annus, 46). Y a propósito del amor Benedicto XVI observa: «La fe cristiana no hace de la caridad un sentimiento vago y piadoso, sino una fuerza capaz de iluminar los senderos de la vida en todas sus expresiones». No se trata sólo de una ayuda ocasional, sino de «transformar la vida de la persona y las mismas estructuras de la sociedad». Pues bien: «Este es un compromiso específico que la misión en la Universidad os llama a realizar como protagonistas apasionados, convencidos de que la fuerza del Evangelio es capaz de renovar las relaciones humanas y penetrar el corazón de la realidad».
En definitiva, la tarea universitaria iluminada por el Evangelio debe «mostrar cómo la fe cristiana es un fermento de cultura y luz para la inteligencia, estímulo para desarrollar todas las potencialidades positivas, por el bien auténtico del hombre». De esa manera, «lo que la razón percibe, la fe lo ilumina y manifiesta. La contemplación de la obra de Dios abre al saber la exigencia de la investigación racional, sistemática y crítica; la búsqueda de Dios refuerza el amor por las letras y ciencias profanas». Así lo señala Hugo de San Víctor: «La fe es ayudada por la razón y la razón es perfeccionada por la fe» (De sacramentis, I, III, 30: PL 176, 232).
La capilla universitaria
De ahí también que la capilla universitaria debe ser como el corazón de la Universidad y sus tareas. En palabras del Beato Juan Pablo II, se trata de «un lugar del espíritu, en el que los creyentes en Cristo, que participan de diferentes modos en el estudio académico, pueden detenerse para rezar y encontrar alimento y orientación. Es un gimnasio de virtudes cristianas, en el que la vida recibida en el bautismo crece y se desarrolla sistemáticamente. Es una casa acogedora y abierta para todos los que, escuchando la voz del Maestro en su interior, se convierten en buscadores de la verdad y sirven a los hombres mediante su dedicación diaria a un saber que no se limita a objetivos estrechos y pragmáticos. En el marco de una modernidad en decadencia, la capilla universitaria está llamada a ser un centro vital para promover la renovación cristiana de la cultura mediante un diálogo respetuoso y franco, unas razones claras y bien fundadas (cf. 1 Pe 3, 15), y un testimonio que cuestione y convenza» (Discurso a los Capellanes europeos, 1 de mayo de 1998).
En efecto. En la medida en que la vida universitaria esté abierta realmente a la verdad y al amor, los que allí trabajan y estudian pueden encontrar en la fe cristiana la luz y el impulso para servir efectivamente a los demás.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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