Están en juego las formas de ver la ética civil y, en concreto, las relaciones de la moral privada con la pública<br /><br />
ReligionConfidencial.com
El nervio de la ética es la pugna por adquirir las virtudes que hacen al hombre plenamente humano
La detención en el aeropuerto de Nueva York del director general del FMI, conocido en Francia por las iniciales de su nombre, DSK, está siendo objeto lógicamente de todo tipo de comentarios, no sólo políticos. Al margen del caso en sí, ahora en manos de la justicia, llama la atención el rebrotar de la defensa de la excepción francesa en materia de comunicación: como si se hubiera producido un encarnecimiento mediático, frente a los habituales silencios de la prensa gala en asuntos relacionados con el sexo de las personalidades de relieve en la vida pública. Y repiten hasta la saciedad despectivamente el término “puritanismo”, con frecuencia —no es paradoja los mismos que exigían no hace mucho absoluta transparencia a las autoridades eclesiásticas belgas o alemanas.
Están en juego las formas de ver la ética civil y, en concreto, las relaciones de la moral privada con la pública. La cuestión presenta muchos matices, pues una aplicación inmoderada de la ética aristotélica de la polis llevaría quizá a cierto totalitarismo indeseado. No deja de tener su lógica que Aristóteles haya llegado a Europa a través de la cultura musulmana. Dentro de la filosofía aristotélica, el hombre alcanza su perfección como miembro de la polis, cuya finalidad última consiste en hacer buenos y virtuosos a los hombres. La praxis moral, el ethos, la búsqueda de la vida buena y feliz, sólo es concebible como existencia política: en la polis y mediante la polis. La filosofía política aristotélica no "presupone" la ética, sino que propiamente "es" la ética. En su esencia, la ética aristotélica es filosofía política. La polis formaba una unidad de vida en sentido moral y religioso que no permitía la inteligibilidad de una separación entre el bien de la comunidad y el bien del individuo.
Al contrario, desde la óptica cristiana —que incorpora al mundo la separación de lo sacro y lo profano, se impone distinguir entre la unidad de vida, consecuencia de la Encarnación, con la realidad del predominio en la moral de la responsabilidad de cada persona, especialmente en el ejercicio de virtudes como la justicia: basta pensar en la conocida parábola del juez inicuo, que hace justicia, pero es injusto…
El dualismo (antes que el pluralismo) y la libertad vienen de Cristo. En Roma, la ideología de la religión civil suplió la falta de una reflexión filosófico-política. En su magna De civitate Dei, san Agustín destruyó en gran medida esa religión civil del Imperio. Sobre las premisas del dualismo, no será ya posible una filosofía política en la tradición de la "ética de la polis". La ciudad terrena garantiza la supervivencia en orden y paz, pero no es garantía de verdad y de virtud.
Desde luego, me parecen triviales muchas tesis contra la Iglesia y su moral, que la enfrentan a la ética civil, como reiteraba recientemente Gregorio Peces-Barba, al que nunca dejaré de agradecer muchas cosas atinadísimas de los años en que coincidimos en la Facultad de Derecho de la hoy Universidad Complutense. Tenía razón Bertrand Poirot-Delpech cuando apuntaba hace tiempo en Le Monde que la "cuestión moral" había reemplazado a la "cuestión social" de comienzos de siglo. Todos quieren imponer sus criterios. La moral sustituye a la política, en discursos, debates, tertulias, libros... Basta pensar en la reiterada acusación de “mentir”…
Pero la ética civil exige argumentos serios que puedan ser compartidos intelectualmente (no sólo "voluntarística" o "sentimentalmente"), para evitar la tiranía de la potestas, del signo que sea. Implica una idea sobre el hombre, sobre su fin, sobre su destino, sobre su perfeccionamiento: por tanto, el nervio de la ética es la pugna por adquirir las virtudes que hacen al hombre plenamente humano. Sin ética de la polis casi totalitaria, pero lejos de la ingenua o cínica tesis liberal de que los vicios privados hacen las virtudes públicas: al menos, en España, a comienzos del siglo XXI, los egoísmos privados y partidistas sólo conducen a una corrupción imposible de reparar.
Al final, como escribió Alejandro Llano en 1998, «la separación entre ética personal y ética pública tiene en su base el cuestionamiento de la competencia moral de los ciudadanos comunes y corrientes. Con lo cual tal separación viene a socavar los fundamentos de todo humanismo cívico, del que se nutre —al cabo el auténtico liberalismo, es decir, el liberalismo político y no ideológico. Porque la base del humanismo cívico descansa en la convicción de que todo ciudadano, cualquier ciudadano, es capaz de discernir entre las leyes justas y las leyes injustas; sino también desobedecerlas».