Es probable que, tras el ajusticiamiento de Bin Laden, se recrudezca la difícil situación de los cristianos en diversos países de Oriente<br /><br />
ReligionConfidencial.com
El pasado viernes las escuelas cristianas cerraban sus puertas en Pakistán, porque el debate público está exacerbado y la tensión es muy alta
Es probable que, tras el ajusticiamiento de Bin Laden por tropas de Estados Unidos, se recrudezca la difícil situación de los cristianos en diversos países de Oriente. No obstante, Shahid Mobeen, profesor de pensamiento y religión islámica en la Facultad de Filosofía de la Universidad Laterana, afirma que "la muerte del líder de Al Qaeda no ha cambiado la condición de los cristianos pakistaníes. Su situación actual no es ni mejor ni peor que antes, porque su problema no ha dependido nunca directamente de la galaxia yihadista. El verdadero y grave problema de los cristianos en Pakistán es el código penal del país" (la llamada ley anti-blasfemia).
Pero lo cierto es que el pasado viernes las escuelas cristianas cerraban sus puertas en Pakistán, porque el debate público está exacerbado y la tensión es muy alta. El riesgo de represalias era especialmente agudo en Abbottabad, la ciudad donde se escondía Bin Laden: las comunidades cristianas locales estaban en máxima alerta y los 150 católicos de la parroquia dedicada a San Pedro Canisio continuaban escondidos en sus casas. Cuando escribo estas líneas, no tengo nuevas noticias.
Sí llegan de Egipto, donde hace apenas unas semanas se producía una especie de concordia universal, en el contexto de la lucha por la libertad contra el presidente Mubarak. Pero ahora los coptos están muy preocupados por la actitud de los salafistas, cada vez más activos en la escena pública: su participación fue ya muy intensa en las protestas contra el nombramiento en abril de un copto como gobernador de Qena, en el Alto Egipto.
El último viernes de abril se manifestaron ante la Catedral de San Marcos en El Cairo, sede del patriarcado. Exigían la “liberación” de la mujer de un sacerdote, que se habría convertido al Islam, pero estaría retenida por la iglesia copta. La realidad es que, aunque pasó por una crisis matrimonial, vive con su marido y su hijo, y manifiesta su orgullo de ser cristiana. Pero, ante la fuerte presión salafista, la policía ha tenido que establecer severas medidas de seguridad para proteger el templo.
Todas las previsiones se superaron el sábado con el ataque de los fundamentalistas musulmanes a una iglesia al oeste de El Cairo. Los salafistas arrojaron cócteles molotov, y no se pudo evitar el incendio del templo. Pueden haber perdido la vida doce personas y hay más de doscientos heridos. El ejército ha prometido actuar con firmeza contra los responsables de la violencia, dispuesto a "no permitir que ninguna corriente imponga su hegemonía en Egipto".
La mayor parte de los egipcios ve con esperanza el futuro de la revolución en marcha. Los cristianos, desde luego, confían en que no se produzca una islamización del país, como la que sufre hoy Pakistán, según recordaba recientemente en París monseñor Joseph Coutts, obispo de Faisalabad y nuevo presidente de la Conferencia Episcopal de Pakistán. En una entrevista concedida a La Croix, refleja la situación de los cristianos, 2% de la población. En contra de lo previsto constitucionalmente cuando nació el nuevo Estado en 1947, la creciente islamización fragiliza aún más la difícil presencia social de los cristianos, pertenecientes en su mayoría a las capas más desfavorecidas.
El prelado describe algo que se olvida con frecuencia en Europa: los islamistas consideran globalmente a los países occidentales como naciones cristianas. Todo lo que viene del Oeste se percibe como una agresión contra el mundo árabe y contra el Islam. De ahí la reacción airada contra los cristianos, con una violencia creciente en los últimos veinte años. En 2001, cuando las fuerzas estadounidenses y de la OTAN bombardearon Afganistán, dos extremistas entraron en una iglesia con metralletas y mataron a catorce personas. “Fue la primera vez que experimentamos este tipo de violencia dentro de los muros de una iglesia”, afirma el obispo de Faisalabad, y añade que “los extremistas constituyen también un reto para el gobierno y para los musulmanes moderados”.
En la conversación se evoca lógicamente el asesinato del ministro para las minorías religiosas, el católico Shabhaz Bhatti, cometido a comienzos de marzo. El Gobierno federal acaba de remodelar ese departamento, y ha puesto al frente a un musulmán, Mian Riaz Hussain Pirzada, miembro de la “Pakistan Muslim League-Q”, formación que se acaba de unir al gobierno. Aunque la decisión obedezca sólo a razones de conveniencia política, dentro del reparto de cuotas de poder en el gobierno federal, debilitará la protección de las minorías, en un momento de excesiva inestabilidad en Pakistán. Y, desde luego, no contribuirá a la reforma de la injusta ley anti-blasfemia, a pesar de las fuertes presiones internacionales.