Diario Médico (Entrevista de Álvaro Sánchez León)
«No se trata de ser o no ser "de peso" en esta tierra, sino de vivir feliz en la tierra de cara a la eternidad»
Julián Herranz es médico antes que cardenal. Estudió la carrera entre Madrid y Barcelona. La influencia de López Ibor y Rof Carballo le llevó a especializarse en Psiquiatría, pero dejó el ejercicio de la profesión por el Derecho Canónico. Se ordenó sacerdote y ha vivido siempre en el corazón de la cristiandad. Fue estrecho colaborador de Juan Pablo II, que le creó cardenal en 2003. Un príncipe de la Iglesia con bata blanca y sotana negra.
Julián Herranz Casado viste de púrpura y negro y vive en Roma, muy cerca de la Plaza de San Pedro. Es el cardenal español 201 inscrito en el pergamino de la historia. Un príncipe de la Iglesia nada glacial. Cercano, sonriente. Y listo, muy listo.
Médico licenciado a medio camino entre la Universidad Complutense de Madrid y la Central de Barcelona y psiquiatra después de su paso de posgrado por la ciudad condal. Ha sido una de las manos derechas del beato Juan Pablo II, que le nombró cardenal en 2003. Tras dejar el Consejo Pontificio de las Leyes sigue siendo un recurso habitual para Benedicto XVI.
Hijo adoptivo de su pueblo cordobés y padre natural de la última versión del Código de Derecho Canónico. Español universal con acento andaluz en los dos últimos cónclaves. Fumata blanca con sotana negra, fajín y anillo. Tiene mitra, pero no habla ex cathedra. También los ministros del Vaticano son la prueba del algodón del valor de la sencillez.
Abrimos il Portone di Bronzo de la historia de un sacerdote particular que une en su biografía personajes dispares que le han dejado huella: Carlos Jiménez Díaz, Juan José López Ibor, Rof Carballo, San Josemaría Escrivá, Juan Pablo II, Benedicto XVI... Un cóctel extraordinario para una vida tan ordinaria como la de los grandes hombres que están siempre a la sombra, en la santidad del segundo plano.
Nace en Baena (Córdoba), pero todos los caminos llevan a Roma...
Nací el 31 de marzo del lejano 1930 en la villa cordobesa de Baena, coronada por el castillo moro del Rey Boabdil, pero con precedentes cristiano-visigóticos y romanos aún más ilustres. Mi camino hacia Roma pasó primero por Madrid, donde mi padre se trasladó en 1936.
Su padre era médico. ¿Ese fue el detonante de su vocación por la Medicina?
Muy probablemente: siempre admiré el apasionado amor de mi padre por su profesión y el cariño con que le correspondían sus pacientes.
¿Los sacerdotes se ven sacerdotes desde pequeños?
De los demás no lo sé, yo ciertamente no. Mis ideales y sueños eran otros.
Cursó el bachillerato en Madrid. ¿Qué le deslumbró de la capital de España?
Llegué cuando tenía seis años. Lo que más me gustó fueron los anuncios luminosos y los paseos en barca por el estanque del Retiro.
Y llegó a la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. ¿Eran los estudiantes de Medicina los más idealistas del campus?
Probablemente sí; quizá porque, junto con los estudiantes de Derecho y de Teología, éramos los que más nos interesábamos por la vida, la dignidad y el destino del hombre.
Creo que por entonces tenía usted inquietudes sociales políticamente marcadas y que incluso pasó una noche en un calabozo...
Sí, en un calabozo de la Dirección General de Seguridad de Madrid, por una pintada en la Castellana reclamando la revolución agraria en Andalucía.
¿Qué recuerda de esos años de facultad?
Estudio intenso con profesores cercanos y con no menos intensos deseos y logros de diversión, sin necesidad de recurrir a la droga o al botellón.
Un buen día descubrió al doctor Carlos Jiménez Díaz, y entonces descubrió más a fondo lo que significaba ser médico...
Fue mi mejor maestro de Patología Médica en la vieja Facultad de San Carlos y en la Sala 31 del antiguo Hospital General, hoy Museo Reina Sofía. Como mi padre, y desde el punto de vista académico, don Carlos fue para mí un modelo de hombría de bien, de médico humanista y de completa dedicación a la Medicina.
¿Qué consejo se llevó para siempre de su trato con Jiménez Díaz?
No olvidar nunca que la persona humana, el enfermo, es un compuesto sustancial de cuerpo y espíritu, y que como tal ha de ser tratado.
¿Por qué Psiquiatría? ¿Tenía algún modelo?
Ya entonces la Antropología Médica y la Neurofisiología, enseñadas por ejemplo en La angustia vital, de Juan José López Ibor, y en Cerebro interno y mundo emocional, de Rof Carballo, abrían horizontes capaces de entusiasmar, más aún vistos —como yo los veía entonces y los veo ahora— desde la armonía entre razón y fe.
Y por estas fechas conoce usted el Opus Dei y se alegra de que una vocación divina sea totalmente compatible con una vocación profesional...
Yo diría que mucho más que compatible. El espíritu del Opus Dei me enseñó a descubrir en la divinidad encarnada de Jesucristo el valor divino de lo humano, también la particular dimensión espiritual de la vocación médica, que el mismo Salvador ensalzó y quiso practicar como parte de su misión redentora.
¿Qué recuerda de sus años de formación especializada en Barcelona?
Recuerdo con especial afecto el Dispensario de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la entonces única Universidad de Barcelona, y conservo gratitud y admiración hacia su director, el profesor Montserrat Esteve, paciente maestro y entrañable amigo.
Dejó la Psiquiatría para estudiar Derecho Canónico en la Ciudad Eterna y al final se dedicó a las leyes en cuerpo y alma.
El fundador del Opus Dei, hoy San Josemaría Escrivá, me invitó a ese cambio y a terminar en Roma los estudios de Teología. Comprendí que esa era la voluntad de Dios, lo que más me importa cumplir en la vida, y cambié los planes. Pero no podía en modo alguno imaginarme que el Señor me llevaría, a través del sacerdocio y del Derecho Canónico, a ser obispo y cardenal Presidente del Consejo Pontificio de las Leyes.
¿Qué recuerda con frecuencia después de vivir 22 años con San Josemaría Escrivá de Balaguer?
Que era un enamorado, un hombre con un recio y a la vez tierno amor a Jesucristo, a la Virgen y al Papa, y a todo lo noblemente humano. Por eso fue siempre sembrador de paz y de alegría.
Se ordenó sacerdote el 7 de agosto de 1955. ¿Le sirvió su especialidad médica para entender mejor el papel de un confesor?
He procurado siempre no confundir el psicoanálisis o la analítica existencial con la confesión sacramental, donde lo que cura y reconcilia no es la ciencia de un hombre sino la gracia de Dios. Pero no hay duda de que algunos conocimientos de Psiquiatría —sobre todo de las neurosis y algunos trastornos emotivos— me han ayudado también en la dirección espiritual.
¿Hay más evidencia científica en Medicina que en la cura de almas?
Se trata de evidencias científicas de naturaleza distinta, como distintos son el método y los resultados. En la Medicina actúa una ciencia humana que busca primariamente la salud y el bienestar del cuerpo, lo que indirectamente podrá también beneficiar la psique de la persona. En el ministerio sacerdotal es la gracia de Cristo la que actúa, a través del Evangelio y de los Sacramentos, para iluminar y fortalecer el alma, lo que podrá también beneficiar indirectamente el alma y el cuerpo de la persona.
Vivió el Concilio Vaticano II, un momento importante en la historia de la Iglesia reciente. Como médico: anamnesis, diagnóstico y tratamiento de lo que pasó después de ese concilio.
Difícil respuesta en pocas palabras. Los documentos doctrinales y disciplinares de este Concilio son una gran riqueza para la Iglesia y para el mundo. Representan una continuidad con el magisterio anterior —no una ruptura, como algunos interpretaron equivocadamente dando lugar a la llamada "crisis postconciliar"—, y constituyen una magnífica ayuda, una buena farmacopea, no sólo para terminar de superar esa crisis sino para afrontar los desafíos de la nueva evangelización.
¿Conoció allí al entonces Karol Wojtyla, hoy Beato Juan Pablo II?
Sí, en 1965. Él era miembro muy activo de la comisión doctrinal del Concilio y se solía alojar en casa de un común amigo polaco, monseñor Andrea Maria Deskur, que sufrió un ictus días antes del cónclave que eligió a Juan Pablo II y el Papa le visitó en el Policlínico Gemelli apenas ser elegido.
Participó usted en la redacción del nuevo Código de Derecho Canónico. En pocas palabras, podemos decir que fue algo más costoso que un parto de nueve meses...
Bastante más costoso, porque ese trabajo duró 18 años. No se trató de una simple revisión científica del anterior Código de Derecho Canónico, sino de aplicar los decretos del Concilio Vaticano II a la legislación universal de la Iglesia y de hacerlo en continuo contacto con todo el episcopado católico.
Hay médicos que ven en la doctrina de la Iglesia un límite al desarrollo científico. ¿Qué opina?
Pienso que no es así, aunque haya habido en la historia algunos casos dolorosos por interpretaciones equivocadas de la doctrina. La ciencia médica y la biotecnología son un producto maravilloso de la creatividad humana que la Iglesia considera don de Dios, y ofrecen grandes posibilidades para mejorar la existencia de todos. Pero ese potencial no es éticamente neutro: puede usarse para el real progreso del hombre o para la degradación de su dignidad y de su misma vida.
¿Qué medicina espiritual puede servir a los pacientes psiquiátricos?
El saberse hijos de Dios, lo que lleva a la paz y al confiado abandono en su voluntad.
¿Qué ha aprendido de la curia romana?
A amar y servir —por encima de las limitaciones humanas— la hermosura y la universalidad de esta gran familia de Dios que es la Iglesia Católica.
Ha sido un hombre de peso en el Vaticano y posiblemente hubiera sido un psiquiatra de prestigio. ¿Valió la pena la apuesta que ha hecho en su vida?
Pienso que sí. Vale la pena decir siempre que sí al querer de Dios. No se trata de ser o no ser de peso —como usted dice— en esta tierra, sino de vivir feliz de cara a la eternidad.
¿Qué tareas desarrolla ahora en el Vaticano desde que Benedicto XVI aceptó su renuncia?
La renuncia como presidente del Consejo de las Leyes no me la aceptó hasta los 77 años, pero aun después me sigue haciendo trabajar en comisiones y encargos especiales. Tenga en cuenta, además, que continúo siendo sacerdote y obispo: y los curas no nos jubilamos nunca, hasta que el Señor nos llama.
¿Cómo resumiría estos primeros años de pontificado de Benedicto XVI?
Los años de un moderno Padre de la Iglesia. Nos enseña a buscar, conocer y amar a Jesucristo, y a vivir como cristianos responsables de frente a los desafíos de una sociedad que en buena parte aparece tendencialmente pagana.
El derecho a la vida frente al derecho a la muerte. La diatriba ha calado en la opinión pública española. Como sacerdote-médico y médico-sacerdote, ¿qué opina?
Existe un derecho a la vida, pero no un derecho a la muerte. Y esto no sólo porque la vida es un don de Dios que al hombre corresponde administrar, no destruir, sino porque cuando el derecho a la vida de una persona es violado se produce una herida en el corazón mismo del orden moral y jurídico, que tiene como primaria finalidad la tutela de los bienes inviolables de la persona.
¿Hay mucha diferencia entre la esencia de la bata blanca y de la bata negra?
Desde el punto de vista de la esencia —al margen de otros accidentes— la Medicina y el sacerdocio tienen en común el carácter de servicio al ser más excelso de la Creación: la persona humana, hombre y mujer, que Dios ha creado a su imagen y semejanza, inteligente y libre, consciente y responsable, destinado a la eternidad.
* * *
Dime para quién trabajas, y te diré mucho de quién eres
Julián Herranz ha estado hace pocos días presente en la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II y es más que posible que sea invitado especial para el día de su canonización. Este médico cordobés forjado entre Madrid, Barcelona y Roma ha sido uno de los colaboradores más estrechos del Papa recién llegado a los altares.
Como presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, Herranz dio vida al nuevo Código de Derecho Canónico en una etapa de la historia de la Iglesia en la que salió adelante también la edición actualizada del Catecismo. Con la mirada puesta en el Concilio Vaticano II, pero sin volver la vista atrás como algunos de sus colegas de ministerio en una etapa tan convulsa, Herranz se ha convertido en uno de los españoles más reconocidos por los dos últimos Romanos Pontífices. Dime con quién trabajas, y te diré algo de cómo eres. Aunque la mano izquierda no diga lo que hace la derecha, el nombramiento de Juan Pablo II indica, al menos, un reconocimiento a su fidelidad a la fe, porque interpretar las leyes de la Iglesia es como confiar la caja de caudales.
Desde 1978 hasta 2005 han pasado muchas cosas entre el cardenal y el Papa polaco. Algunas están escritas en En las afueras de Jericó. Otras están grabadas a fuego lento en una memoria que se va compilando en forma de libros. El último es Dios y Audacia, un recorrido en metro por las estaciones de la influencia de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, en su vida. Allí dedica bastantes páginas a su pasión por la Medicina y su agradecimiento a sus maestros, encarnados todos en la figura de Carlos Jiménez Díaz.
Herranz mira a la eternidad con una valentía que da vértigo. Sólo los hombres audaces repudian la cobardía de huir hacia adelante. Hierro forjado con corazón y con la sonrisa del que navega con casi todos los deberes hechos. El doctor Herranz tiene fe en las venas y esperanza en el futuro. No es una pieza de anticuario en los rincones del Vaticano. Es historia viva de carne y hueso. Un médico en mitad de dos cónclaves. Un psiquiatra con mucha salud mental. La paz de los vivos también resquebraja el mármol.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |