Las primeras palabras de Juan Pablo al asomarse al balcón de san Pedro el día de su elección, han sonado de nuevo en todo el mundo<br /><br />
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Juan Pablo II creyó en Jesucristo; y creyó en su acción en el mundo
«No tengáis miedo». Las primeras palabras de Juan Pablo al asomarse al balcón de san Pedro el día de su elección, han sonado de nuevo en todo el mundo. Pocas personas, sin embargo, han recordado sus palabras de aceptación del Pontificado, que son las que de verdad dan sentido a ese “no tener miedo”.
Él mismo las dejó escritas en su primera encíclica, Redemptor hominis: «A Cristo Redentor he elevado mis sentimientos y mi pensamiento el día 16 de octubre del año pasado, cuando después de la elección canónica, me fue hecha la pregunta: "¿Aceptas?". Respondí: “En obediencia de fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto”».
Desde el primer momento de su pontificado volvió la mirada a Cristo. Si Roma tenía, una vez más, la misión de encender de nuevo y de forma más brillante la Luz sobre el mundo, era precisa una acción clara para clavar la mirada en Quien dijo “Yo soy la Luz del mundo”; y Juan Pablo II no lo dudó ni un instante.
«En obediencia de Fe», y sigue la Encíclica, más adelante. «Es precisamente aquí, carísimos hermanos, hijos e hijas, donde se impone una respuesta fundamental y esencial, es decir, la única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él nosotros queremos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna"».
Fe en Cristo; Fe en la Encarnación del Hijo de Dios; Fe en la participación de Dios en la historia de los hombres. «El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia. A Él se vuelven mi pensamiento y mi corazón en esta hora solemne que está viviendo la Iglesia y la entera familia humana contemporánea. (…) Nos estamos acercando ya a tal fecha (Jubileo, 2000) que nos hará recordar y renovar de manera particular la conciencia de la verdad-clave de la fe, expresada por San Juan al principio de su evangelio: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros", y en otro pasaje: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna"».
Desde 1965, final del Concilio Vaticano II, hasta 1978, muerte de Pablo VI, de Juan Pablo I y elección de Juan Pablo II, entre de los creyentes cristianos algunos pequeños grupos lanzaron corrientes de “pastoral” que, en el empeño de “acercar los misterios de Dios a la mentalidad del mundo moderno”, lo único que iban camino de conseguir era vaciar de contenido divino la vida de Cristo; convertir a Jesucristo en apenas un Jesús, alguien que había hablado en nombre de Dios en un rincón del mundo, mientras muchos otros hablaban también de “Dios”, en otros rincones. El Misterio de la Encarnación, de la Redención, de la Santificación del hombre por Dios, se desvanecía.
Juan Pablo II creyó en Jesucristo; y creyó en su acción en el mundo. Su testimonio de Fe en todo el mundo no ha pasado inadvertido. Y ha hecho lo que el cristiano debe hacer: acercar “la mentalidad moderna”, cualquiera que sea, al Misterio de Jesucristo, al misterio del Amor de Dios manifestado en la muerte y la resurrección de Jesucristo.
¿Qué ha hecho para transmitir esta Luz? Sencillamente, Rezar. Y en la oración ayudar a los corazones de todos a ser iluminados por la luz de Cristo; y dar alegría a esos corazones al verse abatir muros que parecían infranqueables.
«El hombre de todos los tiempos reza porque no puede hacer otra cosa que preguntarse cuál es el sentido de su existencia, que permanece oscuro y descorazonador, si no se pone en relación con el Misterio de Dios y su diseño sobre el mundo», ha recordado recientemente Benedicto XVI.
Los peregrinos que han besado el féretro de Juan Pablo, y siguen rezando con él delante de su sepulcro y en el último rincón del mundo, continúan el testimonio de la “obediencia de Fe”, que dio en la Iglesia, fundada por Jesucristo, el hoy Beato Juan Pablo II.