Discurso del Papa Juan Pablo II a los jóvenes, durante su Viaje Apostólico a América Central (2-10 de marzo de 1983), en San José de Costa Rica
Mis queridos jóvenes:
1. En mi visita apostólica a esta área geográfica me encuentro hoy con vosotros, jóvenes de Costa Rica aquí presentes; y a través de los medios de comunicación, también con los de los otros países que visitaré en los próximos días.
Tanto a los que os halláis en este estadio como a los ausentes, pero unidos afectivamente a nosotros, os expreso mi gran alegría de estar con vosotros y os doy mi saludo más cordial de amigo y hermano.
Vengo a compartir con vosotros esta fraterna experiencia humana y eclesial, y a deciros una palabra que estoy seguro tendrá un fuerte eco en vuestro corazón generoso: Cristo, el eternamente joven, os necesita y os convoca en la Iglesia, “verdadera juventud del mundo” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 6).
Al concluir el Concilio Vaticano II, su último mensaje fue dirigido precisamente a los jóvenes, a vosotros “los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia” (ib. 1).
Con gran confianza dijeron entonces los padres conciliares: “Sobre todo para vosotros los jóvenes, la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir” (ib. 2).
Como este mensaje es de impresionante actualidad, me parece oportuno entretenerme aquí con vosotros sobre el mismo, para examinar cómo puede iluminar mejor vuestro camino y ayudaros a responder al grave compromiso que tenéis como fermento y esperanza de la comunidad humana y de la Iglesia.
2. Sé que con frecuencia os preguntáis acerca de cómo vivir vuestra vida de manera que valga la pena; cómo comportaros de modo que vuestra existencia esté llena y no caiga en un vacío; cómo hacer algo para mejorar la sociedad en la que vivís, saliendo al paso de los graves males que sufre y que repugnan a vuestra sed de sinceridad, de fraternidad, de justicia, de paz, de solidaridad. Sé que deseáis ideales nobles, aunque cuesten, y no queréis vivir una vida gris, hecha de pequeñas o grandes traiciones a vuestra conciencia de jóvenes y de cristianos. Y sé también que para ello estáis dispuestos a adoptar una actitud positiva frente a vuestra propia existencia y a la sociedad de la que sois miembros.
No basta, efectivamente, contemplar los tantos males que descubrís en derredor vuestro, o lamentarlos pasivamente. No basta tampoco criticarlos. No aportaría solución alguna declararse impotentes o vencidos ante el mal y dejarse llevar por la desesperanza. No, no es ése el camino de solución.
Cristo os llama a comprometeros en favor del bien, de la destrucción del egoísmo y del pecado en todas sus formas. Quiere que construyáis una sociedad en la que se cultiven los valores morales que Dios desea ver en el corazón y en la vida del hombre. Cristo os invita a ser hijos fieles de Dios, operadores de bien, de justicia, de hermandad, de amor, de honestidad y concordia. Cristo os alienta a llevar siempre en vuestro espíritu y en vuestras acciones la esencia del Evangelio: el amor a Dios y el amor al hombre (Cfr. Mt 22, 40).
Porque sólo de esta manera, con esa comprensión de la profundidad del hombre a la luz de Dios, podréis trabajar con eficacia para que «esa sociedad que vais a construir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 3). Las vuestras y las de quienes —no lo olvidéis nunca— son hijos de Dios, y llevan asimismo el exigente nombre de hermanos vuestros.
3. Este camino de empeño en favor del hombre no es fácil. Trabajar por elevarlo y ver siempre reconocida y respetada su dignidad, es tarea muy exigente. Para perseverar en ella es necesaria una motivación profunda, una motivación que sea capaz de superar el cansancio y el escepticismo, la duda y aun la sonrisa de quien se asienta en su comodidad o ve como ingenuo a quien es capaz de altruismo.
Para vosotros, jóvenes cristianos, esa motivación de fondo, capaz de transformar vuestras acciones, es vuestra fe en Cristo. Ella os enseña que vale la pena esforzarse por ser mejor; que vale la pena trabajar por una sociedad más justa; que vale la pena defender al inocente, al oprimido, al pobre; que vale la pena sufrir para atenuar el sufrimiento de los demás; que vale la pena dignificar cada vez más al hombre hermano.
Vale la pena, porque ese hombre no es el pobre ser que vive, sufre, goza, es explotado y acaba su vida con la muerte; sino que es un ser imagen de Dios, llamado a la amistad eterna con El: un ser que Dios ama y quiere que sea amado.
Sí, quiere que no sólo sea respetado —que es el primero y básico paso—, sino que sea amado por sus semejantes.
Esta es la meta altísima a la que nos llama nuestra fe cristiana. Este es el camino que lleva al corazón del hombre y que pasa por la complacencia de Dios en él. Por eso el Concilio se preocupaba de que la sociedad deje expandir su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 4).
4. La Iglesia confía en que sabréis ser fuertes y valientes, lúcidos y perseverantes en ese camino. Y que con la mirada puesta en el bien y animados por vuestra fe, seréis capaces de resistir a las filosofías del egoísmo, del placer, de la desesperanza, de la nada, del odio, de la violencia (ib.). Conocéis los frutos amargos que produce. ¡Cuántas lágrimas, cuánta sangre derramada por causa de la violencia, fruto del odio y del egoísmo!
El joven que se deja dominar por el egoísmo, empobrece sus horizontes, rebaja sus energías morales, arruina su juventud e impide el adecuado crecimiento de su personalidad. En cambio, la persona auténtica, lejos de encerrarse en sí misma, está abierta a los demás; crece, madura y se desarrolla en la medida en que sirve y se entrega generosamente.
Detrás del egoísmo aparece la filosofía del placer. Cuántos jóvenes, por desgracia, son arrastrados por la corriente del hedonismo, presentado como un valor supremo; ello los lleva al desenfreno sexual, al alcoholismo, a la droga y a otros vicios que destruyen su fuerza ardorosa y debilitan su capacidad para afrontar las reformas que son indispensables en la sociedad.
Natural consecuencia del egoísmo y del placer absolutizado es la desesperanza que lleva a la filosofía de la nada. El joven auténtico cree en la vida y rebosa esperanza. Está convencido de que Dios lo llama en Cristo a realizarse integralmente, hasta la estatura del hombre perfecto y la madurez de la plenitud (Cfr. Ef 4, 13).
5. Y, ¿qué deciros, amados jóvenes, de los horrores del odio y la violencia? Es una triste realidad que, en este momento, gran parte de América Central está cosechando los amargos frutos de la semilla sembrada por la injusticia, por el odio y la violencia.
Ante esta dolorosa situación de muerte y enfrentamiento, el Papa siente la imperiosa necesidad de repetir ante vosotros, jóvenes, la palabra de Cristo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros” (Jn. 13, 34). Y también la palabra solemnemente pronunciada por mi predecesor Pablo VI en Bogotá: “La violencia no es cristiana ni evangélica” (Pablo VI, Santa Misa en la "Jornada del Desarrollo", Bogotá, 23 de agosto de 1968).
Si, vosotros, amadísimos jóvenes, tenéis la grave responsabilidad de romper la cadena del odio que produce odio, y de la violencia que engendra violencia. Habéis de crear un mundo mejor que el de vuestros antepasados. Si no lo hacéis, la sangre seguirá corriendo; y mañana, las lágrimas darán testimonio del dolor de vuestros hijos. Os invito pues como hermano y amigo, a luchar con toda la energía de vuestra juventud contra el odio y la violencia, hasta que se restablezca el amor y la paz en vuestras naciones.
Vosotros estáis llamados a enseñar a los demás la lección del amor, del amor cristiano, que es al mismo tiempo humano y divino. Estáis llamados a sustituir el odio con la civilización del amor.
Esto lo podréis realizar por el camino espléndido de la amistad auténtica, de la que lleva siempre a lo más alto y noble; de la amistad que aprendéis de Cristo, que ha de ser siempre vuestro modelo y gran amigo. Y rechazando con gallardía a cuantos recurren al odio y sus manifestaciones como instrumentos para forjar una nueva sociedad.
6. El mensaje del Concilio os invita también a no ceder al ateísmo, “fenómeno de cansancio y de vejez” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 4). Ante él, vosotros jóvenes vigorosos, debéis afirmar la fe “en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno” (ib.).
Debéis manifestar en vuestra vida esa fe, enriqueciendo a otros con un testimonio vivido, alegre, esperanzado y esperanzado, que contagie a quien os mira. Vuestro testimonio cristiano, juvenil y valiente, capaz de pisotear el respeto humano, tiene gran fuerza evangelizadora.
Esta debe ser vuestra actitud de vida. Si sois fieles a este programa, sentiréis el gozo de quien lucha y sufre por el bien; de quien da a los demás la razón de su esperanza; de quien encuentra en cada hombre el rostro de Cristo; de quien renueva constantemente su juventud interior; de quien ante un mundo que lo busca, quizá sin saberlo, grita un mensaje de optimismo: también en nuestros días, Jesús de Nazaret sigue siendo la fuente e inspiración de la verdad, de la dignidad, de la justicia, del amor.
7. Mis queridos amigos: sé, por mi experiencia como profesor universitario, que os gustan las síntesis concretas. Es muy sencilla la síntesis-programa de lo que os he dicho, se encierra en un No y un Sí:
No al egoísmo;
No a la injusticia;
No al placer sin reglas morales;
No a la desesperanza;
No al odio y a la violencia;
No a los caminos sin Dios;
No a la irresponsabilidad y a la mediocridad.
Sí a Dios, a Jesucristo, a la Iglesia;
Si a la fe y al compromiso que ella encierra;
Sí al respeto de la dignidad, de la libertad y de los derechos de las personas;
Sí al esfuerzo por elevar al hombre y llevarlo hasta Dios;
Sí a la justicia, al amor, a la paz;
Si a la solidaridad con todos, especialmente con los más necesitados;
Sí a la esperanza;
Sí a vuestro deber de construir una sociedad mejor.
8. Recordad que para vivir el presente hay que mirar al pasado, superándolo hacia el futuro.
El futuro de América Central estará en vuestras manos; lo está ya en parte. Procurad ser dignos de tamaña responsabilidad.
Que Cristo Jesús os inspire con su palabra y ejemplo. Acogedlos con generosidad, con entusiasmo, y ponedlos en práctica. Atender el consejo del Apóstol Santiago: “Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañados a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero yéndose se olvida de cómo es” (St. 1, 22-24).
La bendición de Dios y mi oración os acompañarán en esta tarea. Que la Virgen María, la Madre de Cristo nuestro Salvador, sea vuestra compañera, vuestra hermana, vuestra amiga, vuestra confidente, vuestra Madre, hoy y siempre. Así sea.
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