El actor empezó a meditar en su posible conversión siendo ya octogenario, cuando le sobrevino un problema en los ojos que le obligaba a pasar mucho tiempo a oscuras. Dedicando a la reflexión las horas que antes dedicaba a otras ocupaciones, se dio cuenta de que Dios había ido preparando su corazón desde hacía tiempo
Esta semana celebramos el 110 aniversario de Bob Hope, nacido en Eltham (Reino Unido) el 29 de mayo de 1903 con el nombre de Leslie Townes Hope. En 1908 emigró con su familia a Cleveland, por eso él se consideró siempre estadounidense.
Cultivó todos los géneros del espectáculo, en particular el teatro en Broadway, aunque la fama le vendría por el cine y la televisión; y en Norteamérica se le recuerda también por sus giras para entretener a los soldados durante la II Guerra Mundial. Para muchos críticos, es el mayor showman norteamericano del siglo XX.
Se casó con Dolores Reade en 1934. Con ella vivió 69 años, que fueron por lo general felices, a pesar de las frecuentes infidelidades de Hope, que él reconocería tiempo después. En medio de esas tormentas, ella sostuvo durante decenios la esperanza de verle convertido al catolicismo.
«Dolores era una gran cristiana. Soportó la debilidad de Bob con fe, oración y paciencia», afirmó el religioso franciscano Benedict Groeschel, amigo del matrimonio, a quien Hope trató siempre con gran respeto.
El padre Groeschel cuenta una anécdota que el mismo Hope solía referir con nostalgia. En cierta ocasión fue invitado a un gran evento católico, y el cura que le presentó, antes de darle la palabra, quiso relajar el ambiente y contó hasta ocho chistes. Cuando por fin Hope tomó el micrófono, miró a los asistentes y, muy serio, dijo: «Y ahora, recemos» .
Dolores, como Santa Mónica por San Agustín, rezó toda su vida por su marido, y pedía a sus amigos que hiciesen lo mismo. «Básicamente, el agente catalizador de su conversión fue su esposa», asegura el cardenal Theodore McCarrick, ex arzobispo de Washington, quien también trató a la pareja y conoció su gran generosidad: ambos hicieron muchas obras benéficas e incluso adoptaron cuatro hijos.
A Bob le entusiasmaba el catolicismo. Durante el conflicto mundial acompañó varias veces al cardenal Francis Spellman, arzobispo de Nueva York, en sus viajes de apoyo a las tropas, y quedó asombrado del cariño con que le recibían los soldados católicos.
La conversión, 57 años después
Con todo, ni la oración de su mujer ni la simpatía de Bob por los católicos dieron fruto en el corto plazo. El actor empezó a meditar en su posible conversión siendo ya octogenario, cuando le sobrevino un problema en los ojos que le obligaba a pasar mucho tiempo a oscuras. Dedicando a la reflexión las horas que antes dedicaba a otras ocupaciones, se dio cuenta de que Dios había ido preparando su corazón desde hacía tiempo.
El toque definitivo fue un detalle menudo, pero muy significativo para él. Cuando en 1991 se inauguró la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan, comprobó que no figuraba en la lista de invitados. Llamó a la Casa Blanca muy airado: «¡Pero si soy Bob Hope!», gritó; pero no le valió de nada. Aquella omisión −señaló más tarde Bob Hope− «me hizo caer en la cuenta de lo poco que perdura la gloria humana. No es aquí abajo donde debemos poner nuestras esperanzas».
A partir de entonces sus conversaciones con el cardenal McCarrick se hicieron más frecuentes. Y, finalmente, a los dos años se convirtió. Lo hizo en la iglesia de San Carlos Borromeo, en el norte de Hollywood. Recibió el bautismo de manos del padre Thomas Kiefer, en una ceremonia íntima que apenas trascendió a la esfera pública. Después de casi seis décadas, Dolores vio alcanzado su sueño de que él abrazara su misma fe.
Los últimos diez años –recordó ella− fueron especialmente felices. Bob Hope murió el 27 de julio 2003, a las pocas semanas de cumplir 100 años. Su mujer le siguió en 2011, también centenaria, con 102 años. Allá en el cielo, de nuevo juntos, seguro que Bob le canta esa canción que es como su seña de identidad: " target="_blank">Thanks for the memory, que en esta escena entona un matrimonio (la actriz es Shirley Ross) recordando los bellos momentos que han vividos juntos. La memoria de esos momentos perdurará en el cielo para siempre.
(*) Publicado originariamente en religiónenlibertad.com).
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