Es comprensible la curiosidad por conocer sus apreciaciones, pero…
Levante-Emv
Medimos con parámetros humanos lo que, siendo tremendamente humano, no es exclusivamente tal
La parroquia anda perpleja con el papa. En primer lugar, porque no logran encasillarlo, aunque gusten sus actitudes sencillas y sinceras. Tampoco consiguen colocar a las diversas sensibilidades que pueden existir en la Iglesia: como es habitual se escribe y se habla sobre progresistas y conservadores tratando de inquirir su postura respecto a Francisco. Son explicables esas averiguaciones porque una figura emergente con la fuerza de lo natural ─pero a la vez de Dios─ que surge rompiendo moldes y que tiene trascendencia para toda la humanidad, no puede dejar indiferente, necesita una dilucidación.
Sin embargo, cuando la Iglesia está por medio siempre hay un pero. ¿Cuál es? Muy sencillo: medimos con parámetros humanos lo que, siendo tremendamente humano, no es exclusivamente tal. La Iglesia visible ─los fieles y la jerarquía─ la constituyen hombres y mujeres muy variados, con modos diversos de ver muchas cosas, pero lo fundamental es como la sangre, como la savia de las plantas, algo que va por dentro dando una vida, la de Cristo. Esta simple afirmación no es comprensible para el que no mira desde la fe porque, incluso poseyéndola, se cae en la fácil tentación de resolver con el puro silogismo cartesiano fabricado exclusivamente con premisas razonables, pero insuficientes. Los que buscan etiquetar se encasillan a sí mismos en esquemas rígidos e inválidos.
Fallaron en su momento los pronósticos relativos al cónclave y volverán a fallar los referentes al papa y a las diversas y variadísimas entidades eclesiales. Hubo y hay quienes tratan de escribir un programa para el papa, incluso los que se situaron más o menos en los extramuros eclesiales. Y es comprensible la curiosidad por conocer sus apreciaciones. Pero yerran premisas y conclusiones. Algunos recordarán aquellas palabras de Kennedy en su toma de posesión como presidente: no preguntéis lo que Estados Unidos puede hacer por vosotros; preguntaos qué podéis hacer vosotros por Estados Unidos. No me voy a llevar la contraria con lo que escribí anteriormente, diciendo que es lo mismo. Pero sirve como ejemplo.
Mi propuesta, precisamente porque se sitúa en una órbita diversa a la del presidente americano, es la misma pero con el ímpetu, la alegría y la belleza de la fe. En vez de indagar sobre lo que ha de hacer el Romano Pontífice o dónde situarnos nosotros, sería más pertinente escuchar a Francisco con la mente abierta del creyente para practicar lo que María pidió a los sirvientes en las bodas de Caná: «Haced lo que él os diga».