Una sociedad que no proteja al débil es una sociedad que no puede perdurar
Levante-Emv
Una sociedad que no proteja al débil es una sociedad que no puede perdurar
Hoy se debate una vez más, y no será la última ni muchísimo menos, la ley del aborto. Parto de un principio que me resulta irrenunciable, por mi formación profesional: la vida comienza al principio. Sin principio, no hay final, ni medio, ni nada: no se existe. Si esto no se tiene claro, lo que queda es una ensalada de expresiones manoseadas, frases grandilocuentes y argumentos políticamente correctos. Pero ni unos ni otros son capaces de reconocer lo obvio: que el fundamento de nuestra civilización está basado en el respeto a toda vida humana, cualquier vida humana.
Podemos ver la cuestión desde distintos puntos, más o menos poliédricos, que de hecho es lo que sucede: que si el bebé, la madre, el derecho a…?, la víctima, la responsabilidad, la culpa, etcétera. Incluso afirmar, desde la periferia, que todo aborto es una tragedia, a la que no hay que sumar más desdicha.
En cualquier caso, necesariamente siempre llegaremos al centro geométrico de la cuestión: ¿Es valiosa la vida humana? ¿Es sagrada? Sagrado significa en latín lo que está separado y no disponible, aquello que no se puede profanar, es decir que no se puede separar o dejar en el atrio del fanum (templo). No aceptar esta distinción, o no ser capaces de verla, es lo que lleva al fanatismo.
No es necesario que sea violento: basta con que se violenten los hechos, la realidad. La persona que no distingue entre sagrado y profano es un fanático: religioso o laicista que, para el caso, es igual porque depende del punto de observación en el que nos situemos (fuera o dentro), que será siempre excluyente (del otro).
Vivimos en una sociedad que pese a sus crisis (a las que un somalí se sometería con suma dicha) no carece de lo fundamental; y paradójicamente no terminamos de aprender que no sólo cabemos todos, sino que además se sigue segregando al más indefenso: al que no tiene voz, ni voto, ni lo va a tener jamás. Curiosamente tendría que ser la izquierda la que apoyara más esta cuestión: al fin y al cabo, sociológicamente al menos, se ha distinguido por alzar la voz a favor del más débil.
No es así en este caso; aunque para ello haya que pensar un poco: no se ve a la primera. Lo que me lleva a considerar que en la izquierda no es oro todo lo que reluce y que lejos de ser paradigma contra lo establecido, no es más que un pseudópodo del sistema. No anda a la zaga la derecha, que no deja de abanderar, con cierto complejo, lo ya hecho.
Así que ya solo me queda apelar al sentido común del ciudadano. Porque una sociedad que no proteja al débil es una sociedad que no puede perdurar. Sus días están contados. Y en esto, como en muchas otras cosas, hemos de luchar con persistencia para abolir la ley de la fuerza. Y esa persistencia se llama bondad. No es ingenuidad.