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Por por su Ascensión, Jesús es, para siempre, sacerdote y abogado nuestro ante el Padre, guía de nuestra vida y cabeza de esta familia de Dios que es la Iglesia en el mundo
¿Qué significa la Ascensión del Señor? ¿Qué consecuencias concretas tiene en nuestra vida? El 17 de abril el Papa Francisco dedicó su audiencia al artículo del Credo sobre la Ascensión del Señor: “Subió al cielo y está sentado a la Derecha del Padre”.
Cristo sube al Padre como intercesor y abogado nuestro
Primero el Papa se fija en la Ascensión del Señor. Jesús sube al Cielo pasando por la Cruz (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 662). «También nosotros −advierte el Papa− hemos de tener claro, en nuestra vida cristiana, que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su voluntad, también cuando requiere sacrificio, requiere a veces cambiar nuestros programas».
La Cruz puede afrontarse con la oración. De hecho, la ascensión tuvo lugar desde el Monte de los Olivos, el mismo lugar donde Jesús se había retirado para orar antes de la Pasión. Y es que «la oración nos da la gracia de vivir fieles al proyecto de Dios».
Cristo asciende al Cielo también como sacerdote eterno y abogado nuestro. Con gesto sacerdotal bendice a sus discípulos que se arrodillan inclinando su cabeza. Y desde la derecha del Padre, sigue ejerciendo su sacerdocio, intercediendo por nosotros. Es nuestro abogado que nos defiende de las asechanzas del diablo, de nosotros mismos y de nuestros pecados.
En definitiva, Jesús ha ido por delante: «Él nos abrió el camino: Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios». (Cabe recordar cómo Santo Tomás de Aquino, siguiendo a los padres de la Iglesia, observaba que Cristo ha subido al cielo como cabeza de nuestro cuerpo místico). Consecuencia que de todo ello extrae el Papa Francisco: «Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos ciertos de hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro salvador, de nuestro abogado».
La alegría después de la Ascensión
En segundo lugar, destaca el Papa la alegría de los discípulos después de la Ascensión. «Generalmente, cuando nos separamos de nuestros familiares, de nuestros amigos, por un viaje definitivo y sobre todo con motivo de la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no veremos más su rostro, no escucharemos más su voz, ya no podremos gozar de su afecto, de su presencia». En cambio el evangelista subraya la profunda alegría de los Apóstoles. ¿Cómo puede ser esto?, se pregunta Francisco.
Y responde: «Precisamente porque, con la mirada de la fe, ellos comprenden que, si bien sustraído a su mirada, Jesús permanece para siempre con ellos, no los abandona, y en la gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos» (nótese que es el mismo argumento que utiliza Benedicto XVI como conclusión de su libro Jesús de Nazaret, vol. II).
Con toda la tradición cristiana y teológica, el Papa pone de relieve que San Lucas sitúa el acontecimiento de la Ascensión al principio de los Hechos de los apóstoles. Y de esta manera se nos presenta la Ascensión como «el eslabón que engancha y une la vida terrena de Jesús a la vida de la Iglesia». En efecto, porque la Iglesia no es otra cosa que el cuerpo místico que sigue aquí viviendo de su cabeza, que ahora ya está en el cielo.
Dos hombres vestidos de blanco invitan a los discípulos a no permanecer inmóviles mirando al cielo, sino a vivir dando testimonio de Jesús. Aquí ve el Papa Francisco, citando a San Bernardo, la unión entre contemplación y acción, pues ambas son necesarias en nuestra vida.
Finalmente destaca cómo la Ascensión del Señor hace posible que Él siga viviendo entre nosotros de un modo nuevo: «Ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno de nosotros».
No estamos solos
De ahí la consecuencia concreta y personal: «En nuestra vida nunca estamos solos: contamos con este abogado que nos espera, que nos defiende. Nunca estamos solos: el Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros se encuentran numerosos hermanos y hermanas que, en el silencio y en el escondimiento, en su vida de familia y de trabajo, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto a nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, que subió al Cielo, abogado para nosotros».
Así pues, por su Ascensión, Jesús es, para siempre, sacerdote y abogado nuestro ante el Padre, guía de nuestra vida y cabeza de esta familia de Dios que es la Iglesia en el mundo. Los cristianos no estamos nunca solos y no debemos dejar solos a los demás; porque esta Vida con Dios, que comienza aquí abajo, nos da la verdadera fraternidad y renueva el mundo, se ofrece libre y amablemente a todos. La Ascensión siembra la semilla de la máxima solidaridad.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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