Los valores, las virtudes que adornan sus vidas les hacen ser reconocidos como líderes indiscutibles
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También nuestro mundo, en el ámbito civil, necesita líderes creíbles, sólidos, que con sus vidas −palabras y obras− sean un ejemplo nítido y gozoso para los hombres. Se tiene que notar que buscan sinceramente el bien común por encima de intereses de partido…
Durante varias semanas el mundo entero ha estado pendiente de dos personas venerables: Benedicto XVI y después su sucesor, Francisco.
Personas de todas las creencias −no sólo los católicos− han reconocido en uno y en otro unas cualidades humanas y espirituales que han suscitado el interés y el afecto de muchos millones de hombres de buena voluntad. Los valores, las virtudes que adornan la vida de Benedicto XVI y Francisco les hacen ser reconocidos como líderes indiscutibles, y les admiran y quieren entrañablemente, y particularmente los católicos siguen gozosa y libremente sus enseñanzas, que por otra parte son las mismas −con los legítimos acentos propios de cada momento− que enseña la Iglesia desde hace veinte siglos.
A todos nos ha servido de ejemplo la humildad y la rectitud de Benedicto XVI, para pasar el timón de la barca a otro Pontífice cuando ha llegado al límite de sus fuerzas. Le ha movido no su conveniencia personal, sino el bien de la Iglesia. Y hasta el último día ha llevado con generosidad el peso de las dificultades, y ha perdonado magnánimamente a quienes le han hecho sufrir con deslealtades muy dolorosas.
Francisco, sin importarle su edad ya relativamente avanzada, ha asumido la carga de llevar el timón, con una confianza total en que, en realidad, quien lleva la barca es Jesucristo. Y como hizo en su día Benedicto XVI, se ha olvidado de su merecido descanso y de su querida tierra y se ha puesto a “navegar” ligero de “equipaje”, prescindiendo de legítimos derechos, y con un corazón grande que tiende “puentes” a todos los hombres −musulmanes, judíos, no creyentes, además de los ortodoxos−, porque todos somos hijos de Dios. Y por supuesto, tanto Benedicto XVI como Francisco poseen una sólida y profunda formación intelectual (doctrinal, teológica…), imprescindible para su importante misión de Magisterio.
Cuando te ves en manos de unos hombres así, que sólo piensan en Dios y en los demás, y se olvidan de sí mismos, confías plenamente en todo lo que proceda de esos “líderes”, que para nada interfieren en las cuestiones opinables de este mundo, pero dan los criterios doctrinales y morales para formar las conciencias adecuadamente.
Nuestro mundo, en el ámbito civil, necesita líderes creíbles, sólidos, que con sus vidas −palabras y obras− sean un ejemplo nítido y gozoso para los hombres. Se tiene que notar que buscan sinceramente el bien común por encima de intereses de partido. Han de ser transparentes y ejemplares en la administración de los bienes materiales que se les encomiendan. Deben ser hombres de convicciones firmes en valores morales que no deberían someterse a los vaivenes de derechas e izquierdas, porque pertenecen no al ámbito de lo opinable, sino a un nivel más profundo (la dignidad de toda vida humana, la institución natural del matrimonio, etc.) que unos y otros deben respetar para no caer en un positivismo relativista carente de consistencia, de mera conveniencia.
Hacen falta hombres y mujeres valiosos, competentes, bien formados, que en lo posible hayan demostrado su valía personal antes de desempeñar un cargo público, con un verdadero afán de servir a la sociedad −y no sólo a su grupo o partido− con su trabajo bien hecho, generoso, y no a “servirse” de ella. Como ha recordado el Papa Francisco a los integrantes del Cuerpo Diplomático estos días, el poder es para servir. Si no hubiera una decisión firme y actualizada de servir, es fácil que el poder se acabe utilizando en beneficio propio, y cediendo en valores imprescindibles en una verdadera democracia.
Juan Moya. Doctor en Medicina y en Derecho Canónico