La diferencia entre creer en la fuerza de la razón o usar la fuerza irracional de la violencia<br /><br />
ABC (Cataluña)
De nuevo tienen que venir de fuera para darnos una lección
Destruir es siempre más fácil que construir. Hacer escarnio de algo o de alguien puede resultar divertido —siempre que el objeto de la burla no sea uno mismo, claro—. Como decía un conocido mío: «¡Critiquemos, critiquemos, que eso de criticar une mucho!». Hemos vivido recientemente varios casos de acciones en contra de las ideas religiosas de los demás.
Parece que algunos no tienen mejor forma de pasar el tiempo que atacando a otros y burlándose de sus creencias: capillas universitarias ocupadas, parodias de procesiones en Semana Santa o cofradías con nombres blasfemos. ¡Qué forma más triste de divertirse!
Mientras Benedicto XVI promueve el Atrio de los gentiles para fomentar el diálogo entre creyentes y no creyentes, una minoría alborotadora decide prescindir del diálogo y divertirse con el insulto fácil y provocador. Es la diferencia entre creer en la fuerza de la razón o usar la fuerza irracional de la violencia. Hay quienes no son capaces de distinguir entre el debate sobre las ideas y el respeto hacia las personas. De nuevo tienen que venir de fuera para darnos una lección.
Hace un par de semanas, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha sentenciado que la presencia de un crucifijo en las aulas no va en contra de ningún derecho. Todo lo contrario: corresponde a los Estados «asegurar, con neutralidad e imparcialidad, el ejercicio de las diversas religiones y credos». Un ejercicio de sana tolerancia, que merecería ser imitado por muchos.
Joan Fontrodona. Profesor del IESE. Universidad de Navarra