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El Prelado agradece a Dios la elección del Papa Francisco, considera la resurrección de Cristo, verdad histórica y fundamento de la fe, e invita a edificar el Reino de Dios en la tierra mediante la preocupación afectiva y efectiva por los más necesitados
Rememora Mons. Javier Echevarría al inicio de su Carta pastoral los momentos de gran importancia, y de los que hemos sido testigos, en la vida de la Iglesia: la elección de un nuevo Romano Pontífice. Como sucede siempre en estos acontecimientos, hemos experimentado la acción del Paráclito y lo que afirmaba Benedicto XVI al comenzar el ministerio petrino: «La Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días (...). La Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos».
Con un gozo grande, unidos a toda la Iglesia –continúa el Prelado−, hemos acogido todas y todos en la Obra la elección del Papa Francisco, que ha traído consigo una ráfaga de espiritualidad, de anhelos de mejora. La festividad de san José, día en el que el nuevo Romano Pontífice dio inicio solemne a su ministerio de Pastor supremo de la Iglesia universal, ha hecho especialmente tangible que el Señor, su Madre Santísima y el santo Patriarca velan por la Iglesia en todo momento; que la Esposa de Cristo nunca se encuentra sola entre los avatares y fluctuaciones que encuentra en el curso de su existencia.
Se refiere a la pregunta que el Santo Padre Francisco se hacía en la Homilía de la Misa de comienzo del ministerio petrino: «¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia?», a la que el mismo Papa respondía, afirmando Mons. Echevarría que como os hice notar antes de la elección, y os confirmé luego −siguiendo en todo a nuestro Padre−, ya queremos al nuevo Papa con inmenso cariño sobrenatural y humano, al tiempo que procuramos apoyar −con abundante oración y mortificación− los primeros pasos de su ministerio, siempre importantes.
En relación con el reciente inicio del tiempo pascual sugiere tratar de ahondar, con la ayuda del Paráclito, en este gran misterio de la fe, sobre el que se apoya −como el edificio sobre sus cimientos− toda la vida cristiana e invita a meditar unas palabras de San Josemaría en su homilía Cristo presente en los cristianos: «Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos (...).
Cristo vive en su Iglesia. "Os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya; porque si Yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 16, 7). Esos eran los designios de Dios: Jesús, muriendo en la Cruz, nos daba el Espíritu de Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad.
De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana. En toda Misa está siempre el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo. Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso. Porque Cristo es el Camino, el Mediador: en Él, lo encontramos todo; fuera de Él, nuestra vida queda vacía. En Jesucristo, e instruidos por Él, nos atrevemos a decir −audemus dicere− Pater noster, Padre nuestro. Nos atrevemos a llamar Padre al Señor de los cielos y de la tierra.
La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo».
Afirma el Prelado que esta soberanía de Nuestro Señor sobre el mundo y la historia en toda su amplitud, exige que sus discípulos nos empeñemos con todas nuestras fuerzas en la edificación de su reino en la tierra. Una tarea que requiere no sólo amar a Dios con todo el corazón y toda el alma, sino amar con caridad afectiva y efectiva, “con obras y de verdad”, a cada uno de nuestros semejantes, de modo especial a quienes se hallan más necesitados, y hace hincapié en que ésta es una de las preocupaciones que el nuevo Papa ha manifestado desde los primeros momentos de su pontificado e ilustrando estas realidades con algunos ejemplos de la vida y predicación del Fundador del Opus Dei.
Ya al final de su Carta, insiste: Hijas e hijos míos, meditemos estas palabras y hagámoslas resonar en los oídos de muchas personas, a fin de que el ‘mandamiento nuevo’ de la caridad brille en la vida de todos y sea −como quería Jesús− el distintivo de todos sus discípulos, y sugiere que a lo largo de este mes, junto al júbilo de la Iglesia por la Pascua y por tener de nuevo a un sucesor de Pedro en la tierra, en nuestro caso se añaden nuevos motivos de gozo: especialmente los aniversarios de la primera Comunión y de la Confirmación de san Josemaría el día 23. ¡Qué buena ocasión para que pidamos al Señor por su intercesión, en las próximas semanas, la luz abundante y la fortaleza del Espíritu Santo, para el Papa Francisco, para la Iglesia Santa, para la humanidad!
Texto completo de la Carta del Prelado del Opus Dei
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