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«... tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón...»
He de confesar que esta mañana he tenido una instantánea pero tremenda y probablemente injusta distracción mientras escuchaba embebido la ingente homilía del obispo de Roma, Francisco.
Escuchaba fascinado por la sencillez y sinceridad de las derivadas existenciales que el papa Francisco desgranaba a partir del papel de custodio que vivió San José.
La tremenda ternura que emana el obispo de Roma, Francisco para con la creación y sobre todo para con los más débiles y necesitados de nosotros sólo pueden venir de una honda persistencia personal en la convicción y en la práctica diaria y detallada de lo que se dice.
Pues bien: me he distraído de la solemne y sencilla homilía, mirando por un instante a los dignatarios políticos sentados a su mano derecha.
Me he distraído pensando en las siembras de odio, muerte y destrucción que quizá distraídamente llamamos guerras. Y me he distraído, sin poder evitarlo, pensando −habrán sido unas décimas de ese instante− en la injusticia e inmoralidad que supone el uso de los drones, que para matar a un presunto enemigo, mata al mismo tiempo, de ordinario, una veintena de personas que en ese momento estaban en o pasaban por su entorno físico.
Y he pensado en ese instante lo que aún nos queda de uno de los grandes pecados de la modernidad (si así se puede hablar para abreviar), que no es otro que el de la justificación (la legalidad y la moralidad) de los medios una vez logrado el fin propuesto. Sin siquiera un mínimo de miradas, no ya antecedentes o de principios, sino meramente colaterales.
En justicia y en legalidad genuinas, el fin no justifica los medios. Los drones son medios que −para algunos− quedan justificados con su estricta lógica consecuencialista: sirven para matar (al haber sido declarados y condenados en secreto, sin más, como terroristas) a un fulano o mengano concreto, o a un par o un puñado de fulanos o menganos concretos. A pesar de su enorme coste económico dicen algunos... Los mismos algunos que no valoran el pesar de su infinito coste moral de vidas humanas sólo vistas como inevitables daños colaterales...
Lo dicho: visto el tenor que tomaba el instante de distracción en medio de la ternura y tersura de la breve y clara homilía de Francisco, lo he ahuyentado como si de un moscón se tratara.
Tiempo habrá para tratar de este grave asunto, si de veras pensamos que vale la pena ser "custodios de la creación". Si no, ¿qué sentido tienen estas palabras, justo antes de mi distracción?:
«... tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón...».
Pienso que no es exagerado pensar que los drones viajan, de suyo, por la periferia de nuestro corazón... Al menos, yo me he sentido confuso y con muy mal sabor de boca al vagar por un instante por estos arrabales de nuestro corazón. Aún endurecido en el consecuencialismo moderno.
Vuelvo a leer la ingente y humilde homilía del obispo de Roma: «No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura...».
Juan José García-Noblejas
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