El reto del nuevo Pontífice es la evangelización del mundo, la vitalidad espiritual de la Iglesia, convocar a los hombres de buena voluntad −que asisten perplejos al espectáculo de una civilización sin recursos morales− a un rearme espiritual de la Humanidad
Tenemos Papa. No aparecía entre los candidatos más nombrados. Los ‘vaticanistas’ se ha visto una vez más sorprendidos por el Espíritu Santo. Miles de personas en la Plaza de San Pedro. Millones de espectadores en todo el mundo. Todos atentos a las palabras del Cardenal Protodiácono: Georgium Marium… ¿Quién? Un nombre que no suena a casi nadie. Desconcierto general. Cardenal Bergoglio. ¿Italiano? No, argentino. Arzobispo de Buenos Aires. El primer Papa americano. El primer Papa jesuita. El primer Papa que adopta el nombre de Francisco. Es sin duda el candidato del Espíritu Santo, el Papa que Dios quiere para estos momentos.
Se asoma por fin al balcón al que se dirigen todas las miradas. Rostro sereno, tranquilo y sonriente. Buona sera! Pide a todos que recemos por el Papa Emérito, Benedicto XVI. ¡Un maravilloso gesto! Todos rezamos por primera vez con el nuevo Pontífice. Y antes de dar la Bendición Urbi et Orbi nos pide que recemos por él. Se inclina y todos, en silencio, pedimos al Señor que ayude e ilumine a su Vicario en la Tierra para que gobierne bien la barca de Pedro. Después, de rodillas, recibimos su bendición. Nos anuncia que mañana irá a rezar a la Virgen. Se despide deseándonos un buen descanso.
Algunos datos para tener en cuenta. El nuevo Papa nació en Buenos Aires en 1936. Fue ordenado sacerdote en 1957 y nombrado Arzobispo de Buenos Aires en 1998. Creado cardenal por Juan Pablo II en 2001, conoce bien la Santa Sede: formó parte de la Comisión para América Latina, fue miembro de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, de la Congregación para el Clero, de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica y del Pontificio Consejo para la Familia.
Los títulos de sus dos últimas obras son muy sugerentes: El verdadero poder es el servicio (2007) y Mente abierta, corazón creyente (2012).
Los polemistas escarbarán en su actuación durante la dictadura y en sus desencuentros con la presidenta de Argentina. Pero una vez más estarán dirigiendo la mirada hacia el lugar equivocado. El Papa Francisco es un hombre de Dios que en sus primeras palabras ha mencionado la fraternidad, la necesidad de caminar con todos para la evangelización a la que está llamada la Iglesia, de modo especial en el nuevo milenio.
El reto del nuevo Pontífice es la evangelización del mundo, la vitalidad espiritual de la Iglesia, convocar a los hombres de buena voluntad −que asisten perplejos al espectáculo de una civilización sin recursos morales− a un rearme espiritual de la Humanidad.
Y eso se hace desde la humildad de san Francisco, un radical abandono en las manos de Dios en favor de sus hermanos los hombres. Y desde el impulso evangelizador de Ignacio de Loyola y Francisco de Javier, que se lanzaron a la renovación de la Iglesia y a la difusión del Evangelio por todo el mundo.
Los gestos son importantes: Dios se hace carne para revelarse a los hombres. Los gestos del nuevo Papa esta tarde son muy elocuentes: unidad con su antecesor, por el que ha rezado con toda la Iglesia; cercanía a su Diócesis de Roma, que está a la cabeza de la Iglesia universal en la caridad; petición de oraciones a los romanos por su Obispo, a los que nos hemos sumado todos; bendición del Papa a los romanos que llenaban la Plaza de San Pedro, a todos los católicos y a todos los hombres de buena voluntad; y referencia filial a la Madonna.
El mundo vuelve a tener alguien que cuida de él.
Tomás Trigo, Profesor en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra