No hago ‘quinielas’, simplemente confío en quienes han de elegir al nuevo papa
javierarnal.wordpress.com
Se dice que a Juan Pablo II se le escuchaba, y a Benedicto VI se le leía, y que entre ambos han logrado un prestigio del Papado a un nivel máximo, algo que necesita −y no poco− la humanidad en nuestros días
Es interesante comprobar en estos días de sede vacante la reacción mundial. El mundo mira a Roma, tal vez más que en otras ocasiones. Y la clave puede estar en el reconocimiento unánime de que el Papa es la máxima autoridad moral del universo, precisamente en unos tiempos revueltos y de zozobra moral.
Juan Pablo II y Benedicto XVI pueden ser las dos caras de una moneda −el papado− que son de una gran relevancia en la historia de la Iglesia. Expertos hay para analizar, probablemente dentro de un tiempo para tener más perspectiva, la dimensión de ambos papados y, tal vez, su complementariedad.
La Iglesia entró en el tercer milenio de la mano de Juan Pablo II, con un pontificado largo y fructífero, centrado en poner en práctica el Concilio Vaticano II. Sin este Papa no se entiende la caída del muro del Este, y para esta afirmación no hace falta ser teólogo, sino mero observador o recordar cómo hasta el mismo Gorbachov subrayó la importancia decisiva de Juan Pablo II en la cascada de libertad que se produjo en el Este de Europa a partir de 1989, en la que Polonia jugó un papel decisivo: casualmente con un Papa polaco en la sede de Pedro. Cayeron muros sin violencia, como naipes, de modo inexplicable.
Poco antes de ser elegido Papa, Ratzinger habló de la “dictadura del relativismo” en nuestro tiempo. Llegaron con profundidad sus palabras. Tal vez ha sido el Papa elegido para continuar la tarea de Juan Pablo II −la otra cara de la moneda−, y en particular para contribuir a derribar el muro del relativismo, que parece justificar un mundo sin Dios.
Se dice que a Juan Pablo II se le escuchaba, y a Benedicto VI se le leía, y que entre ambos han logrado un prestigio del Papado a un nivel máximo, algo que necesita −y no poco− la humanidad en nuestros días. Benedicto XVI, a quien nadie discutía su altura intelectual y teologal, ha sabido llegar a todos con mensajes sencillos y a la vez profundos.
Un breve pontificado, casi 8 años, que deja el listón muy alto, para la Iglesia y para la humanidad. Por eso tengo la sensación de que desde los cinco continentes se mira especialmente a Roma, se espera mucho, y no me parece que se deba a una mera impresión personal tras la multiplicación de medios de comunicación y redes sociales que hoy en día nos proporcionan una ingente información, puntos de vista, enfoques variopintos, tanto de eclesiásticos como de no creyentes.
Los cardenales elegirán a quien estimen más idóneo para ser Papa en estos momentos. Ellos se conocen y en conciencia han de votar, bajo la particular asistencia del Espíritu Santo. En las “quinielas” periodísticas se habla de preferencias, acerca de su origen −que sea de Hispanoamérica, pues allí viven ahora la mayoría de los católicos−, de su raza, de su edad, de su preparación. Algo que se admite es que el “doblete” de Papas recientes ha sido providencial para estos 35 años, de 1979 a 2013, y yo estoy convencido de que lo será quien ahora sea elegido. No hago “quinielas”, simplemente confío en quienes han de elegirlo.