No escuchar, etiquetar y descalificar no son propios de una cultura democrática, sino que huelen a totalitarismo
Dar con el camino adecuado
En su discurso en el Foro de Seguridad de Múnich, JD Vance habló sobre los peligros de la cancelación y la retirada de la libertad de expresión en Europa. Criticó a los líderes europeos por lo que él considera un retroceso en los valores democráticos y la libertad de expresión.
La cultura de la cancelación es un fenómeno social y cultural que se ha vuelto prominente en los últimos años. Se refiere a la práctica de retirar apoyo, ya sea online o en la vida real, a personas, empresas, figuras públicas o instituciones, debido a acciones o declaraciones que se consideran ofensivas, inapropiadas o moralmente cuestionables. Esta retirada de apoyo suele manifestarse en redes sociales, donde se pide a otros usuarios que "cancelen" o boicoteen al individuo o entidad en cuestión.
Como todo se pega, nos podemos aficionar a cancelar a todo aquel que no nos caiga bien, piense de un modo distinto o nos moleste. Los políticos son siempre un referente y sus actos y declaraciones suelen crear escuela. Si los vemos levantando muros, promoviendo cinturones sanitarios, descalificando a los otros, cancelando y estigmatizando, nos puede entrar la afición.
Los peligros de no escuchar, de etiquetar y descalificar, de ignorar, no son propios de una cultura democrática, de una civilización civilizada, moderna. Huelen a totalitarismo, a fundamentalismo y, como enfrentan a la gente, a lucha de clases, donde los vencedores oprimen a los vencidos.
Estoy a favor de la verdad, de la responsabilidad. Pienso que no forman parte de la libertad de expresión las fake news, pero la verdad no necesita de una nueva inquisición que la cuide y proteja. Una característica de lo verdadero es su intrínseca capacidad de darse a conocer, de pervivir. Puede ser amordazada, secuestrada, pero al final será proclamada desde los tejados. Es inmortal.
Con los “cancelados” se debería hablar, discutir, profundizar en sus razones. La cancelación es señal clara de miedo a no tener razón; quizás, remordimiento de obrar mal, tufillo de manipulación. Cerrar las puertas, anular, puede atentar a la libertad, imprescindible en una sociedad democrática. Puede intimidar a quien está en minoría, retraerle a manifestar sus opiniones. Impedir, en caso de que esté equivocado, su redención. El “cancelador”, por su entusiasmo en conservar el bien, puede caer en la precipitación, en juicios temerarios. Además, las campañas de cancelación pueden derivar en acoso y abuso, afectando negativamente la salud mental de las personas involucradas.
Pero, vayamos al Evangelio: “amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros”. Tachar, atacar, ignorar no es cristiano. El enfrentamiento no es propio de los seguidores de Jesús, al que vemos con los brazos abiertos en la cruz, perdonando y acogiendo.
Esta enseñanza de Jesús es muy conveniente en el ámbito familiar. La familia nace del amor y está destinada a transmitir amor. Se supone que los cónyuges han decidido libremente quererse, que son esposos y no contrincantes. Que sus relaciones deben moverse en el ámbito del cariño, de la comprensión, del perdón. Entre marido y mujer se ha colado sibilinamente el ethos del poder, de la lucha de clases, la sospecha, la cancelación por tener sexos opuestos. No es que se hayan perdido los principios de la caridad cristiana, nos olvidamos también del respeto a la persona, de las pautas elementales de la educación.
Como dice el Papa: “para resolver sus problemas de relación, el hombre y la mujer deben, en cambio, hablarse más, escucharse más, conocerse más, quererse más. Deben tratarse con respeto y cooperar con amistad. Con estas bases humanas, sostenidas por la gracia de Dios, es posible proyectar la unión matrimonial y familiar para toda la vida. El vínculo matrimonial y familiar es una cosa seria, lo es para todos, no solo para los creyentes”.
También en la esfera social, en el ámbito de la política, sucede algo similar. No vemos personas sino enemigos. No hay diálogo, no aprendemos del otro. Así nos pasa como con Google, que va estudiando nuestros gustos y el algoritmo solo nos presenta noticias a nuestro estilo, de modo que nuestro horizonte se va estrechando cada vez más. No somos del todo conscientes, pero nos vamos radicalizando, polarizando. Primero ya no caben más que los míos y luego, me quedo solo.
Quien ama, habla bien, incluso de quienes lo maldicen, y les desea lo mejor, que Dios los bendiga. Quien sigue a Cristo reza hasta por aquellos que lo están fastidiando: “rogad por los que os calumnian”. Esta es la revolución de Jesús: compasión, cercanía y ternura.