En estos días terribles, de angustia y dolor indescriptibles en tierras valencianas, han vuelto los héroes. Como Aquiles, han salido del gineceo, decididos a ser ellos mismos; dispuestos hoy, como siempre, a usar su fortaleza para luchar por aquello que aman: su familia, su tierra, sus amigos, sus raíces
Decía Chesterton que el hombre es un incomprendido en el mundo moderno. Hoy, en este mundo actual hipermoderno, el varón recibe otro tipo de calificativos: prescindible, perturbador, machista… No hay confianza en los hombres y no se sienten necesarios. Desde el dogmatismo blindado y la ceguera del fundamentalismo del feminismo radical se le ha extirpado su esencia, aquello que, como decía Aristóteles, nos hace ser lo que somos, y que, en relación con la masculinidad, es esa fortaleza moral, caracterizada por el autocontrol, capaz de proporcionar seguridad y protección a los que le rodean, sin perder por ello la ternura que le es también inherente.
Hoy se le permite ser tierno, afectuoso y sensible, pero se le impide mostrar su fortaleza, bajo pena de ser calificado de «tóxico». Por ello se encuentra confuso, perplejo, perdido, sin saber cómo ser hombre.
Sin embargo, cuando perdemos el bienestar que nos concede permitirnos el lujo de elucubrar entre ideologías delirantes que desprecian la naturaleza propiamente masculina, cuando nos inunda la tragedia y nos damos de bruces con la realidad, resurge de sus cenizas la esencia, la hombría profunda, la virilidad serena, la masculinidad equilibrada, fortaleza y ternura, desde lo más hondo de la intimidad de los hombres buenos dispuestos a encauzar su potencia masculina para la sublime labor de servir.
En estos días terribles, de angustia y dolor indescriptibles en tierras valencianas, han vuelto los héroes. Como Aquiles, han salido del gineceo, decididos a ser ellos mismos; dispuestos hoy, como siempre, a usar su fortaleza para luchar por aquello que aman: su familia, su tierra, sus amigos, sus raíces.
Hombres y mujeres hemos vuelto a ser amigos y compañeros, a confiar el uno en el otro, a complementarnos en una enriquecedora relación sinérgica y simbiótica. Hemos dejado la crispación y hemos retomado la colaboración. Hemos olvidado el enfrentamiento, que nos divide y separa, y hemos recobrado la confianza, que nos une y enriquece haciéndonos más fuertes. Hombres con una fortaleza tierna. Mujeres con una ternura fuerte. Juntos, de nuevo, como siempre debería ser, nos han permitido recobrar la esperanza en la grandeza del ser humano, que, como nos recuerda Kierkegaard, se mide por la de aquello que ama, por el tamaño de su esperanza, por la talla de su contrincante y por la grandeza de aquel en quien deposita su fe.