El autor del libro cree que la filosofía aristotélica puede resultar muy útil en este siglo, marcado por la polarización, ya que promueve la moderación, el término medio, y huye de los extremos
Avance
¿Podría la teoría del justo medio ser útil a un presente marcado por la polarización? ¿Y para cada uno de nosotros? ¿Cuál es la actualidad de Aristóteles, su creador? El catedrático de historia y divulgador filosófico John Sellars está convencido de todo ello y así lo defiende en su libro sobre el Estagirita que acaba de publicar Taurus.
El libro incluye, no podía faltar, un repaso por la trayectoria del singular filósofo que lo fue, pero también fue un científico de primerísimo orden, cuyas teorías sobre la naturaleza estuvieron vigentes durante siglos. Se interesó por el mundo físico, por el metafísico y por la sociedad y cultura de su tiempo. Cuando escribió su famosa frase: «Todos los seres humanos desean, por naturaleza, conocer», manifestaba a la vez un anhelo y un convencimiento profundos, pero hacía además un buen retrato de sí mismo en palabras.
A la hora de valorar su legado, el autor del libro mira hacia su famosa Ética a Nicómaco. En ella se pregunta Aristóteles cuál es el bien supremo, lo que más deseamos. El bien supremo es el fin último de todo lo que hacemos. ¿Existe algo así? Aristóteles cree que sí. La felicidad. ¿Cómo alcanzarla? Cómo nombrarla, en primer término. Aristóteles usaba el término eudaimonia, que podemos traducir como felicidad, pero como subraya el autor de la reseña, Juan Carlos Laviana, quizá fuera más exacto «vida buena». ¿En qué consiste? Aristóteles sigue ofreciendo respuestas: «Un buen humano es, pues, aquel que piensa y actúa de forma racional». Y no solo eso. También se precisa, para ganar la vida buena, ejercitar el músculo de la virtud y practicar; practicar tanto las virtudes intelectuales como las morales hasta hallar el «justo medio». Un reto que se despliega delante de cada persona, pero que también podría (quizá debería) tener implicaciones más allá del ámbito individual. El texto se cierra con el recordatorio de la ley del medio excluido. Aristóteles, como inventor —en esta ocasión— de la lógica, fórmula aquí una afirmación que dice que cualquier proposición sólo puede ser verdadera o falsa: esta división binaria es la idea fundamental sobre la que se asienta el mundo digital en el que vivimos hoy en día. Como concluye la lectura de Juan Carlos Laviana, «Aristóteles no puede estar de más actualidad».
Artículo
El profesor e investigador John Sellars sostiene que, con «Lecciones de Aristóteles» (Taurus, 2024), lo que ha pretendido es mostrar accesible al «mejor filósofo de todos los tiempos». «Un pensador aparentemente tan difícil de leer y una figura de semejante autoridad —aclara— puede resultar intimidante». Su obra es muy prolífica y en este libro se hace «una cata», una degustación de una muestra que nos permita imaginar quién fue realmente Aristóteles y cuál es la magnitud del impacto que ha ejercido en nuestra forma de pensar sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea.
El autor británico cree que la filosofía aristotélica resulta muy útil en este siglo, marcado por la polarización, ya que el filósofo promovía la moderación, el término medio, y evitar los extremos. Afirma que su intención era que fuéramos conscientes de que Aristóteles no tenía respuestas para todo, ni mucho menos, pero, en cambio, fue un «admirable hombre curioso que intentó descifrar el mundo».
John Sellars comienza su libro, probablemente con la intención de acercarnos la figura del filósofo, con el relato de un hecho muy próximo en el tiempo. En 1996, apenas comenzadas las obras del nuevo Museo de Arte Moderno de Atenas, tuvieron que ser interrumpidas tras un descubrimiento sorprendente —algo frecuente en la capital helena—. Se trataba de los cimientos de un patio rectangular, rodeado por paseos porticados en tres de sus lados y con algunas estancias más pequeñas en la parte trasera.
No se tardó en confirmar que se trataba de los restos del Liceo, uno de los tres centros extramuros de aprendizaje que llegaron a funcionar en la ciudad: el que fundó Aristóteles tras pasar por la Academia de Platón, donde se formó durante más de veinte años. Aristóteles siguió fielmente las enseñanzas de su maestro, lo que no fue óbice para que criticara determinados aspectos del pensamiento de su maestro. Se hizo famosa su máxima de que si bien era amigo de Platón, más amigo aún lo era de la verdad.
Ansia de conocimiento
En su libro, Sellars va indagando a través de la obra del filósofo en busca de respuestas que nos resulten útiles en el mundo presente. La pregunta más obvia: ¿qué era la Filosofía para Aristóteles? La respuesta: la búsqueda de conocimiento, la investigación, la actividad más elevada que podía realizar el ser humano, a la que todos deberíamos dedicarnos, al menos de vez en cuando. Eso es la filosofía, «el único camino hacia una vida plena y feliz», «una manifestación de nuestra curiosidad natural en tanto que seres humanos y, en consecuencia, si la descuidamos, la vida que vivamos no será propiamente humana».
Aristóteles arranca su Metafísica con esta frase lapidaria: «Todos los seres humanos desean, por naturaleza, conocer». Llamaba a los temas de la Metafísica «filosofía primera», es decir, el estudio de las características generales y de los fundamentos de todo lo que existe. En su reflexión sobre el ser Aristóteles fue el primero en desarrollar la idea del potencial. Concluía que algo puede ser, al menos de tres maneras: como sustancia (y ponía el ejemplo de una bellota), como atributo o propiedad de una sustancia (su color marrón) y como potencialidad (el árbol que germinará a partir de ella, pero aún no existe).
Mientras la Metafísica se ocupa de lo que es (es decir de lo que no cambia), la Física se ocupa de lo que va a ser (es decir, lo que cambia). Para él la Naturaleza es, ante todo, un conjunto de procesos. Estudia desde la causalidad, la localización y el tiempo hasta la divisibilidad del infinito. Le interesaba el comportamiento de los seres vivos, los animales. De hecho, tras 20 años, deja el Liceo y viaja primero a Assos, Asia Menor, y luego a Lesbos, lugares donde disecciona animales y desarrolla sus detallados estudios de zoología. «En todas las cosas naturales hay algo maravilloso», escribió. Para hacerse una idea de la importancia que concedía a estos estudios, basta saber que sus escritos sobre animales constituyen más de la cuarta parte de su obra.
Se plantea ¿qué es lo que hace que algo esté vivo?, ¿qué distingue a un ser vivo de un cadáver? Los griegos hablaban de la psyche, lo que anima al ser vivo y se muere con él. La traducción como alma puede ser confusa por las connotaciones religiosas del término. «El alma —asegura— es algo así como el principio primero de la vida animal». ¿Cómo se relaciona el alma con el cuerpo? Están tan estrechamente ligados que nunca la encontramos separada de un cuerpo; muchas emociones que atribuimos al alma —la ira, el miedo, el amor— tienen un componente corporal. Nos acaloramos, nos sonrojamos, palidecemos. La capacidad humana que nos distingue de los demás seres vivos es la racionalidad. Según Aristóteles, «la función del ser humano es la actividad del alma conforme a la razón».
Definió a los humanos como animales racionales. Es la razón lo que nos separa de las demás criaturas. Aristóteles no sólo se dedicó a recopilar material para el estudio, sino que fue un paso más allá estableciendo conexiones y sacando conclusiones. Y no solo en las obras sobre biología, sino también en las de lógica, estableciendo las reglas formales para dicho análisis. Con ese paso, sentó las bases de la investigación científica.
Filósofo, científico… e investigador social
En su libro la Política, dedicado al estudio de las comunidades humanas y su organización, define a los hombres como animales sociales. Analiza cómo sería la ciudad Estado ideal y cómo son las ciudades Estado en realidad. Son como el organismo de un ser vivo, cuyas partes asumen una función en beneficio del todo. Debemos evitar los extremos e intentar llegar a un término medio, lo que lleva a Aristóteles a reflexionar sobre lo que denomina «la gente que está en el medio». Lo que hoy llamaríamos la clase media.
Sostiene que las personas son incapaces de mantenerse a sí mismas por sí solas cuando están separadas de la comunidad. Lo ideal sería que la ciudad Estado «estuviera formada, en la medida de lo posible, por personas afines, semejantes». La forma de conseguirlo es ampliar la clase media tanto como se pueda, sacando a la gente de la pobreza, frenando la riqueza excesiva y, en general, reduciendo la desigualdad.
Aristóteles, gran aficionado al teatro, habla en la Poética de los beneficios de la literatura. Lo que comparten todas las artes, según él, es que son tipos de imitación. En el teatro, por ejemplo, «los poetas imitan personas que hacen cosas». Aprendemos por imitación, observando y copiando el comportamiento de los demás. La imitación nos ayuda a entender el mundo que nos rodea.
Los argumentos de las tragedias suelen centrarse en repentinos reveses de la fortuna, algo que podría ocurrirnos a cualquiera de nosotros. Es este reconocimiento lo que confiere al teatro el poder de afectar nuestras emociones. Una buena obra dramática, según el filósofo, debe constituir «una acción completa». Es decir, debe constar de principio, nudo y desenlace. Estructura que aún mantenemos hoy en el teatro, el cine o las series.
Las historias han de ser cercanas, aconseja. Los acontecimientos se producen en contra de lo previsto, pero son siempre causa unos de otros. Podemos disfrutar de una liberación placentera cuando experimentamos acciones extremas como la piedad y el miedo. A eso lo denomina «purificación» (catarsis). Junto a la tragedia y la comedia, menciona la música como un arte que nos provoca la liberación emocional que tanto necesitamos. Considera que «la poesía es más filosófica y más fidedigna que la historia». Porque la historia trata de verdades particulares, como una batalla, pero la poesía expresa verdades universales sobre la condición humana.
El creador de la teoría del justo medio
Tal vez el legado más influyente de Aristóteles haya sido su Ética a Nicómaco. Arranca preguntándose ¿cuál es el bien supremo, lo que más deseamos?, ¿qué perseguimos por sí mismo y qué perseguimos por algún otro motivo? Sostiene que hay bienes instrumentales, como el dinero, que nos sirven para conseguir algo, pero el bien supremo es el fin último de todo lo que hacemos. ¿Existe algo así? Aristóteles cree que sí. La felicidad. El pensador cree que todos queremos la felicidad y esta es el bien supremo. Pero ¿cómo alcanzarla? Aristóteles utilizaba el término eudaimonia, que podemos traducir como felicidad, pero quizá fuera más exacto «vida buena».
Ese estado consistiría en que la vida, en su conjunto, resultara buena desde un punto de vista objetivo y que otras personas fueran capaces de reconocerla. Según él, la función distintiva de los humanos, como ya se ha dicho, es nuestra capacidad de pensar de forma racional. En sus palabras, «la actividad del alma conforme a la razón». Un buen humano es, pues, aquel que piensa y actúa de forma racional.
Otra noción clave en Aristóteles es la virtud, areté (excelencia). No solo «virtud moral». Para vivir una vida buena y feliz necesitamos ser virtuosos, lo que significa desarrollar una serie de rasgos de carácter positivos, propios de un ser humano. Aristóteles distingue entre las virtudes intelectuales» y las «morales». Entre las intelectuales, está la capacidad de adquirir conocimientos, saber hacer cosas, saber tomar decisiones, ser en suma inteligente. Entre las morales, el valor, la moderación, la generosidad y la amistad.
Incluso elaboró una tabla con vicios y virtudes, llevándolos al extremo. Su conclusión es que la verdadera virtud está en el «justo medio». Propone dos opciones de vida. Un modo de vida «político», que asocia con la búsqueda del honor o de la buena reputación. Y la vida contemplativa, la dedicada a intentar comprendernos a nosotros mismos y el mundo que nos rodea.
John Sellars nos ofrece un recorrido apasionante por esta figura de hace casi 2.500 años a la que su maestro, Platón, apodó simplemente «la mente», al que fuera el tutor del joven Alejandro antes de ser Magno, al creador de las bases del pensamiento moderno. Su filosofía no se basa solo en abstracciones, sino que, en su proceso de estudio, inventa algo tan útil como la lógica formal. Por ejemplo, la ley del medio excluido: cualquier proposición sólo puede ser verdadera o falsa. Esta división binaria es la idea fundamental sobre la que se asienta el mundo digital en el que vivimos hoy en día. Aristóteles no puede estar de más actualidad.
Juan Carlos Laviana en nuevarevista.net
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