La lucha olímpica implica superación personal, respeto a las normas, transparencia, perseverancia
Encendido del pebetero durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París
Es una pena que la inauguración de las Olimpiadas de París nos dejé un regusto amargo. El deporte, a pesar de ser competitivo, siempre une, enseña, estimula. Para el buen desarrollo de los juegos se declaraba una “tregua sagrada” que garantizaba un ambiente de paz, de bienestar de todos. También el Papa ha sugerido una tregua pacífica durante estos días, un respeto a todos. El auténtico espíritu olímpico une a los pueblos, a los deportistas y espectadores, tiene como un carácter sagrado.
La primera medalla ganada en España ha sido el bronce en judo de Fran Garrigós. No ha sido una batalla fácil, dice: "En Tokio pensé en dejarlo, pero ha merecido la pena". "Hay que luchar. Tratar de estar lo más cerca del objetivo... Ha sido un buen día. Me he encontrado genial". Pero lo más bonito ha sido el reconocimiento a su entrenador: "Quino es el pilar fundamental de Brunete, es el que ha conseguido todo esto y el que ha hecho posible que estemos todos juntos en ese gimnasio ayudándonos a ser mejores". "Cualquier cosa que le pidas es el primero en estar, es capaz de sacar lo mejor de cada persona".
"Yo siempre les digo que tienen que ser valientes en el judo y en la vida, y más cuando hay problemas; si lo dejas, nunca sabes dónde habrías llegado", cuenta el preparador. Los anima a superarse, a la cultura del esfuerzo, de la lucha por sacar lo mejor. Es curioso que, junto a los juegos, se van desarrollando otros trances políticos y “culturales” con otro acento. En estos no es la deportividad, el esfuerzo, la transparencia, lo que priva. Se trata de salirse con la suya, de mantenerse en el podio, de usar la trapisonda, el juego de palabras -el famoso relato-, para acallar y maniatar al contrincante. El juego limpio no se contempla, tampoco la deportividad de saber perder, de aplaudir al mejor.
Nos dice san Pablo: “Hermanos: esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas… Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.
Hay un nuevo modo de vivir mucho más bonito, amable, exitoso. Tomar como modelo, como maestro y entrenador a Cristo. Quien tiene su espíritu, quien le sigue, ve el mundo desde otra perspectiva. No se deja seducir por la vaciedad: memez, necedad, tontería, sandez, estupidez, bobada, fruslería, nimiedad, vacuidad, según el diccionario de sinónimos.
Hay mucho vacío en algunas posturas actuales. Como el wokismo decadente de la primera parte de la inauguración de los Juegos, que afirma: "Nunca hubo intención de faltar al respeto a ningún grupo religioso. Toda la ceremonia intentó celebrar la tolerancia comunitaria", dijo en rueda de prensa Anne Descamps, portavoz de París 2024. "Creemos que este objetivo se logró. Si la gente se ha sentido ofendida, lo sentimos mucho". Te meten el dedo en el ojo y se extrañan de que te duela.
Cuando falta la verdad de Cristo, su amor, todo es vacuidad, incoherencia. La lucha olímpica implica superación personal, respeto a las normas, transparencia, perseverancia. “La lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria, y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez y, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente, hasta superar el obstáculo”, se lee en Forja.
Sigue diciendo san Josemaría: “En algunos momentos me he fijado cómo relucían los ojos de un deportista, ante los obstáculos que debía superar. ¡Qué victoria! ¡Observad cómo domina esas dificultades! Así nos contempla Dios Nuestro Señor, que ama nuestra lucha: siempre seremos vencedores, porque no nos niega jamás la omnipotencia de su gracia. Y no importa entonces que haya contienda, porque Él no nos abandona”.
La cultura del esfuerzo, del sacrificio, de la sinceridad, nos puede ayudar mucho. Puede contribuir a superar muchos muros divisorios. Nos sirve para sacar lo mejor de nosotros, para nuestro bien y el de los demás. El otro, el que es diferente, el que piensa de un modo distinto, no es un enemigo a extinguir. Es un rival del que puedo aprender y al que puedo respetar y querer.
Los obstáculos que encontramos en la vida: nuestros defectos y miserias, las de los seres queridos, los fallos de la sociedad, … Son útiles, provechosos. Sirven de entrenamiento, como las rutinas que potencian los músculos; lo que nos hace fuertes, olímpicos. ¡Cuánto esfuerzo y sacrificio hay detrás de cada medalla! Y ¡cuánta alegría al conseguirla!