Si dejo espacio en mi corazón al Señor, si le busco y me abro a Él, poco a poco su presencia irá creciendo en mí
Podríamos comenzar preguntándonos si tiene sentido hablar de Dios en nuestro tiempo. Hace unos días visité el Museo Íbero de Jaén. Un gran edificio que va albergando buena parte de nuestra historia; por cierto, que llegué a la conclusión de que no nos diferenciamos tanto de nuestros ancestros. Pero me quiero fijar en el juego de palabras que, los modernos historiadores, comienzan a utilizar para evitar hablar de Cristo. Transcribo: "La historia de los íberos se desarrolló en Andalucía desde el año 650 al año 50 a.n.e. (antes de nuestra era)", (sic).
Se olvidan de que nuestra era comienza con el nacimiento de Jesucristo. Lo chungo es que, en una exposición de monedas romanas se puede leer que los dioses estaban en todas partes. Lo mismo podemos decir de los restos de templos, divinidades y altares domésticos que llenaban los poblados de nuestros sufridos antecesores.
Podemos proclamar otra vez más la muerte de Dios, como lo hizo el pobre Nietzsche: "¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto!”. Es conocido el grafito encontrado cerca de su tumba: “Nietzsche ha muerto, Dios”. Al final, será Dios quien se encargue de nuestro epitafio.
Escribía en el ABC, el 2 de noviembre de 1969, san Josemaría: “En este canto a las riquezas de la fe que es la Epístola a los Gálatas, San Pablo nos dice que el cristiano debe vivir con la libertad que Cristo nos ha ganado. Ese fue el anuncio de Jesús a los primeros cristianos, y eso continuará siendo a lo largo de los siglos: el anuncio de la liberación de la miseria y de la angustia. La historia no está sometida a fuerzas ciegas ni es el resultado del acaso, sino que es la manifestación de las misericordias de Dios Padre. Los pensamientos de Dios están por encima de nuestros pensamientos, dice la Escritura, por eso, confiar en el Señor quiere decir tener fe a pesar de los pesares, yendo más allá de las apariencias. La caridad de Dios –que nos ama eternamente– está detrás de cada acontecimiento, aunque de una manera a veces oculta para nosotros”.
Dios no solo vive, sino que es nuestra vida. Alister McGrath en La ciencia desde la fe. Los conocimientos científicos no cuestionan la existencia de Dios afirma que la ciencia nos proporciona un modo de ver las cosas, pero no es un conocimiento exhaustivo. La reflexión filosófica y religiosa nos dan una mayor claridad y sentido del mundo. La religión enriquece el discurso científico y conduce a una comprensión más rica del hombre, de la vida. Da sentido a nuestro vivir, nos abre al futuro con seguridad.
Leemos en el profeta Ezequiel: “Esto dice el Señor Dios: También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto. Se hará un cedro magnífico. Aves de todas clases anidarán en él; anidarán al abrigo de sus ramas”. Para Dios siempre hay brotes verdes, pero vienen con Él.
Me encuentro con mucha gente a la que Dios alegra su vida. Yo mismo me siento profundamente querido y mimado por Dios, feliz y realizado. Veo que Su mano me va conduciendo desde pequeño. Colma mis sueños, va por delante. Experimento en mi día a día aquello que decía Benedicto XVI: “Dios no quita nada y lo da todo, todo”.
Hace unos días pude asistir a una mesa redonda sobre la vida. Me entusiasmó ver unas madres jóvenes, buenas profesionales, modernas y guapas, comentando todo lo que la maternidad había aportado a sus vidas. Pensé que estaba frente a las grandes heroínas del Antiguo Testamento: Ester, Judit, Rut. Una auténtica revolución. Felices de ir contracorriente, viviendo una vida apoyada y centrada en Dios.
El Papa acaba de anunciar que se declarará santo a un joven millennial de quince años, Carlo Acutis. Por otra parte, también se ha extendido la fama de santidad del joven Pedro Ballester, inglés de origen español y numerario del Opus Dei. La Diócesis de Manchester abrió su proceso de beatificación el año pasado. Estamos, como siempre, en tiempo de santos. Por eso nos debemos preguntar si hay lugar para Dios en nuestra vida. Si veo su presencia cerca de mí, si siento su infinito Amor.
Las cosas importantes hay que cuidarlas, debemos procurar no perderlas. Si dejo espacio en mi corazón al Señor, si le busco y me abro a Él, poco a poco su presencia irá creciendo en mí. “El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano”.