Mi caminar con ELA: Jesús, siendo riqueza inestimable se ha humillado para mendigar mi amor
Ha llegado el momento. Ya está aquí lo que tanto miedo me produce, aquello a lo que nunca quería llegar, mi mayor temor en esta cruz de la ELA. Si quiero seguir viviendo, tengo que hacerme una traqueostomía. Llevo los dos últimos años con esta losa planeando sobre mi cabeza: me rindo o lucho
El cuerpo me pedía rendirme, aunque mi familia quería que me la hiciera; el miedo guiaba mis pensamientos: demasiado dolor y excesiva carga para mi familia. Las razones del mundo son fácilmente asumibles. Incluso puedo llegar a creer que rendirme es amar más y mejor porque aligero su yugo... pero estas razones creo que no son fruto de un amor auténtico, porque en el fondo reducen el amor a una especie de balanza de beneficios y gastos: si ya no compensa seguir amando es que no es amor verdadero. El amor todo lo soporta como dice San Pablo. Es cierto que nuestro amor es el de una naturaleza caída, por lo tanto, imperfecto pero con ayuda de la Gracia aspiramos a que sea divino.
Pensaba también que mi vida no es tan imprescindible: se pueden hacer a que yo ya no esté; esto es cierto.
Es cierto, pero mi vida sí es imprescindible para mi familia -viva o muerta, siempre imprescindible-, pero sobre todo lo es para Dios: todos y cada uno somos imprescindibles porque Dios ha pensado el mundo con cada uno y no podemos faltar; aunque nuestro destino sea dejar este mundo para ir al Cielo, la forma en que nos vamos es importante para Dios.
Cuando le pregunto a Jesús, veo que el camino ancho para mí es no hacer la traqueostomía, y lógicamente no es el que Él me propone. Él me señala la entrega de la vida, que no quiere decir dejarme morir como si la vida no tuviera ya ningún sentido; en mi caso, dar la vida es seguir viviendo. Seguir viviendo es mi camino angosto que lleva a la Vida; para otro enfermo puede ser al revés, pero, por dejarlo claro, Jesús lo que nunca señala como posibilidad es la eutanasia.
Yendo por la senda estrecha podré dar gloria a Dios con mi testimonio de vida y alegría en la circunstancia más dura que me puedo imaginar. Mi vocación de apóstol del sufrimiento -de la que ya hablé en el artículo de mismo nombre se va a consolidar en una vida de alabanza a Dios mostrando al mundo que merece la pena vivir siempre.
Hay unas palabras de Ezequías, recogidas en Isaías 38, 18-19, que me vienen con fuerza en este momento:
El abismo no te da gracias, | ni la muerte te alaba, | ni esperan en tu fidelidad | los que bajan a la fosa.
Los vivos, los vivos son quienes te alaban: | como yo ahora. | El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.
Merece la pena vivir para darle gracias, alabarle y esperar en su fidelidad.
Creo que estoy discerniendo bien la voluntad de Dios para mí, pero si no es así, pido a Dios que ponga remedio y se cumplan sólo sus planes.