Ha venido bien la persistente sequía para que apreciáramos ese elemento incoloro, inodoro e insípido que nos regala la naturaleza
Ya respiramos tranquilos. Tenemos agua en abundancia. Nos habíamos acostumbrado a ese don tan común y sencillo, de modo que no lo valorábamos. Ha venido bien la persistente sequía para que apreciáramos ese elemento incoloro, inodoro e insípido que nos regala la naturaleza. El agua es vida y fuente de bienes.
También el agua está presente en la Pascua. En la liturgia de la Vigilia Pascual se bendice con esta preciosa oración: "Dígnate bendecir esta agua ahora que celebramos la acción admirable de nuestra creación y la maravilla, aún más grande, de nuestra redención. Tú la creaste para hacer fecunda la tierra y para dar alivio y frescor a nuestros cuerpos… Que esta agua, Señor, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo y nos haga participar en el gozo de nuestros hermanos, bautizados en la Pascua".
Es muy bonito ver cómo la vida cristiana, que es vida en Cristo, realza, da cumplimiento e incrementa todo lo humano. Nada ni nadie defiende y protege al hombre, la naturaleza, el espíritu, como Cristo. Si amamos a las personas, la tierra, la familia, la belleza, el amor, la felicidad, debemos acogernos a Cristo. Así lo dice el Vaticano II: "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación".
Recorriendo estos días la sierra de Córdoba me han impresionado las abundantes lluvias que han llenado todos los regatos, arroyos y ríos. ¡Qué bonito es ver verdear los campos, correr las aguas, cantar los ríos! ¡Qué abundante y magnífico es el don de Dios! Los bienes del cielo son gratuitos y generosos. Dios es magnánimo.
Este segundo Domingo de Pascua recibe el nombre del Domingo de la Divina Misericordia. Esta fiesta tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios es Misericordioso y nos ama a todos... "y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia", le dice Nuestro Señor a santa Faustina. En este mensaje se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... "porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil" (Diario de la santa).
Hoy recibirán el bautismo en la Catedral un buen grupo de adultos, veinticinco; cada vez son más frecuentes los bautismos de gente mayor. Desgraciadamente, se está perdiendo la práctica de llevar a los niños al agua regeneradora del bautismo, pero va creciendo el número de los que lo piden después. Vamos a rezar por ellos y agradezcamos la fe de nuestros padres que nos incorporaron a Cristo recién nacidos. Así el Espíritu Santo nos va santificando, nos va configurando con Cristo y nos hace gratos a los ojos de Dios, nuestro Padre.
También son cada vez más frecuentes las grandes desgracias familiares: padres que ponen fin a la vida de sus hijos por celos, por dañar a la madre. Esto, junto a los abortos, a las rupturas familiares, a fuertes dificultades para mantener una familia, es fuente de desesperación. Muchos no encuentran el amor y, por eso, no saben darlo. Hay mucha oscuridad en la sociedad que impide ver el sentido de la vida. Es muy necesaria la misericordia, la esperanza, el amor. En el diálogo con la Samaritana leemos "Jesús le respondió: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva".
"Sacaréis aguas con gozo de la fuente de la salvación", dice el profeta Isaías, y el salmista canta "el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada". Dios nos regala abundante agua viva, cada uno de nosotros puede ser un precioso venero de cristalinas aguas que apague tanta sed como hay. Basta con acudir a Él, a su misericordia; confiar.
Le dice el Señor a santa Faustina: "Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en mi bondad".
La misericordia de Dios es como un río desbordado, siempre está ahí, no se acaba. Nosotros podemos beber de él y ser un manantial para los demás. Perdonar, comprender, curar y acariciar. Regar con esa buena agua y florecerá un vergel a nuestro alrededor.