Alejandro y yo conocimos el caso de David, que estaba inválido y, rezando la novena del siervo de Dios Isidoro Zorzano, quedó sanado.
Pensamos en hacer también la novena y terminarla junto al sepulcro que está en la iglesia San Alberto Magno en Vallecas. Alejandro se lo contó a muchas personas que nos han acompañado en este camino de nueve días.
Hoy hemos ido al sepulcro y hemos rezado la novena, el Ángelus y un Rosario. He ido nerviosa, pensando: está vez, sí.
Hace unos días, hablando con unos amigos de por qué a nosotros no nos cura, yo dije: "ayudamos mucho a Jesús llevando bien nuestras enfermedades". Lo dije estando a mitad de la novena. Y, como excusándome por la incongruencia, dije a Jesús en mi interior: "también te puedo ayudar estando curada".
Estos amigos nos hablaron de un capítulo de The Chosen con un diálogo precioso entre Jesús y Santiago el Menor para comprender el sentido del sufrimiento. Yo creo que lo entiendo ya desde hace mucho tiempo, de hecho, me gusta verme como apóstol del sufrimiento, pero me picó la curiosidad y lo vi (aquí lo puedes ver). Me sentí como Santiago, con mi novena a medio hacer, habiéndole dicho muchas veces que sí a Jesús, que quería ser su apóstol del sufrimiento, y al tiempo reclamando mi milagro.
Por el momento no ha habido curación y sigo siendo su apóstol; hoy le he vuelto a decir que sí. Lo siento más por el pobre Isidoro, que por ahora creo que se queda sin canonización.
AÑADIDO
Quiero añadir algo a mi artículo. Después de estos intentos de curación, me digo a mí misma: "ya no lo intento más" porque me quedo chafada. Me pasó en Santiago de Compostela, en Santo Toribio de Liébana, Roma, Tierra Santa, Lourdes, Fátima, Garabandal, San Giovanni Rotondo, y unas cuantas Misas de sanación.
Pero por la mañana comprendo que si no deseo con todo mi ser ser sanada, mi ofrenda de ser apóstol del sufrimiento tendría poco valor.
Es como la muerte de Jesús; sin Getsemaní parecería menos.