El cambio, el relativismo, el considerar la libertad como poder de elección absoluto, sin la finalidad que marca el bien, nos rompe y descompone
Ahora quien no tiene una colección de másteres, o los está haciendo, no es nadie. Está muy bien lo de la maestría; hay que formarse, pero no es la Universidad la única que lo hace; la vida, la calle, también enseñan. Las vivencias son muy importantes, educan mucho. También los buenos maestros. El coaching está pegando fuerte, pero tampoco hay que recurrir a palabros extranjeros para darse impotencia. El consejo de un amigo, de un padre o de un sacerdote siempre lo hemos tenido y, además, gratis.
Copio: “Coaching es un proceso de acompañamiento reflexivo y creativo, a través del cual un profesional debidamente capacitado, acompaña a sus clientes a conseguir sus objetivos. El coach les inspira a maximizar su potencial personal y profesional, de un modo no directivo”. Lógicamente, un buen profesional debe tener una buena retribución, caché le llaman ahora.
Jesús es el Master por excelencia, Rabí, Maestro le nombraban. Sabe que ir a favor de la corriente es fácil, pero que no siempre es así, que llegan las cuestas, el cansancio, le enfermedad y la incomprensión: la cruz. Este domingo contemplamos la escena de la Transfiguración; en ella, los apóstoles son invitados a contemplar el rostro radiante de Jesús. Ven lo bueno y bonito que es estar con Él; esto les ayudará a llevar mejor el encontronazo con la Pasión: “Pedro, tomando la palabra, le dice a Jesús: Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Sabemos de sobra que en la vida hay claroscuros. El curso natural de nuestra existencia es muy variado y rico en acontecimientos. Es propio de los estados de ánimo cambiar mucho; pero nosotros siempre somos el mismo. Esta unidad de ser, de finalidad, de dirección en el obrar, es muy importante, da sentido a nuestra existencia. El cambio, el relativismo, el considerar la libertad como poder de elección absoluto, sin la finalidad que marca el bien, nos rompe y descompone. Hace añicos a la persona, como se descompone la imagen impresa en un cristal. Todo vuela.
La Iglesia, experta en humanidad, mira a Cristo, el hombre perfecto, y aprende de Él. Nos enseña a ser felices, a ser fieles a nuestro amor a pesar de las dificultades, de la contrariedad, del pecado. Nos da motivos para seguir adelante en el camino que libremente hemos elegido; también en las cuestas arriba, en los recodos y en los oscuros desfiladeros.
Enseñaba Benedicto XVI: “Para nosotros, los hombres, la potencia, el poder siempre se identifica con la capacidad de destruir, de hacer el mal. Pero el verdadero concepto de omnipotencia que se manifiesta en Cristo es precisamente lo contrario: en él la verdadera omnipotencia es amar hasta tal punto que Dios puede sufrir: aquí se muestra su verdadera omnipotencia, que puede llegar hasta el punto de un amor que sufre por nosotros. Y así vemos que él es el verdadero Dios y el verdadero Dios, que es amor, es poder: el poder del amor”.
La fe en Dios, en su cuidado amoroso, no es para que nos solucione los problemas, para hacer que nuestro camino sea más plácido y andadero. El poder divino no se manifiesta en el triunfo, sino en el amor. Jesús enseñará a los suyos que su amor es un amor crucificado y que nunca muere. Que de la Cruz brota la vida. Que siempre hay esperanza, que no nos ofrece un camino fácil, sino una vida enamorada.
De todos modos, los buenos momentos son necesarios, queridos por Dios. La fiesta forma parte del camino católico, es más, somos los más festivos y, esta tierra bien que lo manifiesta. En el Evangelio de hoy, el Maestro, nos muestra el resplandor del cielo: “¡Qué bien se está aquí!”. Pero Él seguirá el camino hacia Jerusalén, al Calvario. Junto a la piedra de la crucifixión está la roca removida que cubría su sepultura, todo acaba con la gloria de la Resurrección.
Un buen coaching enseña a triunfar desde el esfuerzo, la paciencia, la perseverancia. Nos hace ver que lo que vale, cuesta. Esta misión es para todos los que tenemos responsabilidades: padres, educadores, entrenadores, sacerdotes, catequistas. El todo lo que apetece a la primera y sin dificultades no existe, no es humano y, por supuesto, cristiano.
El matrimonio, la familia, la vida cristiana es muy bonita y lo es en sus dificultades, por sus dificultades. Hay que enfrentarse a ellos con coraje, con fuerza de voluntad, con valentía, sabiendo que lograremos alcanzar nuestros sueños, metas e ilusiones a pesar de todo: de nuestras miserias y las de los otros.
Nos enseña el Papa: “Permanecer con Jesús requiere la valentía de dejar. ¿Dejar qué? Nuestros vicios y nuestros pecados, por supuesto, que son como anclas que nos sujetan a la orilla y nos impiden remar mar adentro. Pero hay que dejar también lo que nos impide vivir plenamente, como los miedos, los cálculos egoístas, las garantías de estar seguro viviendo una vida mediocre. Y también hay que renunciar al tiempo que se pierde en tantas cosas inútiles”.