Cada vez hay más gente inmadura, infantilizada, que vive en su mundo rosa, lejos de la realidad
Hay un suceso que no podré olvidar nunca. Dando un paseo precioso por el campo, una persona muy cercana y querida me abrió su corazón. Mientras hablaba, iba interpretando lo que me decía; le escuchaba con los oídos, pero con la imaginación iba construyendo el relato que más me gustaba. El resultado fue que no me enteré de lo que me estaba contando. Perdí la ocasión de hacerme cargo de qué le pasaba; con mis ganas de ayudar, con mis sueños, le dejé tirado.
No es fácil escuchar. Es todo un arte, es una forma de expresión del ser humano que utiliza diversos recursos estéticos y comunicativos para transmitir ideas, emociones y visiones del mundo. El arte es una habilidad que se perfecciona con el estudio, el trabajo, la dedicación. Cuando falta este ingenio podemos aislarnos fácilmente y perder la conexión con la verdad.
En un mundo lleno de conexiones, podemos vivir muy desconectados de los nuestros, de la realidad. Cada vez hay más gente inmadura, infantilizada, que vive en su mundo rosa, lejos de la realidad. Piensan que saben amar, que son OK; se sienten orgullosos de sí mismos, pero hacen el ridículo. No son conscientes del daño que se están haciendo. Viven desconectados.
Hoy leemos el suceso del joven Samuel en el templo. Oía que le llamaban y pensaba que era el sacerdote Elí; cuando en realidad era Dios. “Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor”, dice la Biblia.
En una catequesis de primera comunión sugerí que hablaran con Jesús y que le escucharan. Un niño me dijo que Dios nunca le había hablado. Le respondí que igual no se había dado cuenta; que Él no habla como lo hacen los hombres. Por ejemplo, nos puede hacer ver que en alguna ocasión hemos actuado mal, que podríamos mejorar en esto y aquello… Inmediatamente, otro niño levantó la mano y dijo: “Pues a mí me habla mucho”.
Dios nos habla. Constantemente. Habla con palabras y también con obras, con la vida. Tiene un lenguaje más rico que el nuestro. Es capaz de tocar nuestro interior, de llegar a los rincones secretos de nuestro yo. Se puede servir de un sinfín de acontecimientos: un recuerdo, una imagen, el arte, la naturaleza, un sueño… Es importante estar atentos; ser conscientes de que responderá a cualquier pregunta que le hagamos. Él escucha siempre y llega a todo.
En una ocasión le preguntaron a san Juan Pablo II si no estaba un poco cansado de tanta enfermedad. Respondió que se planteaba qué quería decirle Dios con esa nueva dolencia. La cuestión es preguntarse qué me está diciendo el Señor con este acontecimiento. ¿Qué espera de mí?
Para escuchar, para saber captar lo que pasa, se necesita silencio, tranquilidad. En medio de un centro comercial, en una hora punta, lleno de gente, con la música a tope, no se puede tener una conversación íntima, no se puede cerrar una transacción. Falta recogimiento, las condiciones de serenidad para valorar lo que se dice, para poder tomar una decisión libre.
El Evangelio nos relata la llamada de los primeros Apóstoles. Jesús, viendo que le seguían Andrés y Juan, les dice: “¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: -Rabbí, que significa: Maestro-, ¿dónde vives? Les respondió: -Venid y veréis. Fueron y vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima”. Antes de seguirle, pasan la tarde con Él, le ven, le escuchan. Así toman la gozosa decisión de ser discípulos suyos.
Para escuchar, para discernir, hay que tomarse un tiempo. Saber esperar, no precipitarse y, cuando la cosa está más o menos clara, tomar la decisión. Tampoco es aconsejable dilatar sine die las decisiones.
Procurando conectar con los demás nos hacemos más cercanos; los tomamos en cuenta, los valoramos. Escuchar es una forma de respetar, de mostrar interés. Lo hacemos no solo con el oído; los gestos, las posturas, la mirada, los silencios, pueden decir más que las palabras. Escuchar no es lo mismo que oír; exige esfuerzo, atención, interés. Esto nos enriquece, ya que conocemos las opiniones y posturas del otro. Escuchando ganamos los dos: yo aumento en sabiduría y el otro se siente querido, valorado.
El Papa desea que 2024 sea: “Un año de la oración para que nuestros templos estén un poco más abiertos, para que cuidemos el silencio orante, antes, en medio y después de cada una de las celebraciones. ¡Un año de la oración vivido en medio de nuestro Año Jubilar del Corazón de Jesús, en el que diciendo ¡Maranatha!; El Señor nos responde y nos dice: Venid a mí. Que cada día de este año 2024 encontremos un momento, un lugar, un tiempo para estar a solas con quien sabemos que nos ama, para tratar de amistad con Él, para experimentar la misericordia de su corazón y para entrelazar el latido de nuestro corazón con los latidos profundos del Corazón de Jesús”.