«Pieper no quiere hablar de sí, sino transmitir la verdad». Rafael Alvira
Avance
Josef Pieper (1904-1997), filósofo, catedrático durante muchos años en la Universidad de Münster, es uno de los pensadores católicos más influyentes del siglo XX. Realizó una profunda relectura de Tomás de Aquino y lo puso al servicio de la cultura actual. Casi toda su abundante obra está traducida al español, como Las virtudes fundamentales, El ocio y la vida intelectual y Una teoría de la fiesta.
Los ensayos de Josef Pieper colman «a la perfección la idea que en alguna ocasión brindó Ortega, al sugerir que se hiciesen libros que se pudieran guardar en el bolsillo y que fuesen tan manejables y necesarios como los pañuelos», escribió Vicente Marrero en 1968. Los breves tratados de Pieper son «pequeñas obras maestras», según Romano Guardini. Esas palabras de Marrero y Guardini, de los años sesenta y setenta del siglo XX, se pueden aplicar ahora en 2023, con ocasión de Escritos autobiográficos, la nueva obra de Pieper para el lector en español. En ella, señala Alvira, nos convencemos de que «esa persona que dice buscar la verdad es él mismo un hombre verdadero». Pieper es una «personalidad que une el oído y la mirada estéticos, con el gusto por la exposición». Es «un maestro, tanto en la expresión oral como en la escrita» (el premio Nobel T. S. Eliot ha prologado la traducción de algunas de sus obras al inglés). Pero Pieper es sobre todo firme «en la búsqueda de la verdad». Escritos autobiográficos es un marcado ejemplo de todas esas buenas calidades: filosofía profunda pero comprensible y asequible, literatura de calidad, búsqueda apasionada de la verdad.
Pieper —subraya Alvira— «tenía rasgos caracterológicos de artista». No era el sabio despistado, sino que se fijaba en cada detalle: «Se percibía su inmediata atención ante cada manifestación de belleza, lo cual valía tanto para el mundo entorno como para sí mismo». Su principal rasgo de artista, para Alvira, era «su interés por su propia vida, lo cual se despliega a la perfección en esta autobiografía». Pieper hace fácil lo difícil: abre honduras a quienes inicialmente no se sienten capacitados ni quizás interesados en las aventuras del espíritu. Eso supone «un trabajo impresionante de “troquelar” cada frase, mediante la elección de los términos más adecuados y la búsqueda de la exposición más clara».
En Escritos autobiográficos queda muy bien reflejada la personalidad de Pieper. Dice Pieper de un docente suyo: «Para sus alumnos este profesor fue un verdadero don. De manera implacable e inmisericorde insistía en que teníamos que saber siempre de qué hablábamos. Y si alguien venía con una “filosofía” terminológicamente refinada, que acababa de aprender en algún libro, bajo sus preguntas, socráticas e irónicas tenía que acomodarse, le gustara o no, al simple lenguaje humano, con el resultado de que esos pomposos teoremas quedaban reducidos ante nuestros ojos, en el mejor de los casos, a verdades de Perogrullo».
Pieper subraya que «“razón” (Vernunft) viene de percibir (vernehmen), pero nadie puede percibir algo si no calla; solo quien calla, escucha». De otro maestro suyo, Stanislaus von Dunin-Borkowski, afirma: «[Era] una de las muy pocas personas que he conocido a quienes no dudaría en reconocer el atributo de la “sabiduría”: por la serena magnanimidad con que, sin ningún rastro de concesión en los principios, admitía y ponía ante nuestra mirada las infinitas posibilidades de la libertad; pero sobre todo, por su arrolladora bondad». Por el contrario, cuando Pieper estudiaba Derecho en la Universidad de Berlín, en el invierno de 1926/27, comenta del profesor Eduard Kohlrausch: «Por entonces, Eduard Kohlrausch, una eminencia entre los juristas de aquellos años, comenzó su curso sobre “Derecho penal general” con la definición: “Crimen es aquello que recibe una pena”. En mi cuaderno de notas pinté junto a esta frase, anotada palabra por palabra, un enorme signo de interrogación, con más y más adornos a medida que pasaba la clase». Cuando pocos años después los nazis se hicieron con el poder, simplemente transformaron «en política práctica la doctrina positivista que Kohlrausch mismo había enseñado desde hacía decenios en su cátedra».
is escritos tienen forma de suite musical». Vicente Marrero (ABC, Madrid, 07/03/68) asegura que Josef Pieper se lo dijo así, durante una de las estancias del autor westfaliano en Madrid. Y, ciertamente, la afirmación vale para estos Escritos autobiográficos —«piezas sueltas» en secuencia cronológica, y con tono semejante—, cuya publicación original alemana ocupaba tres volúmenes y ahora ven la luz por primera vez en su versión española, reunidos en un único tomo. En lo que he podido averiguar, es la primera vez, en general, que se presentan en esta forma, semejante a lo que sucedió con los escritos sobre las virtudes, cuya primera edición en un único volumen se hizo también en lengua española (Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid, 1976).
Las cifras de ejemplares vendidos de los escritos de Pieper sobrepasaban ya hace años el millón, en quince idiomas, y una parte de ellos están en español, lengua a la que se han vertido muchos de sus textos, aunque no todas las traducciones tienen —según mi criterio— la misma calidad excepcional de la que aquí se presenta, al cuidado del prof. Juan Francisco Franck. Se trata, en mi opinión, de una traducción magnífica, lo que, tratándose de Josef Pieper, tiene un mérito muy especial. Es bien conocida la dificultad de toda traducción de escritos valiosos en el área humanística, pero en el caso que nos ocupa ello aumenta porque el propósito explícito de Pieper fue entregar textos de clara y fácil lectura, que permitieran «deslizarse» por ellos, sin que perdieran profundidad, pues su finalidad no es otra que invitar a cualquier lector a una reflexión filosófica sobre temas antropológicos fundamentales.
Pieper intenta —para decirlo en términos sencillos— hacer fácil lo difícil, abrir honduras a quienes inicialmente no se sentían capacitados ni quizás interesados en tales aventuras del espíritu. Eso implica un trabajo impresionante de «troquelar» cada frase, mediante la elección de los términos más adecuados y la búsqueda de la exposición más clara; y además consigue ser conciso, evitando largas exposiciones que, aunque puedan contribuir a la comprensión, cansen al lector. El resultado es un estilo impresionante en su sencillez y cuya compleja construcción se descubre sólo —a mí mismo me ha sucedido— cuando intentas traducirlo bien.
Estamos ante una personalidad que une el oído y la mirada estéticos, con el gusto por la exposición —es un maestro, tanto en la expresión oral como en la escrita—, y la seria firmeza en la búsqueda de la verdad. Esta autobiografía es un marcado ejemplo de ello. Cualquiera que conociera un poco a su autor —yo tuve esa suerte— se daba cuenta de que tenía rasgos caracterológicos de artista. Se fijaba en cada detalle —nada de «sabio despistado»— y se percibía su inmediata atención ante cada manifestación de belleza, lo cual valía tanto para el mundo entorno como para sí mismo: tenía siempre una sencilla elegancia en el vestir y en su actuar, con un estilo de gentleman británico. Pero, sobre todo, para mí su principal rasgo de artista era su interés por su propia vida, lo cual se despliega a la perfección en esta autobiografía.
Hay quienes escriben sus memorias porque se encandilan con su vida, arrastrados por la vanidad; otros, para justificarse; también son numerosos los que la utilizan para reivindicar que fueron testigos de una época, o para dar lecciones de sabiduría práctica, moral, educativa. En mi opinión, nada de esto conviene a la obra que aquí se publica. El autor no es un vanidoso, sino un hombre sencillo, atento y social; su texto tampoco pretende retratar una época —aunque da muchas indicaciones útiles para ello—; ni dar lecciones de moral, política o educación. Tampoco escribe un tratado filosófico. Es un relato en primera persona de una sustanciosa serie de lances seleccionados de su vida. El estilo —como ya queda apuntado— es terso, sencillo, y el contenido, lleno de interés por la riqueza de las vivencias presentadas.
Por supuesto, este relato captará la atención, en primer lugar, de todos aquellos —son muy numerosos, pues la venta de sus libros, que se siguen reeditando, es enorme— que han encontrado en sus obras a un maestro de filosofía excepcional por su saber, su profundidad y su riqueza expresiva. Arrastrará también a los interesados por su época, pues a través de esos destellos de su vida, podrán encontrar un cuadro histórico encarnado en personajes y ambientes tan numerosos como variados. Y atraerá mucho a los que, simplemente, son amantes del relato literario, en el que Pieper es consumado maestro.
No es casualidad que el Archivo de la Literatura Alemana le pidiera sus manuscritos. Él mismo —miembro, a su vez, de la Academia Alemana de la Lengua y la Poesía— se concibió tan escritor como filósofo, y su obra es la cristalización de esa simbiosis. Las referencias en sus escritos se dirigen tanto a «filósofos» como a «escritores», configurando un arco de amplia riqueza. Junto a ello, su sencillez y claridad expositiva le han ganado incontables lectores, aunque también el desdén de algunos críticos que echaban de menos en él un estilo más «profesoral». Como señala su discípulo y editor de sus Obras Completas, Berthold Wald, (Die Tagespost, 23/06/22), famosos portaestandartes de líneas filosóficas establecidas y de moda, alejados de sus ideas fundamentales, lo tenían, sin embargo, en alta consideración —léase Adorno, Horkheimer o el mismo Heidegger—.
A Pieper le gustaba instalarse en lo que él llamaba «la gran tradición», pues en ella se encuentran los que en serio se han puesto en camino hacia la verdad. El fue el último de ellos. ¿Qué significa adentrarse en la tradición? Tomar la actitud de amor al saber, que lleva tanto al humilde aprendizaje como al descubrimiento continuo de novedades escondidas en la riqueza inexhaurible de lo real. En esa «gran tradición», Platón y —sobre todo— Tomás de Aquino, ocupaban un lugar central, pero compartido con otros muchos. Desde este punto de vista, Pieper es un autor inclasificable, pese a que algunos han buscado encasillarlo, pero lo que escribe es siempre suyo, porque o lo ha pensado por su cuenta, o lo ha hecho propio. Es él, sólo que desde ese «él» Pieper no quiere hablar de sí, sino transmitir la verdad.
Es otra de las ventajas de su autobiografía: en ella el lector se convence de que esa persona que dice buscar la verdad es él mismo un hombre verdadero. Lo es ya sólo como «notario» de los hechos. Es impresionante el trabajo y la constancia con la que durante años fue recogiendo detalles de lo que vivía. Compartí con él alguna de las vivencias que relata, y es admirable con qué precisión tenía anotado todo. Además, su sencillez expositiva desarma a cualquiera que se acerque al texto con intención de crítica destructiva. Y defiende sus puntos de vista con total respeto a los que puedan pensar de otra manera, pero sin caer en componendas de mala «política». Me hubiera gustado tratar con él alguna de sus varias referencias a España —país que visitó varias veces y por el que mostró mucho interés—, porque mi enfoque variaba un poco del suyo, pero en las conversaciones que tuve con él no hablamos de esto.
La temática habitual en las conversaciones que mantuvimos era la misma que la de estos escritos: filosofía y persona, lo que reflejaba su vocación de fondo: realizar una antropología filosófica «encarnada». No era un pensador existencialista, sino existencial. El anclaje metafísico que en otros autores hubiera llevado a grandes disquisiciones teóricas alejadas de la vida cotidiana, encajaba, por el contrario, en su caso, perfectamente con reflexiones que servían para el día a día de la vida personal. Cabría decir que era el más profundo de los intérpretes de la vida «normal» y el más normal de los intérpretes de la vida profunda.
Esa forma de ser y de pensar es su sello inconfundible, como se mostró ya muy pronto con el primero de sus «clásicos»: El ocio y la vida intelectual, y continuó a través de multitud de obras, habitualmente breves, de lectura siempre encantadora. Sabía elegir temas que a muchos les hubieran parecido casi impropios de una filosofía seria, pero que él convertía en auténticas obras de arte filosófico y literario. Entre todas, mi debilidad recayó siempre sobre una cuya traducción española lleva el título de Una teoría de la fiesta, una obra magistral. […]
En su obligado retiro de varios meses —por razones militares—, al terminar la guerra, se fue a la biblioteca del pueblo donde le habían destinado, y se leyó los cincuenta pequeños volúmenes del epistolario de Goethe. Le había sorprendido cómo una persona tan «mundana» como él podía repetir tantas veces que «necesitaba el silencio». Recopiló todas las citas y las publicó con sus reflexiones personales (Sobre el silencio de Goethe). Y, en efecto, el silencio es una realidad humana cuya profundidad se deja con frecuencia sin explorar. ¿Qué significa ‘académico’, ‘lo sagrado’, ‘contemplación’, ‘felicidad’, ‘tradición’? son algunos de los conceptos en los que Pieper fija su mirada, tan aguda y tan clara. Tras leerle, parece como si aquello que mencionábamos en nuestro lenguaje coloquial dando por supuesto que lo entendíamos, adquiriera de pronto un relieve insospechado.
Cada análisis pieperiano es una ayuda al lector —académico o no— para conocer al ser humano y para conocerse uno a sí mismo. A ello te conduce, te lleva de la mano con su sencillez y aparente facilidad, apoyado constantemente en la «gran tradición» y en su muy hondo conocimiento —teórico y práctico— de la doctrina y la praxis del catolicismo, que impregnó toda su vida. Estamos ante un autor que no sólo se apoya en bases científicas y humanas muy sólidas, sino que eleva su pensamiento —como algunos ya han subrayado— a un plano casi olvidado en los últimos tiempos: la sabiduría.
Quizás es ese el toque final que ha dado a sus escritos un encanto tan peculiar: un texto sencillo y claro en lo literario, con una sólida base de ciencia humanística, filosófica y teológica, lleno de vida y rebosante de sabiduría. Todo ello impregna las páginas del libro que aquí se presenta. En él no hay tratamientos temáticos, pero se intuyen a través de la riquísima vida del autor. Su manera de ser —independiente y social al mismo tiempo— y su valía personal cautivó muy pronto a profesores y editores. Desde su primera juventud fue apreciado por personas relevantes, y en estos Escritos Autobiográficos aparece un gran número de referencias a aquellos con quienes trabó amistad, trató o simplemente encontró en sus múltiples viajes.
De todo ello el maestro da cuenta cumplida en las páginas de este libro, cuya lectura es un deleite y, por más que suene tópico, me siento inclinado a terminar estas líneas con el añadido de que debemos agradecimiento a Ediciones Cristiandad y al prof. Juan Francisco Franck por el precioso volumen que han puesto en nuestras manos.
Rafael Alvira en nuevarevista.net
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