Llama la atención la cantidad de jóvenes que no tienen claro su futuro profesional
Llama un poco la atención la cantidad de jóvenes que no tienen claro su futuro profesional. No saben qué estudiar o, en caso de haber completado unos estudios, cómo se van a ganar la vida. Es verdad que la dificultad de las ofertas laborales condiciona mucho pero, al menos, sería bueno tener unas aspiraciones, ser conscientes de los talentos que uno pueda tener para ponerlos en valor, para ofertarlos. Habría que tener la ilusión de aportar las capacidades personales a la sociedad.
Esto exige un cierto conocimiento propio, cosa nada fácil. Sigue siendo todo un reto el lema Conócete a ti mismo, aforismo inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos. Nos puede ayudar a comprendernos mejor saber de dónde venimos y a dónde vamos, tener un sentido transcendente de la vida. Si pensamos que somos pura materia, un mono evolucionado, nos perdemos lo fundamental de nuestro ser: provenimos de un pensamiento de Dios, somos fruto del amor de Dios, estamos llamados a realizar cosas grandes. Existo para una misión, tengo todas las cualidades necesarias para llevarla a término. Es en el cumplimiento, en el desarrollo de esa tarea donde me realizo.
Nos enseña la parábola del Evangelio que: “Un hombre, al marcharse de su tierra, llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno solo: a cada uno según su capacidad; y se marchó”. Cada uno tiene los talentos necesarios para poder ser útil y realizarse. Para poder servir; lo que se deshecha es lo que no sirve, lo inútil. Fructificando los talentos que tenemos nos realizamos. Cumpliendo nuestra misión encontramos la plenitud, la felicidad.
Lo triste es errar en el talento, pensar que, como no tengo el que me gusta, el que envidio de mi vecino, no sirvo para nada y me paso la vida lamentando mi mala estrella. Hay personas que se dedican a descubrir talentos, los cazatalentos: los que tienen como ocupación el buscar y encontrar personas con ventajas en algún oficio o actividad, con el fin de reclutarlo y educarlo profesionalmente. En el fútbol están los ojeadores. Tendríamos que tener la habilidad de reconocer nuestros valores, eso que, por gracia divina, podemos hacer muy bien. También los de los seres queridos.
Unos buenos padres, maestros, amigos pueden ayudar mucho haciendo ver las potencialidades de los suyos. La falta de conocimiento propio, los complejos, las heridas que podemos tener nos impiden ver el talento oculto. ¿Cómo conocernos bien? Lo primero sería detectar, pero no de un modo teórico sino vivencial, lo queridos que somos por Dios. Ver todo lo que nos da, cómo nos cuida. No permitir que las legañas nos impidan ver el sol. Tener una mirada positiva, no quedarse en los defectos, en los errores… En poesía, por ejemplo, en el poema Legañas de la poetisa Carmen Conde, las legañas se comparan con las perlas que adornan los ojos de la naturaleza.
La parábola de los talentos nos enseña que debemos cultivar los talentos que tenemos, ya sean muchos o pocos; a no excusarnos con un lamento estéril y enterrarlos; a no cruzarnos de brazos y esperar que sean otros los que trabajen, los que solucionen los problemas. En estos momentos difíciles que estamos viviendo, lo suyo sería dedicarnos a construir, a aportar, lo poco o lo mucho, que esté en nuestras manos. Hacen falta unos buenos cazatalentos que nos despierten, que nos hagan ver lo que podemos hacer por la sociedad. Hay que reconstruir muchas ruinas, techar muchos hogares, curar muchas heridas.
Sería muy bonito escuchar como en la parábola: “Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor”. Ahora es buen momento para desenterrar el talento escondido, para servir, para construir.
“¡Qué tristeza no sacar partido, auténtico rendimiento de todas las facultades, pocas o muchas, que Dios concede al hombre para que se dedique a servir a las almas y a la sociedad (…) –señalaba san Josemaría– ¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: y saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto”.
La Iglesia también nos necesita. Cada uno, en su sitio, puede ser luz, sanar heridas, hacer andar a cojos y hablar a mudos, resucitar muertos. Los padres, animando a sus hijos, ayudándoles a ser fuertes, haciéndoles responsables, transmitiéndoles el tesoro de la fe que recibieron de los suyos. Los amigos quitando legañas, mostrando, con su consejo y cariño, lo mucho que Dios nos quiere. Los empresarios sirviendo a la sociedad creando empleo y riqueza; los trabajadores aportando su esfuerzo sirviendo a los demás. Todos podemos hacer algo, aportar, y de un modo muy especial los que tenemos la suerte de sabernos hijos de Dios.