El treintañero Gilbert K. Chesterton —anglicano, abundante escritor en periódicos, novelista, poeta, conferenciante— no se quedaba ni callado ni al margen de los acontecimientos. Una certera traducción de ‘Ortodoxia’ en Rialp reafirma su actualidad y su valor
Un centenar de años nos queda siempre lejos, como una difícil cordillera nevada. Aunque a su autor no le convencía el título de Ortodoxia, un largo siglo después sigue siendo uno de los ensayos más admirados y leídos de aquel corpulento y grandulón londinense anglicano treintañero, aunque ágil de mente, sociable sin límites y amistoso polemista, Chesterton, que había conquistado temprano el aprecio de los lectores. Dedicó Ortodoxia a su madre. Un éxito. Sin embargo, desde 1908 una cadena montañosa puede haberse hecho más inclemente y cuesta arriba. Que nos ayuden en la travesía se agradece.
De agradecer es la tersa traducción aparecida en la editorial Rialp, la cuarta en lengua española, que facilita la lectura de este libro sobresaliente. Juan Luis Lorda, ingeniero industrial, y luego sacerdote, profesor universitario de Antropología Teológica en la Universidad de Navarra, ensayista y autor de una nutrida bibliografía, colaborador asiduo en diversas cabeceras y medios audiovisuales, director de un colegio mayor, un hombre sensato que no para quieto y recoge y aprovecha las hebras de los minutos, ha logrado una luminosa y veraz versión del original de Orthodoxy. (He calibrado todos los demasiados adjetivos que llevo puestos. Que conste).
Parece un despropósito editar hoy la obra de Chesterton sin notas aclaratorias. O el Quijote o los versos de Quevedo. En el caso del orondo inglés, los cuentos del padre Brown se quedan achatados si no te explican por qué se sonríe ese cura detective al escuchar «Itʼs a suchcrooked nose» («Y qué nariz tan retorcida»), a qué puede saber una copa de Chablis o que la aristocracia se casa en la iglesia de san Jorge en Hanover Square.
En su fluida traslación española el profesor Lorda añade notas que alumbran la interpretación cabal de las trescientas páginas de este volumen fascinante. Pellizco más bien al azar algunos casos. ¿Qué significa vestirse de púrpura y oro? ¿Cómo puede entenderse la frase «… los hados son peor que mortales porque están muertos», «… the fates are worse than deadly; they are dead»? ¿O quiénes, por ejemplo, fueron George Herbert y Henry Vaughan? ¿Qué ocurrió con la blasphemylaw en el Reino Unido? Y más. Parecen menudencias. Son las pestañas para engarzar un topacio en oro blanco.
G. K. Chesterton fue autor prolífico. A lo largo de sus 62 años de vida dio a la imprenta ochenta y tantos volúmenes. Aquel 1908 en que salió Ortodoxia, el primer libro que publicó fue su novela —segunda de las suyas— El hombre que fue Jueves. La subtituló Pesadilla. Una pesadilla controlada, alegre. Pero pesadilla, como el mayor de los pecados: no querer recibir perdón. Eso sí: la novela acaba al amanecer. Y no destejo más la trama de esta especie de alegoría sobre el libre albedrío y la irracionalidad del mal. El 10 de septiembre apareció el segundo libro de aquel año, una colección de veinticinco artículos periodísticos: All Things Considered. Pero como Ortodoxia, escrito a galope, salió quince días más tarde, arrinconó aquellas colaboraciones de prensa.
Sentarse a llenar las nuevas cuartillas obedecía a un desafío. Cuando G. K. tenía 31 recién cumplidos, cierta popularidad y era provocadoramente joven y arremetía contra los intelectuales más granados de finales del XIX —Nietzsche, Georges Bernard Shaw, luego gran amigo suyo; H. G. Wells, Kipling, Henrik Ibsen— sacó su ensayo Herejes (1905), es decir, hombres coherentes pero equivocados «cuya visión de las cosas ofrece la temeridad de diferir de la mía», retaba Chesterton. Era polemista pero respetuoso y dialogante. Su humor añadía humanidad. Un reseñista de Herejes le reprochó que demolía ideas ajenas pero que no exponía su propia visión. Y por eso compuso —tarde pero impetuoso— Ortodoxia.
Lo escribió cuando era anglicano y prometía desarrollar en nueve capítulos el credo de los apóstoles. A su estilo. Caudaloso. Advirtió transformaciones radicales: la división en extremos irreconciliables que el marxismo propugna, lo inhumano del capitalismo, el error de aislar de nuestra civilización la antropología cristiana, el rechazo de la realidad no verificable, la supremacía de los factores económicos, el borrar de la conciencia las fronteras éticas objetivas… ¿Este escepticismo de hoy? La decadencia actual, suicida, procede de la razón desbocada, no de la imaginación, defiende convencido. Y cree de verdad en la alegría y en el gozo. Y en la democracia. Y en lo que nos hace mejorar.