Una sociedad que mira a otra parte, cuando se conculcan los derechos fundamentales de la persona, no es humana
La campaña electoral que nos rodea no es solo cosa de los políticos. Es un buen momento para cumplir con el deber de ser buenos ciudadanos, de pensar en el modelo de sociedad que sirva mejor al bien común, de ejercitar el derecho al voto con responsabilidad.
Hace unos días me comentaba una buena señora que ya tenía decidido su voto, que pensaba votar al partido X. Lo que me llamó la atención fue los motivos que le movían, eran solamente económicos; lo que más le preocupaba era el bienestar material, mantener el modus vivendi; y eso que tiene inquietudes morales. Podemos caer en la trampa de pensar que una sociedad puede salir adelante al margen de los valores, de los principios morales y religiosos; que con una buena administración económica todo funciona bien.
Hay partidos en los que la ideología lo es todo, y otros que renuncian a los principios éticos por puro pragmatismo. En ambos casos se hace caso omiso al bien común, a las necesidades fundamentales de la persona humana. Una sociedad que mira a otra parte, cuando se conculcan los derechos fundamentales de la persona, no es humana.
Hay una serie de dimensiones que nos configuran, que dan sentido a la vida, que velan por su dignidad. El derecho a la vida de todos es inalienable; una sociedad no puede permitirse el derecho o la debilidad de eliminar a otros por edad, salud, economía, etc. No es humano y, por lo tanto, animaliza a quienes hacen, defienden o promueven acciones contra la vida: aborto, eugenesia, suicidio.
Todo lo que se refiere a la libertad es intocable para la dignidad del hombre. La libertad de opinión, de conciencia, de religión; la libertad para educar a los hijos son derechos que corren peligro de ser conculcados. Nadie puede ser obligado a actuar en contra de su conciencia, de sus principios. Nadie puede ser discriminado por su pensamiento político, por ser coherente con sus principios morales o religiosos, por querer transmitir unos valores a sus hijos. Nadie puede ser callado o señalado por expresar respetuosamente sus opiniones.
También es inherente a la condición humana el derecho a poder trabajar, a ganar el sustento, a ejercitar sus habilidades, a ser útil a los demás. Vivir de limosnas, de subvenciones, del trapicheo es indigno y discriminatorio. No hay ciudadanos de segunda a los que se “les echa de comer”. Al igual que todos tienen que poder tener una vivienda digna, suya, conseguida con su esfuerzo. Poder ver que sus manos son útiles, capaces de dar un buen nido a los suyos.
Otro asunto a tener en cuenta es el cuidado y defensa de la familia. Es nuestra institución más querida, la que más valoramos. Esto tendría que reflejarse en los programas electorales. Familia no hay más que una, afirmación que no necesita aclaraciones. Todos necesitamos un entorno familiar seguro, duradero, amable. Contribuye a ello el amor de los padres entre sí; los hijos lo perciben y de ellos aprenden a amar. Tratar con frivolidad los asuntos familiares es minar las raíces de la sociedad. Debemos defender con nuestro voto el futuro de la familia.
Leemos hoy en los Hechos de los Apóstoles: “Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo”. El Señor sube al cielo y ahora somos los cristianos los que tenemos que ser sal y luz.
La sal evita la corrupción, la luz nos muestra la verdad. Es en la vida ordinaria, en el trabajo, en la vida familiar y en la diversión, donde contribuimos a hacer mejor el mundo; pero también tenemos la obligación de participar en la buena marcha de la sociedad. Ahora, con nuestro voto, tenemos una ocasión de oro. Todos deben hacerlo con responsabilidad, es deber de todo ciudadano. Apoyamos al partido que pensamos que mejor puede defender nuestros ideales, al que puede cuidar mejor del bien común.
Las palabras de Jesús a sus discípulos “¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” se nos pueden aplicar perfectamente: ¿qué haces para extender en la sociedad la Buena Nueva? ¿eres tú también camino, verdad y vida para los demás? ¿eres consciente de tu dignidad de cristiano?
Dice el Papa: “La Iglesia somos todos nosotros bautizados. Hoy somos invitados a comprender mejor que Dios nos ha dado la gran dignidad y la responsabilidad de anunciarlo al mundo, de hacerlo accesible a la humanidad. Esta es nuestra dignidad, este es el honor más grande para cada uno de nosotros, ¡de todos los bautizados!” Procuremos dar luz y sabor al mundo con nuestro voto en conciencia.