Aunque no ha sido tan estudiada como otras emociones como la tristeza y la ira, la alegría tiene muchos beneficios para la salud física y mental. Y puede ser fomentada
El miedo, la tristeza, la ira, la sorpresa, el asco y la alegría. Según el modelo Ekman, estas son las seis emociones básicas para el desarrollo natural de un individuo. Sin embargo, en ocasiones se ha confundido la alegría con otros sentimientos agradables como la gratitud y la satisfacción. Pero lo cierto es que la alegría también es un detonante de cambios físicos y psicológicos que pueden llevar a mejorar la salud.
Cuando estamos alegres, nuestra frecuencia cardiaca y nuestra respiración se aceleran, se activa el sistema circulatorio y nuestro estado de ánimo mejora. A nivel cerebral, el lóbulo frontal monitorea nuestro estado emocional y el tálamo ejecuta las respuestas emocionales. La actividad en los puntos relacionados con el placer se distribuye por el sistema nervioso hacia los neurotransmisores, que mandan la señal de liberar opioides naturales como la dopamina, la serotonina y las endorfinas. Estas hormonas del bienestar contribuyen a disminuir los niveles de estrés y a aliviar el dolor físico. A su vez, estar más relajados ayuda a fortalecer el sistema inmune. A la postre, la alegría apoya la longevidad.
Aunque a veces se habla de ellas de forma indiferenciada, estar alegre no es lo mismo que ser feliz. La alegría es una respuesta emocional que se siente de manera natural, igual que el asco o la sorpresa. Incluso la manera en la que la expresamos físicamente difiere: cuando estamos alegres surge lo que se conoce como sonrisa Duchenne, un gesto involuntario que involucra no solo los labios sino también los ojos. Este tipo de sonrisa mejora la salud física, hace que sea más fácil recuperarse de una enfermedad y nos lleva a tener vínculos más fuertes con los demás.
Aunque a veces se habla de ellas de forma indiferenciada, estar alegre no es lo mismo que ser feliz
Según el Centro para el Avance del Bienestar de la Universidad George Mason, la alegría va más allá de sentirse satisfecho: se relaciona con lograr algo que hemos querido durante un largo tiempo y el resultado acaba superando nuestras expectativas. La constituyen, entonces, dos momentos: cuando sabemos que algo que anhelábamos se ha realizado y cuando percibimos que es mayor de lo que esperábamos. Por un lado está el factor sorpresa y por el otro el factor «bendición». También la experimentamos cuando sentimos que nuestra vida está siendo bien vivida.
Entonces, ¿es la alegría un estado temporal o un rasgo de personalidad? La respuesta que dan los investigadores JolantaBurke y Padraic J. Dunne es que son ambos. Puede ser tanto que nos sentimos alegres en un momento determinado como una tendencia a experimentar alegría con más frecuencia que otras personas. Algunas investigaciones han encontrado que esta capacidad podría ser una predisposición que viene de los genes, pues alrededor del 30% de la gente tiene «plasticidad genética». Esto significa que tienen una alta influencia del entorno y la capacidad de aprender técnicas para inducir la alegría lo cual hace que les sea más fácil experimentarla después.
La mayoría de la gente pierde la alegría cuando se enfrenta a momentos difíciles, cuando las circunstancias no están saliendo de la forma en que esperaba y el panorama parece sombrío. Esto sucede particularmente si se viven infortunios en las principales áreas de la vida: la familia, la pareja, las amistades, la salud y el trabajo.
Quizá por eso se ha encontrado que la alegría tiene que ver con la gratitud. Sentirnos agradecidos por nuestras circunstancias vitales nos ayuda a sentirnos más alegres en el futuro, generando una suerte de espiral in crescendo. No son lo mismo, pero se apoyan mutuamente: la gratitud hace crecer la alegría y la alegría hace crecer la gratitud.
¿Cómo fomentarla?
La alegría es esencial para el bienestar subjetivo y, por ende, «también necesita de entrenamiento», como afirma la doctora María Inés López-Ibor, autora del libro En busca de la alegría. Como todo hábito, hay que cultivarla y algunas actividades específicas pueden ayudar. Por ejemplo, el ejercicio físico: no solo contribuye a la liberación de endorfinas, sino que el sentimiento de logro por cumplir una meta de la que no nos creíamos capaces nos hace sentir alegres.
Compartir comida o cocinar con la familia y amigos también puede hacer que sintamos alegría: además de que estar en compañía de otros contribuye a estar contentos, comer con otras personas puede estimular el «florecimiento psicológico», considerado el nivel más alto de bienestar.
Otra forma recomendada es escribir lo que sentimos. Un experimento demostró que participantes que escribieron durante 20 minutos al día a lo largo de tres meses sobre experiencias positivas como ver a un ser querido volver a casa o ver caminar a su hijo por primera vez tuvieron un estado de ánimo mucho mejor que quienes escribieron sobre cualquier otro tema.
Asimismo, caminar en la naturaleza, acariciar una mascota o abrazar a alguien que queremos mucho mejoran el estado de ánimo. Pero también funciona engañar al cerebro. Se ha demostrado que forzar una sonrisa o simular que nos reímos desata las mismas reacciones químicas y fisiológicas y puede contribuir a mejorar la salud física y mental.
Mariana Toro Nader en ethic.es
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