Alcanzan su sentido por la realidad que celebran: se recibe por primera vez el Cuerpo de Cristo
A lo largo del curso he disfrutado mucho con los niños que se preparaban para la primera comunión. Es una edad muy bonita en la que se tiene una especial sensibilidad para las cosas de Dios. El alma, que es naturalmente cristiana, cuando encuentra un entorno propicio, bien cultivado, se eleva hacia Dios. La catequesis de la primera comunión es una ocasión estupenda para dar sentido a la vida de los niños, para darles grandes esperanzas, seguridad, para que sepan que son amados por Alguien de un modo grande, incondicional.
La primera comunión es una fiesta que alcanza su sentido por su contenido, por la realidad que se celebra: se recibe por primera vez el Cuerpo de Cristo; esto es, el Hijo de Dios hecho hombre, escondido en un pedazo de pan, viene realmente a nosotros, a nuestro corazón. Es un acontecimiento de fe, sobrenatural, real. No es una pantomima. Cuando se tiene el corazón preparado, cuando la mente no ha sido contaminada, ni la voluntad pervertida, cuando hay una buena formación se entiende muy bien. Jesucristo instituyó la Eucaristía en la Última Cena el Jueves Santo; dijo: “Esto es mi cuerpo”. Como Dios no puede mentir y es todopoderoso, su palabra se cumple: el pan ya no es pan, aunque lo parezca, es su Cuerpo.
Los niños lo entienden muy bien y es sobrecogedor verlos con qué ilusión se preparan para ese momento, con qué fe lo viven, cuánto bien les hace. Lo único que tenemos que hacer los mayores es no distraerles con miles de regalos, con celebraciones desproporcionadas. Las primeras comuniones no son bodas. No son ocasión para que la familia se luzca. Es un gran acontecimiento de fe, un gran regalo del Cielo. Por eso lo celebramos y es una fiesta familiar; pero porque tiene un sentido.
Recuerdo perfectamente el día de mi primera confesión y, poco después, el de mi primera comunión. Soy testigo del gran bien que les hace a tantos niños y niñas. Desgraciadamente también he visto a niños muy despistados en ese gran momento de su vida. La culpa es de los mayores, que podemos vaciar de contenido ese gran momento. Nos quedamos en la mera fiesta, así no es de extrañar que ya se celebren primeras comuniones laicas, ateas, totalmente vacías. Meros acontecimientos sociales.
Son los padres los responsables de la educación de sus hijos, a ellos les corresponde transmitirles los grandes valores, las coordenadas para que sean felices, para que sean hombres y mujeres de bien. No basta con traerles al mundo, hay que equiparles para que tengan una vida plena, lograda. El mejor patrimonio que se les puede dejar es la fe: el conocimiento y el amor de Dios. La idea clara de lo que son: imagen y semejanza de Dios.
Me comentaban de un gran personaje actual que ha revolucionado su país, ha influido mucho en la marcha de occidente y que siempre ha actuado desde la fe. En la fe se ha apoyado y de ella ha encontrado ideas clarificadoras. En una entrevista le preguntaron dónde había encontrado una fe tan grande. Su respuesta fue que en su padre. De pequeño veía el prestigio que este tenía en el pueblo, su influencia. Pero también le veía rezar, dar gracias a Dios y pedirle ayuda. Esto le llevó a pensar que, si su padre, que era tan importante para él, acudía a Dios, este debería ser mucho más grande. La fe se transmite por ósmosis, se contagia.
Me hace sufrir la actitud de no pocos padres que se entregan a sus hijos dándoles lo mejor, que durante los años de catequesis los llevan a misa, pero que, una vez hecha la primera comunión, dejan de ir. En broma se podría decir que hacen la primera y última comunión. Esto es bastante incongruente y puede afectar al desapego de los niños a la vida cristiana.
En el evangelio contemplamos la bonita escena de los discípulos de Emaús. Jesús resucitado les dedica toda la tarde del Domingo de Pascua, camina con ellos, les explica las Escrituras; pero solo le reconocen al partir el pan: “Y entró para quedarse con ellos. Y cuando estaban juntos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia”.
Es muy difícil encontrar a Jesús sin vivir de la Eucaristía. No es nada fácil ser un buen cristiano, vivir las virtudes propias de los hijos de Dios, sin el alimento del Pan eucarístico. Sin la fuerza de este Pan, que es el mismo Cristo, desfalleceremos por el camino. Nos quedaremos solos, sin fuerzas. Perderemos el sentido de lo bueno, bello y justo. Será muy difícil permanecer en el amor.
Las primeras comuniones nos comprometen a darles buen ejemplo a los niños, a facilitarles el significado que tiene la Eucaristía. Son una buena ocasión para que actualicemos y revivamos nuestra fe. Aprovechemos esta preciosa ocasión.