La Diócesis de Manchester quiere abrir el proceso de beatificación del joven Pedro Ballester
Acabo de leer una biografía que me ha impresionado. Se trata de la vida de Pedro Ballester Arenas que tiene como título: ¡Nunca he sido más feliz! Lo asombroso de esa afirmación es que es la respuesta a la pregunta que le hace su amigo Tom pocos días antes de morir a los veintiún años. Pedro repitió en muchas ocasiones que los últimos tres años de lucha contra su cáncer habían sido los mejores de su vida.
Pedro era un joven brillante y especial, pero muy normal. Hijo de españoles, nacido en Manchester al igual que sus dos hermanos. De familia profundamente cristiana en la que le enseñaron a tener a Dios muy presente, solían rezar todos los días por la mañana, bendecir la mesa, rezar por la noche. Además, desde pequeño, tenía un trato familiar con Jesús al que le contaba sus cosas.
También solía rezar el rosario. Era deportista y buen estudiante, le encantaba la naturaleza, estar con los amigos, leer. Destacaba por su buen humor y por la capacidad de hacer amigos. Se preocupaba de los demás y procuraba que se lo pasaran bien cediendo a sus propios gustos.
Se daba cuenta de que Jesús le quería de un modo especial, que le había elegido para ser su amigo, que le llenaba de regalos: su familia, su fe, sus amigos, su formación cristiana. Esto le ayudaba a ser agradecido, a ser también generoso con Dios. A los 16 años se planteó su entrega total a Dios. No sabía si Dios le pedía la vocación al matrimonio o al celibato. Le tiraba mucho formar una familia cristiana. Decía: “Sé que tengo esa inclinación natural a formar una familia porque soy un tipo normal y tengo el corazón joven”, pero estaba abierto a lo que Dios quisiera. Acabó solicitando a admisión al Opus Dei como numerario.
Como era un chico brillante y apuesto no pasaba desapercibido. En una ocasión una chica de su grupo de confirmación se fijó en él y le pidió quedar a dar una vuelta. Pedro, para que no se hiciera ilusiones, le dijo: “Le he dado mi vida a Dios”. La chica repuso enseguida: “Ya decía yo que era demasiado bueno para ser cierto”.
Por sus buenas calificaciones podía elegir la universidad que quisiera. Se decantó por estudiar Ingeniería Química en el Imperial College de Londres. Estudiaba mucho, sacaba buenas notas y tenía muchos amigos. Como todo le iba muy bien, comentó que se sentía “demasiado privilegiado” y, por eso, se le ocurrió pedir al Señor una cruz con la que pagar de algún modo todo lo recibido. Poco después le vino su enfermedad.
Dice el Evangelio: “He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo. Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. La fuerza de los santos viene de Dios, es el Espíritu Santo quien con sus dones nos transforma.
Pedro acogió el don de Dios, como nosotros también lo podemos acoger. Llevó la enfermedad con gran entereza y buen humor y supo dar sentido al dolor: al físico, pues su cáncer de huesos en la pelvis fue muy doloroso; y al moral, al ver cómo se iban reduciendo sus fuerzas y sus días. En una ocasión se preguntó: “¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?” y se respondió a sí mismo: “¿Y por qué yo no, que tengo fe y lo puedo ofrecer?”.
Una gran lección que nos da Pedro es la de saber sacar partido al dolor, a las limitaciones, al aparente fracaso. Para ser feliz no hace falta que todo sea color de rosa, fácil y agradable. Basta con tener un corazón enamorado, con apoyarse en Dios y en los demás. No pensar en porqué me ha pasado esto a mí, sino en para qué.
Cuenta el libro que, en cierta ocasión, al entrar en la habitación del hospital, alguien se encontró con Pedro dormido, y a otro joven con cáncer junto a él. Le preguntó si estaba hablando con Pedro y el chico le respondió: “No. Está dormido. Yo vengo a verle porque me da paz estar cerca de él”. Si rezamos, si acudimos a los sacramentos, si nos apoyamos en Dios y en la Virgen, tendremos las fuerzas necesarias para llevar bien las cruces de la vida.
El próximo día 13 se cumplirán los cinco años de la muerte de Pedro. La Diócesis de Manchester quiere abrir su proceso de beatificación. Seguramente será el primer santo inglés de origen español del siglo XXI. Asegura su hermano: “Pedro ya en vida atraía a muchas personas y ahora va a llegar a más gente… Como ha llevado una vida muy santa, están seguros de que está cerca de Dios y van a acudir a él, a rezarle. Dicen: ¡Voy a pedírselo a Pedrito!’”.