La autora de 'Contra la revolución sexual' aboga por la educación y la resurrección del matrimonio para prevenir los abusos. "Hay que dejar de pensar que los chicos y las chicas son iguales, porque no lo son", asegura
Sostiene que el matrimonio ha muerto, que debe resucitar, y que de tanto hablar de igualdad entre hombres y mujeres se nos ha olvidado que somos también distintos. Dice, sobre todo, que ese objetivo de igualdad plena, combinado con la revolución sexual que ha acompañado al feminismo en los últimos años, ha generado un escenario en el que "la mujer se ha entregado a los encuentros casuales pero no es capaz de gestionarlos". Por eso defiende el regreso a ciertas tradiciones, incluso los colegios segregados si el fin es evitar los delitos sexuales entre menores. "Haced caso a vuestras madres", conmina Louise Perry a las mujeres.
Con 28 años escribió Contra la revolución sexual, (La Esfera de los Libros), que ahora se publica en España. "Las feministas de la segunda ola no predijeron el efecto de la pornografía y el sexo se ha vuelto agresivo y carente de amor", afirma. "El discurso de la liberación sexual nos dice que sigamos así; yo te digo que tienes la obligación de parar".
¿Se nos ha ido el sexo de las manos?
Lo que está sucediendo es que las mujeres más jóvenes no entienden la sexualidad masculina. Han asumido que los hombres y las mujeres somos iguales, porque nunca nadie les ha dicho lo contrario. No saben que ellos ven cosas distintas en las parejas casuales y en aquellas que creen que 'merecen la pena'. Ellas buscan parejas estables, para lo que están dispuestas a tener encuentros sexuales y que la relación evolucione, pero los hombres no actúan igual. No podemos negar nuestras diferencias y tampoco esperar que las mujeres jóvenes lo aprendan de forma espontánea.
¿Cómo se lo explicaría usted?
Si un hombre quiere tener sexo contigo, no significa necesariamente que quiera tener una relación contigo. Éste es el tipo de cosas que una madre puede decirte pero que no escucharás en Sexo en Nueva York o leerás en Cosmopolitan. No digo que haya que obedecer a las madres en todo, pero lo cierto es que es alguien que siempre querrá tu máximo bienestar. Pero, claro, las mamás no son glamurosas...
España tiene desde hace poco una ley sobre consentimiento sexual, pero usted dice en su ensayo que éste no es suficiente. ¿Por qué?
Enseñar el consentimiento es positivo, qué duda cabe, pero hay que elaborar un verdadero plan nacional que pueda aplicarse en los colegios en clases de educación sexual. Lo que no debe hacerse es confiar esa aplicación a organizaciones externas. No hay necesidad de ser explícito sino responsable. Normalmente, en los talleres que se hacen en los colegios no se alude a los hombres o cómo disuadirlos de ser atacantes potenciales o sexualmente violentos. Se limitan a decir a las víctimas dónde obtener ayuda, pero eso no es suficiente.
¿Qué hacer?
El consentimiento no sirve para transformar al hombre potencialmente depredador. Y éste es un problema eterno: todas las sociedades han tenido que lidiar con la agresión sexual del hombre y todas han tenido formas de luchar contra él, no como algo que reconoceríamos como moderno y promujer, claro, como controlar radicalmente la libertad femenina, lo que sucede en países como Afganistán o Arabia Saudí... Naturalmente no queremos eso, pero sí que hay cosas que pueden cambiarse. Por ejemplo, la segregación por sexos en los colegios para evitar las agresiones sexuales.
Un absoluto regreso a la tradición. ¿Qué traería de bueno?
Asumamos la realidad: hay delitos sexuales en los colegios a edades muy tempranas, y la intimidación del hombre hacia la mujer persiste. Una intervención simple lo puede reducir. Es anticuado pero es sensato. Lo inteligente es que los más jóvenes no estén nunca sin supervisión en los colegios, al menos, porque aunque los perpetradores sean minoría hay que reducir las posibilidades de que ofenda. Además, en los colegios segregados ellas adquieren mayor confianza en sí mismas. Dejemos de pensar que niños y niñas son iguales porque no lo son.
Dice que vivimos una época de desencanto sexual, que la pornografía ha terminado condicionando nuestras prácticas y que la mujer debe dejar de imitar al hombre y tener constante sexo ocasional.
No estoy diciendo que toda tradición sea buena, pero reconozcamos que seguimos teniendo básicamente el mismo cerebro que nuestros antepasados de la Edad de Piedra. Me interesa la tradición que supera la prueba del tiempo, la que reconoce las diferencias fundamentales entre hombres y mujeres e, históricamente, una manera de manejar esas diferencias ha sido el matrimonio. Pensar que podemos deshacernos de eso es muy arrogante. El problema hoy es que, si desdeñas el matrimonio, los hombres pierden incentivos porque, si pueden tener sexo simplemente siendo guapos, charlando con chicas en un bar, lo tendrán. Los hombres harán lo que tengan que hacer para conseguir sexo, mientras que en una sociedad donde un hombre sólo puede tener sexo si mantiene también un trabajo, una casa, si obedece la ley... entonces ellos lo intentarían. Es una locura tirar por la ventana el matrimonio porque protege a las mujeres y a los niños.
Es una locura tirar por la ventana el matrimonio porque protege a las mujeres y a los niños
¿Si el sexo corre peligro, corre peligro la humanidad?
Si las personas no tienen sexo saludable su sociedad tampoco lo será. Con la anticoncepción moderna, hemos roto el vínculo entre el sexo y la reproducción. Sólo África se salva de esto. Y muy pronto tendremos serios problemas porque las personas ya no forman familias. Soy feminista, me gusta ser libre, trabajar, pero es un problema que cuanto más moderna sea una sociedad más baja sea su tasa de natalidad. Y los que tienen hijos a menudo son subcomunidades que no son modernas, cuya decisión de tenerlos se basa en la religiosidad y tienen roles restrictivos con las mujeres. No pasará mucho tiempo hasta que esos grupos se vuelvan enormemente poblados e influyentes y muchos valores modernos se extinguirán, así que es urgente protegerlos. Hay que combinar una cultura que una los derechos de las mujeres, los derechos de los homosexuales y, a la vez, permitir que las personas tengan familias.
La crítica hacia la pornografía en este siglo está muy presente en su libro y es generalizada entre los expertos en el asunto. ¿Se puede combatir el porno?
Es una industria muy difícil de regular. Mordisquear los bordes no va a servir porque la industria se aprovechará de cada laguna. Es cierto que hay porno vainilla y porno más violento pero, en general, el efecto es tan malo en los consumidores y en los productores que no encuentro forma de que haya un porno ético. Y no se puede experimentar con los jóvenes. El porno de hoy no es como Playboy, es peligroso. Y, sinceramente, creo que los gobiernos han sido demasiado laxos y que se necesitarán leyes mucho más estrictas.
Rebeca Yanke en elmundo.es
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