Sabemos instintivamente que tenemos una vida, que se hace corta y que hay que aprovecharla
Poco se repite el Miércoles de Ceniza, sólo una vez al año, nada más. Lo necesitaríamos una vez al mes. Así que no desaprovechemos el día de marras cuando por fin ha llegado. Escribiré mi artículo ceniciento anual. Son varias las lecciones que el día nos recuerda.
Celebro cómo se llenan las iglesias de fieles que quieren imponerse la ceniza. En un día que no es precepto. Con lo que es fácil deducir que más atraen los ritos que las reglas, sin desmerecer de las reglas, pero poniendo por encima a los ritos. Lo que atrae a los fieles es el sacramental, la lucha contra el pecado, el potente «polvo eres y en polvo te convertirás», la necesidad ancestral de la penitencia, la solemnidad, etc. El pueblo sabe más de lo que se piensan los intelectuales y teólogos de salón y, si va a la iglesia, es para arrimarse a lo sacro. No para aguantar una homilía políticamente correcta o llanamente buenista. Por eso hoy las parroquias doblan sus horarios y no se han visto en otra, salvo el día —que tampoco es precepto— de los fieles difuntos. El espíritu lo recogió en «Exaltación del rito» el poeta Julio Martínez Mesanza: «Quien no comprende la razón del rito,/ quien no comprende majestad y gesto/ nunca conocerá la humana altura,/su vano dios será la contingencia./ Quien las formas degrada y luego entrega/ simulacros neutrales a las gentes,/ para ganarse fama de hombre libre,/ no tiene Dios ni patria ni costumbre».
Encantándonos, no nos quedamos en el rito. Éste siempre es de paso. Tiene su gracia que esta fiesta lo sea recordando tanto a la muerte. «Polvo somos», nos dicen y nos lo echan encima, en la frente, que nos marcan con una cruz; pero volvemos por el pasillo felices. Fíjense ustedes en las caras si van hoy a misa. Cenizas, muerte, ayuno, penitencia, cuaresma, limosna, mortificación… y la gente sonriendo. No a pesar de eso, sino por eso. Razón por la cual nos agua la ceremonia si el predicador se empeña en explicarnos que la abstinencia de carne ya no tiene sentido o que el mejor ayuno es del mal humor (como si eso no fuera para los otros 364 días del año también). Nos gusta la verdad, los símbolos, la tradición, que no nos escondan la necesidad de purificación que tenemos todos y que no mareen con eufemismos y excusas que no pedimos: al pan, pan y al sino, sino.
El recuerdo de la muerte resulta vivificante. Sabemos instintivamente que tenemos una vida, que se hace corta y que hay que aprovecharla. Ayuda mucho, encima, que todo lo reflexionemos en una Santa Misa, donde se conmemora una pasión, una muerte y, sobre todo, una resurrección. Desde la fe completa, la ceniza nos la podemos permitir porque nos la acabaremos sacudiendo en una explosión de luz. Acerca de esta información privilegiada, escribió don Pedro Muñoz Seca su esperanzada y gozosa saeta: «Virgen de la Macarena,/ ponte la cara bonita,/ que ya sabemos to er mundo/ que el Domingo resucita».
Mientras tanto, la conversión. Como se nos pide que nos convirtamos y creamos en el Evangelio a los que ya estamos con fe viva en la misa rezando el «yo pecador» y oyendo el Evangelio del día, la situación lleva escondida su pequeña paradoja. Se exige una conversión… de 360º. La auténtica revolución: como saben los astrónomos y los mecánicos, una revolución, ya de un planeta, ya de un émbolo, es cuando el cuerpo en cuestión da la vuelta completa. Volver al inicio: sólo el conservadurismo integral es revolucionario perfecto. Más allá del juego de palabras, esos 360º son muy serios.
En comunidad, durante el rito, en la iglesia llena a reventar, dan un giro íntimo. Ese solapamiento de lo más interior con lo exterior explica por qué los del pueblo fiel amamos tanto esta celebración tan severa. Nos habla al corazón, a los ojos, a la memoria, a la frente y a los oídos. El alma de cada uno, como el cuento de la Cenicienta, terminará en el baile de gala de la Pascua y, más allá, cuando se ponga el zapato de cristal de la gloria. Por el camino recitamos a Luis Rosales: «¿En qué consiste la plenitud?/ Si llega tarde a la cita,/ la espera forma parte/ de la alegría».