Somos los custodios del ambiente natural con el innato deber de cuidarlo para las futuras generaciones y con la obligación moral de cooperar para la preservación del planeta
Una familia en una casa común
Hoy estamos aquí reunidos juntos, en espíritu de fraternidad humana, para aumentar la conciencia de los desafíos sin precedentes que amenazan a nosotros y a la vita en nuestra magnífica casa común, la Tierra.
Como líderes y estudiosos de varias tradiciones religiosas, nos unimos en espíritu de humildad, responsabilidad, respeto mutuo y diálogo abierto. Dicho diálogo no se limita a un mero intercambio de ideas, sino que se centra en el deseo de caminar juntos, reconociendo nuestra llamada a vivir en armonía con los demás y con la naturaleza.
En la reunión de hoy culminan varios meses de intenso diálogo fraterno entre los líderes religiosos y los científicos, reunidos juntos conscientes de la necesidad de una cada vez más profunda solidaridad ante la pandemia global y la creciente preocupación por nuestra casa común.
Nuestra conciencia: la naturaleza es un don
La naturaleza es un don, pero también una fuerza vital, sin la cual no podemos existir. Nuestros credos y espiritualidades enseñan el deber, individual y colectivo, de cuidar la familia humana y el ambiente en el que vive. No somos dueños sin límites de nuestro planeta y de sus recursos. Somos los custodios del ambiente natural con el innato deber de cuidarlo para las futuras generaciones y con la obligación moral de cooperar para la preservación del planeta.
Somos profundamente interdependientes entre nosotros y con el mundo natural. Esta conexión es la base de la solidaridad interpersonal e intergeneracional y de la superación del egoísmo. El daño del ambiente es el resultado, en parte, de la tendencia predadora de mirar el mundo natural como algo para explotarlo, sin tener en consideración lo mucho que la supervivencia humana depende de la biodiversidad y de la salud de los ecosistemas planetarios y locales. Las muchas crisis que la humanidad está afrontando demuestran los fracasos de dicho enfoque; esos fracasos son, en última instancia, derivados de una crisis de valores éticos y espirituales.
La fe y la ciencia son pilares esenciales de la civilización humana, con valores compartidos y complementarios. Juntos, debemos afrontar las amenazas que afectan nuestra casa común. Las advertencias de la comunidad científica están siendo cada vez más fuertes y claras, así como la necesidad de emprender acciones concretas. Los científicos afirman que el tiempo se está agotando. Las temperaturas globales ya han aumentado hasta el punto de que el planeta es más caliente como nunca lo fue en los últimos 200.000 años. Estamos yendo a un aumento de las temperaturas de más de dos grados respecto a los niveles preindustriales. No es solo un problema físico, sino también un reto moral. La crisis climática nos afecta a todos, pero no nos involucra del mismo modo, porque habrá efectos diferentes y devastadores en las personas de los Países industrializados y de los no industrializados. En concreto, afectará a los más pobres, especialmente a las mujeres y a os niños de los Países más vulnerables, que son los menos responsables de este fenómeno.
La humanidad tiene el poder de pensar y la libertad de elegir. Debemos afrontar estos retos usando el conocimiento de la ciencia y la sabiduría de la religión: saber más y tener más cuidado. Deberíamos buscar soluciones dentro de nosotros, dentro de nuestras comunidades, y con la naturaleza, adoptando un enfoque integral. Debemos pensar a largo plazo por el bien de toda la humanidad, ahora y del futuro.
Necesitamos extirpar las semillas de los conflictos: codicia, indiferencia, ignorancia, miedo, injusticia, inseguridad y violencia. Debemos centrarnos especialmente en los que son marginados. Es necesario actuar juntos para inspirarnos y darnos fuerza uno al otro. Necesitamos vivir en paz entre nosotros y con la naturaleza. Ahora es tiempo de activarnos de manera diferente como respuesta común. Mientras la pandemia del COVID arrasa, el 2021 presenta el desafío vital de transformar esta crisis en una oportunidad de repensar el mundo que queremos para nosotros y para nuestros hijos. El tener cuidado debe estar en el centro de esta conversión, a todos los niveles.
Nuestra llamada: la necesidad de una mayor ambición en la COP26
Necesitamos un contexto de esperanza y de valentía. Pero también necesitamos cambiar la narrativa del desarrollo y adoptar un nuevo tipo de economía: una economía que ponga en el centro la dignidad humana y sea inclusiva; que sea respetuosa a nivel ecológico, que cuide el ambiente y que no lo explote; que no se base en el crecimiento ilimitado ni en deseos desmedidos, sino que sea un apoyo para la vida; que promueva la virtud de la templanza y condene la maldad del exceso; que no sea solo guiada por la tecnología, sino también por la moral y la ética.
Ahora es tiempo para una acción urgente, radical y responsable. Cambiar la situación presente requiere a la comunidad internacional actuar con mayor ambición y equidad, en todos los aspectos de sus políticas y estrategias.
El cambio climático es una grave amenaza. En interés de la justicia y de la equidad, pedimos una acción climática común pero diferenciada a todos los niveles, desde los cambios de comportamiento individuales a los procesos de decisión política de alto nivel.
El mundo está llamado a las cero emisiones netas de carbono lo antes posible, con los Países más ricos que asumen un papel guía en la reducción de sus emisiones y en la financiación de las reducciones de emisiones por parte de las naciones más pobres. Es importante que todos los gobiernos adopten un camino que limite el aumento de la temperatura media global a 1,5°C por encima de los niveles preindustriales. Para lograr esos objetivos del Acuerdo de Paris, la Cumbre COP26 debería dar impulso a la realización de acciones ambiciosas a breve plaza por parte de todas las naciones con responsabilidades diferentes. También es urgente llevar a cabo acciones para los objetivos de medio y largo plaza.
Pidamos a gritos a las naciones que tienen mayor responsabilidad y capacidad: que den un salto adelante en su política climática a nivel nacional; cumplir los compromisos existentes para brindar un apoyo financiero sustancial a los Países vulnerables; acordar nuevos objetivos que les permitan ser resilientes al cambio climático, así como adaptarse y afrontar el cambio climático, y las pérdidas y daños derivados de este fenómeno, que ya son una realidad para muchos países.
Acompañaremos a las naciones en la búsqueda de proteger e invertir recursos a favor de grupos marginados y poblaciones vulnerables dentro de sus fronteras, que durante demasiado tiempo han tenido un peso desproporcionado y han sido los más afectados por la pobreza, la contaminación y la pandemia. Los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades locales deben recibir una atención especial, que los proteja de los intereses económicos depredadores. Han sido los guardianes de la tierra durante milenios. Debemos escucharlos y dejarnos guiar por su sabiduría.
Hacemos un llamamiento a los gobiernos para que eleven sus ambiciones y la cooperación internacional para: facilitar la transición a energías limpias; adoptar prácticas sostenibles del uso de la tierra que incluyan la prevención de la deforestación, la restauración forestal y la conservación de la biodiversidad; transformar los sistemas alimentarios para que sean ambientalmente sostenibles y respetuosos con las culturas locales; erradicar el hambre; así como promover estilos de vida, formas de consumo y producción sostenibles.
También pedimos a los gobiernos que consideren plenamente los efectos que tendrá la transición a una economía de energía limpia en la fuerza laboral. Debe darse prioridad a la creación de empleo digno, especialmente en aquellos sectores que dependen de los combustibles fósiles. Pedimos que se garantice una transición justa, eficaz e inclusiva para el desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero y resiliente al clima. Al mismo tiempo, los instamos a considerar las consecuencias sociales y económicas tanto a corto como a largo plazo, y a adoptar un enfoque equilibrado que combine el cuidado de las generaciones futuras con la garantía de que nadie en nuestra época se verá privado de su pan de cada día.
Pedimos a las instituciones financieras, bancos e inversores que adopten un sistema de financiamiento responsable para inversiones que tengan un impacto positivo en las personas y el planeta.
Pedimos a las organizaciones de la sociedad civil y a cada uno que afrontar estos desafíos con valentía y espíritu de colaboración.
Paralelamente, pedimos a los líderes que participan en la COP26 que se aseguren de que no haya más pérdida de biodiversidad y que todos los ecosistemas terrestres y marinos sean restaurados, protegidos y gestionados de forma sostenible.
Para lograr estos objetivos, nos enfrentamos a un importante desafío educativo. Los gobiernos no pueden manejar un cambio tan ambicioso por sí mismos. Es necesario que toda la sociedad –la familia, las instituciones religiosas, las escuelas y universidades, nuestras empresas y nuestros sistemas financieros– se involucre en un proceso transparente y colaborativo, asegurando que todas las voces sean consideradas y que todas las personas estén representadas en el proceso de decisión, involucrando a los más afectados, especialmente las mujeres, y aquellas comunidades cuyas voces son a menudo ignoradas o subestimadas.
Aquí es donde nosotros, instituciones y líderes religiosos, podemos dar una contribución importante. La humanidad debe repensar sus propias perspectivas y valores, rechazar el consumismo y la cultura generalizada del descarte, y abrazar una cultura del cuidado y de la cooperación.
Sensibilizar la opinión pública será indispensable para el cambio de ruta que hay que emprender.
Nuestro compromiso y nuestra creatividad
Los fieles de las tradiciones religiosas tienen un papel crucial que desempeñar para abordar la crisis de nuestra casa común. Estamos comprometidos a tomarnos mucho más en serio. Los jóvenes piden a las personas mayores que escuchen las indicaciones de la ciencia y que hagan mucho más.
Primero, estamos comprometidos con el avance de la transformación educativa y cultural que es crucial para apoyar todas las demás acciones. Destacamos la importancia de:
– Intensificar nuestros esfuerzos para cambiar los corazones de los componentes de nuestras tradiciones religiosas en la forma de relacionarse con la tierra y con los demás (“conversión ecológica”). Recordaremos a nuestras comunidades que el cuidado de la tierra y de los demás es un principio clave de todas nuestras tradiciones. Al reconocer los signos de la armonía divina presentes en el mundo natural, nos esforzaremos por integrar esa sensibilidad ecológica de una manera más consciente en nuestras prácticas.
– Animar a nuestras instituciones educativas y culturales a priorizar el conocimiento científico relevante en sus programas, fortalecer la educación ecológica integral y ayudar a los estudiantes y sus familias a relacionarse con la naturaleza y los demás con una nueva mirada. Además de la transmisión de nociones y conocimientos técnicos, queremos inculcar esas sólidas virtudes necesarias para apoyar la transformación ecológica.
– Participar activa y apropiadamente en el debate público y político sobre temas ambientales, compartiendo nuestras perspectivas religiosas, morales y espirituales dando voz a los más débiles, a los jóvenes y a los que son ignorados con demasiada frecuencia, como los pueblos indígenas. Destacamos la importancia de situar los debates sobre cuestiones ambientales en un marco de referencia renovado para que –en vez de centrarse únicamente en cuestiones técnicas– incluyan la dimensión moral.
– Involucrar a nuestras congregaciones e instituciones, junto a su vecindario, en la construcción de comunidades sostenibles, resilientes y justas mediante la creación y el desarrollo de recursos para la cooperación local, por ejemplo, en cooperativas de agricultura regenerativa y energía renovable a pequeña escala.
En segundo lugar, enfatizamos la importancia de emprender acciones ambientales de largo alcance dentro de nuestras propias instituciones y comunidades, con la información de la ciencia y la base de la sabiduría religiosa. Al invitar a los gobiernos y organizaciones internacionales a ser ambiciosos, también reconocemos el papel de liderazgo que desempeñamos. Destacamos la importancia de:
– Apoyar acciones para reducir las emisiones de carbono, lograr la neutralidad del carbono, promover la reducción del riesgo de catástrofes, mejorar la eliminación de desechos, ahorrar agua y energía, desarrollar energías renovables, garantizar espacios verdes al aire libre, preservar las áreas costeras, prevenir la deforestación y restaurar los bosques. Muchas de estas acciones requieren la colaboración de las comunidades agrícolas y pesqueras, especialmente las fincas pequeñas y familiares, a las que apoyaremos.
– Trabajar para llevar a cabo proyectos desafiantes para lograr la sostenibilidad total en nuestros edificios, terrenos, vehículos y otras propiedades, participando en el esfuerzo mundial por salvar nuestro planeta.
– Animar a nuestras comunidades a adoptar estilos de vida sencillos y sostenibles en sus hogares, para reducir la huella colectiva de carbono.
– Esforzarse por alinear nuestras inversiones financieras con estándares ecológica y socialmente responsables, asegurando un mayor control y transparencia, ya que la tendencia a alejarse de las inversiones en combustibles fósiles hacia inversiones en energías renovables y agricultura restaurativa se está generalizando. Alentaremos a los sectores público y privado a hacer lo mismo.
– Evaluar todos los productos y servicios que compramos con un mismo enfoque ético, evitando aplicar dos raseros morales distintos al sector empresarial y al resto de la vida social. Por ejemplo, sensibilizaremos a nuestras comunidades religiosas sobre la necesidad de analizar nuestras opciones bancarias, de seguros y de inversión para corregirlas de acuerdo con los valores que aquí afirmamos.
Nuestra esperanza: un tiempo de gracia, una oportunidad que no podemos desperdiciar
Actualmente estamos viviendo una época de oportunidades y verdad. Rezamos para que nuestra familia humana pueda unirse para salvar nuestra casa común antes de que sea demasiado tarde. Las generaciones futuras nunca nos perdonarán si desperdiciamos esta preciosa oportunidad. Hemos heredado un jardín: no debemos dejar un desierto a nuestros hijos.
Los científicos nos han advertido de que podría quedar solo un decenio para restaurar el planeta.
Pedimos a la comunidad internacional, reunida en la COP26, que tome una acción rápida, responsable y compartida para salvaguardar, restaurar y sanar nuestra humanidad herida y la casa confiada a nuestra custodia.
Hacemos una llamada a todos los que viven en este planeta para que se unan a nosotros en este viaje común, sabiendo muy bien que lo que podemos lograr depende no solo de las oportunidades y recursos, sino también de la esperanza, el coraje y la buena voluntad.
En una era marcada por divisiones y enfrentamientos, miremos al futuro con esperanza y unidad. Tratemos de ayudar a la gente del mundo, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras, fomentando una visión profética, una acción creativa, respetuosa y valiente por el bien de la Tierra, nuestra casa común.
Papa Francisco, en vaticannews.va/es/
Traducción Luis Francisco Montoya
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