Tenemos el reto de subirnos al podio del amor. Si hay dificultades, no nos desanimemos
No creo que hayamos sido seleccionados para el Mundial de Qatar, ni sé si haremos un buen papel, lo que sí es cierto es que podemos subir al podio del “mundial” de la vida. Estamos muy acostumbrados a lo extraordinario, al ruido, a las movidas y emociones fuertes. Para la autoestima necesitamos miles de likes y solemos olvidar que lo importante es gustar al marido o a la esposa, que los amigos estén bien con nosotros y caer en la cuenta de que nuestro fan incondicional es Dios.
Coincide la apertura del Mundial con la fiesta de Cristo Rey. Un rey muy peculiar que tiene como trono la cruz y que pasa la mayor parte de su vida trabajando como un artesano. Resulta que el autor del gran espectáculo de la Creación, cuando decide habitar entre nosotros, opta por una vida sencilla, ordinaria, oculta, pero llena de grandeza y nos invita a descubrir lo bonita, llena y apasionante que puede ser.
El trabajo sencillo y callado de un agricultor, de un jardinero, puede alegrar la vida con unas ricas hortalizas llenas de sabor y colorido, con un ramillete de flores frescas que esparcen su aroma en el salón, con un parterre bien cuidado. En realidad, lo que nos hace estar bien es la suma de unas cuantas menudencias; lo que nos hace amables son los detalles.
Hace unos días, un compañero conocedor de Murillo, nos ilustraba con el reflejo que la visión cristiana del maestro deja en sus obras, y, no solo en las de temática religiosa, también en las profanas. Nos hacía ver cómo los niños pobres, los mendigos, aparecían sonrientes y, en muchas ocasiones, rodeados de frutas que insinúan la esperanza. Cuando hay fe y se trabaja bien, hay esperanza, ganas de vivir.
Contó que una mujer japonesa, sin conocimiento del catolicismo, acudió a una exposición de Murillo en su país. Se quedó extasiada frente a la Inmaculada del Escorial y ante esa fuente de belleza, colorido y armonía decidió continuar con su vida −había decidido suicidarse−. Años después acudió al Museo del Prado para contemplar a “Su Salvadora” y, al no encontrar la pintura en su sitio, comenzó a llorar desconsoladamente.
Todo se pudo solucionar, pues resultó que dicho cuadro estaba restaurándose ese momento y el personal del museo tuvo la delicadeza de facilitarle su reencuentro con la Inmaculada del Escorial.
La belleza que está latente en lo bien hecho, en aquello que procede del Creador, tiene la fuerza de transmitir un halo que hace presente al Dios escondido. Nos lleva al Reino de Cristo, que la liturgia señala como: “El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia. El reino de la justicia, el amor y la paz”. Las cosas bien hechas, la naturaleza, la armonía de las personas, emana paz, gusto, vida.
Dios nos invita a encontrarle en lo cotidiano, en lo ordinario, incluso diría que en lo monótono. Decía san Josemaría: “Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes”, el reto es descubrirlo. Para tener una mirada nueva podemos ponernos las “gafas de ver de cerca”, las de la fe, del amor y la esperanza. El amor esponsal, la amistad, no necesita demasiadas emociones, grandes esfuerzos, deslumbrantes regalos, alaracas. Se nutre de pequeños detalles: una mirada, una sonrisa, un gesto de deferencia, un dar las gracias, de silencios, de compartir el día a día.
Ganar una competición no es fácil, esto se da por sabido. Triunfar en el amor, sacar adelante una familia, ir al cielo tampoco lo son. Tenemos el reto de subirnos al podio del amor. Vamos a entrenar. Si hay dificultades, si hay heridas; si, incluso, todo parece perdido, no nos desanimemos y vayamos a por ello ¡Cuántos partidos se han ganado en tiempo del descuento!
Ganar en casa. Hay unos cuantos detalles que nos aseguran la victoria: la buena educación, pedir las cosas por favor, dar las gracias por cualquier detalle, pedir perdón sincero cuando fallamos; transmitir paz: no pasa nada, aunque esté ardiendo la cocina, todo tiene arreglo; pequeños regalos sorpresa: una flor, unas chuches, la canción favorita. También viene bien olvidar: “agua pasada no mueve molino”, no remover el fondo, que nada enturbie el agua.
No debemos olvidar las gafas de ver distinto, son las del amor, las de las fuertes convicciones. Si no somos capaces de ver lo bonito, lo positivo del otro, o de esa circunstancia, es porque necesitan una buena limpieza. No dejar que el desánimo, el pesimismo, la aparente cruda realidad lleven la voz cantante. Salimos al campo a ganar y podemos hacerlo si recordamos quiénes somos.
“María santifica lo más menudo −nos hacía notar san Josemaría−, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor de Dios!”.
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es
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