En las últimas décadas se registra una erosión de la vida cristiana en países de larga tradición, por ejemplo en Centroeuropa. Sin embargo, el autor señala que hay muchos motivos para el optimismo, y ofrece una pauta para seguir adelante
En la homilía de la Misa conclusiva del Congreso Eucarístico en Budapest, el Papa Francisco partió de la pregunta de Jesús a los discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” (Mc 8, 29).
El Papa dijo que esta pregunta puso en dificultad a los discípulos y marca un cambio de rumbo en su camino en pos del Maestro. «Ellos conocían bien a Jesús, ya no eran principiantes. Tenían familiaridad con Él, habían sido testigos de muchos de sus milagros, se maravillaban de su enseñanza, lo seguían adonde quiera que fuese, pero, sin embargo, no pensaban como Él. Faltaba el paso decisivo, eso que va de la admiración a la imitación de Jesús». Y el Papa concluyó: «También hoy el Señor, fijando su mirada sobre cada uno de nosotros, nos interpela personalmente: “Pero Yo ¿quién soy yo de verdad para ti?”».
En los últimos decenios ha ido cambiando, con gran velocidad, la situación en la sociedad y también en la Iglesia. Incluso en países con una larguísima tradición cristiana se ha puesto en marcha un proceso erosivo de la vida de fe que arrastra a muchos, especialmente a las generaciones jóvenes.
Muchos pierden a Dios de la vista, viven como si Dios no existiera. El Papa Benedicto lo ha descrito diciendo que está naciendo una nueva Religión, una religión sin Dios. Explica al mundo sin Dios, y el hombre está tentado a realizar su vida según sus propias ideas, incluso a actuar como si él mismo fuese Dios. Y casi siempre, ya antes, había un distanciamiento de la Iglesia, un oscurecimiento de la fe en Cristo, en la Salvación, en sus sacramentos, en su palabra, en su presencia en el mundo a través de la Iglesia y de sus fieles.
Viendo la situación actual en las parroquias, en las escuelas, en el lugar de trabajo y, muchas veces, en la propia familia, la pregunta que plantea Jesús se vuelve más aguda: “Pero Yo, ¿quién soy de verdad para ti?”. Y el Papa anota que «no es suficiente una respuesta correcta, de catecismo, sino que debe ser una respuesta personal, una respuesta de vida».
La pregunta del Señor se hace sentir en las diversas situaciones (por fuera y por dentro) que en innumerables variantes se nos presentan. Y aunque tantísimas veces hayamos correspondido con un acto de fe y de confianza en el Señor y en su ayuda, será necesario dar de nuevo la respuesta: Sí, creo en Ti, creo que eres el Hijo de Dios hecho hombre, nacido de la Virgen María, y que estás presente, nos buscas, nos esperas, nos salvas; queremos seguirte.
Además, observando bien la situación actual de la Iglesia nos daremos cuenta: aunque sea una situación de verdad apurada y muchas iglesias se vacíen −en algunos países europeos incluso las venden−, en los mismos sitios hay casi siempre algunas iglesias que se van llenando, porque hay fieles que buscan al Señor. Si han descubierto qué es la Santa Misa, están dispuestos a grandes sacrificios para poder participar; y si notan que la confesión les hace bien, que la necesitan, hacen todo lo posible para encontrar un buen sacerdote y quieren confesarse. Tarde o temprano se confirma lo que el Señor dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
Buscando al Señor, se despierta la fe y se abre un camino. Comienza un movimiento entre personas que creen, o están empezando a creer, que los lleva a reunirse en torno al Señor, que dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).
El Papa Francisco ha dispuesto un proceso sinodal para la Iglesia universal, y los dos primeros puntos a examinar son los de “caminar juntos” y de “escuchar”.
Hay muchos motivos para ser optimistas. Muchas veces me acuerdo −precisamente en la situación actual− de cómo san Josemaría, en los años 60 y 70, nos habló con mucha fuerza de que tenemos que aprender a “asaltar” el Sagrario y amar la Santa Misa, para pedir al Señor y unirnos con él. Nos insistió muchísimo en ser valientes, hablando de Dios a todo el mundo, sin falsos miedos y con un corazón grande, abierto para todos. ¡Dios es un Padre que perdona!, nos inculcaba incansablemente. Era una visión profética.
Todo esto nos anima a seguir adelante, muy unidos al Santo Padre y a todos los que están unidos a él. Como al jefe de la Sinagoga, Jesús nos dice: “No temas; basta que tengas fe” (Mc 5, 36).