Se cumplen 20 años del fallecimiento del cardenal Van Thuan. Su proceso de beatificación continúa tras ser declarado venerable y crecer su devoción en todo el mundo.
Pedro Estaún: omnesmag.com
Francois Xavier Nguyen Van Thuan nació el 17 de abril de 1928 en una pequeña ciudad de Vietnam. Era el mayor de 8 hermanos. Los Van Thuan eran católicos desde varias generaciones y vivían en un ambiente de fe inconmovible, por eso no resultó extraño que el joven Nguyen decidiese ingresar en el seminario.
Fue ordenado sacerdote en 1953 y, viendo que tenía cualidades intelectuales, sus superiores le enviaron a Roma para ampliar conocimientos. Finalizados sus estudios volvió a Vietnam, donde fue profesor del seminario y posteriormente rector y vicario general de su diócesis. Su trabajo pastoral fue muy eficaz. En 1967 fue nombrado obispo de Nha Trang.
Un año después, las tropas comunistas ocuparon muchas ciudades de Vietnam del Norte. El 24 de abril de 1975, pocos días antes de que el régimen se hiciera con el poder de todo el país, Pablo VI lo nombró arzobispo coadjutor de Saigón. Tres semanas después fue arrestado y encarcelado. Comenzaba así un larguísimo periodo de cautiverio que duró trece años, sin juicio ni sentencia, nueve de los cuales los pasó incomunicado.
Van Thuan ante la adversidad
Quedó entonces aislado y sin contacto con su pueblo, pero buscó el modo de ponerse en comunicación con ellos. Una mañana le dijo a Quang, un niño de siete años: “Dile a tu madre que me compre blocs viejos de calendarios». Por la noche el niño le trajo los cuadernos, y así «escribí a mi pueblo mi mensaje desde la cautividad”. El obispo devolvía los escritos al niño que se los entregaba a sus hermanos. Éstos se encargaban de copiar y distribuir a los católicos que debían actuar clandestinamente.
De estos breves mensajes nació un libro, «El camino de la esperanza». Lo escribió con rapidez −en mes y medio− pues tenía miedo de no poder terminarlo si lo trasladaban a otro lugar. Del mismo modo fueron saliendo posteriormente nuevos libros.
Misas en la cautividad
Van Thuan, sabía que la fuerza que precisaba para mantener su alma y su estado de ánimo sólo le podía venir del encuentro con el Señor. “Cuando me arrestaron, tuve que marcharme enseguida, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir a los míos, para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes… Les puse: ‘Por favor, enviadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago’. Los fieles comprendieron enseguida. Me enviaron una botellita de vino de misa, con la etiqueta: ´medicina contra el dolor de estómago`, y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad. La policía me preguntó:
¿Le duele el estómago?
Sí.
Aquí tiene una medicina para usted.
Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa (…). La Eucaristía se convirtió para mí y para los demás cristianos en una presencia escondida y alentadora en medio de todas las dificultades”.
Apostolado con los guardias
Luego le vinieron momentos todavía más dramáticos. Fue trasladado a otro lugar en un penoso viaje en barco con otros 1.500 prisioneros famélicos y desesperados. Allí fue nuevamente encarcelado, pero ahora además en una celda de aislamiento. Comenzaba una nueva y larga etapa todavía más penosa que la de los años anteriores. Su insólita actitud de respeto ante los guardias encargados de controlarlo permitió una relación que podríamos calificar como sorprendente.
En un principio, el trato con ellos era inexistente; no le hablaban, respondían sólo “sí” o “no”; era imposible ser amable con ellos. Empezó entonces por sonreírles, intercambiar palabras amables y contarles historias de sus viajes, de cómo viven en otros países: Estados Unidos, Canadá, Japón, Filipinas, Singapur, Francia,…; y les habló de economía, libertad, tecnología, etc., incluso les enseñó lenguas como el francés y el inglés: “¡mis guardianes se convierten en mis alumnos!” Mejoró así las relaciones con ellos y el ambiente de la prisión, y aprovechó entonces para hablarles también de temas religiosos.
Un viaje a Lourdes
El amor a la Virgen lo había recibido de su familia. En su casa rezaban el rosario a diario y vivían muchas devociones marianas. En sus años de seminario vivió también, con profunda unción, muchas prácticas dirigidas a la Madre de Dios. Durante su estancia en Italia viajó a varios países europeos; en agosto de 1957 estuvo en Lourdes y allí sintió una fuerte presencia de la Virgen. Arrodillado ante la cueva, donde una vez hizo lo mismo Bernardette, escuchó en su corazón las palabras que María había dirigido a aquella joven: “No te prometo alegría y consuelo en la tierra, sino más bien adversidades y sufrimiento”.
Comprendió que estas palabras también estaban dirigidas a él. Era una premonición de lo que le vendría después. Durante su largo cautiverio la Virgen María tuvo un papel esencial en su vida y recordando su estancia en la prisión escribió: “¡Hay días en que, al límite del cansancio, de la enfermedad, no puedo ni recitar una oración!” entonces rezaba el Ave María y la repetía muchas veces. La Virgen fue para él su continua compañera durante aquella penosa cautividad.
Van Thuan liberado
La libertad le llegó de improviso el 21 de noviembre de 1988, y supuso un enorme gozo para los cristianos vietnamitas, pero no pudo permanecer mucho tiempo en su tierra. Muy pronto fue exiliado a Occidente. En el Vaticano se valoró enseguida su presencia y fue llamado para participar en diferentes misiones. Fue en estos años, curándose de las penalidades sufridas durante tanto tiempo, pero continuó hasta el final de sus días llevando una vida sobria.
En el 2000 llegó un momento conmovedor en su vida: fue llamado a predicar los ejercicios espirituales de Cuaresma a san Juan Pablo II y a la curia romana. Cuando el Papa le recibió para felicitarle y mantener con él una entrañable conversación, el cardenal Van Thuan respondió: “hace 24 años estaba celebrando misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de mi mano. Nunca hubiera pensado que el Santo Padre me recibiría de esta manera… Qué grande es nuestro Señor, y que grande es su amor”. En el año 2001 el Papa le nombró cardenal de la Iglesia católica. El 16 de septiembre del 2002, tras padecer un cáncer durante años, dio el paso definitivo a la vida eterna.
Cinco años después de su fallecimiento el Papa Benedicto XVI dispuso que se iniciase en Roma el proceso de su beatificación. Sin llegar a sufrir físicamente el martirio, se le puede considerar un verdadero mártir del catolicismo vietnamita y a la vez, un modelo de fidelidad a la Iglesia en situaciones difíciles y comprometidas.
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