Los años en la universidad son un regalo: una época de preparación para la vida profesional, pero también para formarse personalmente, poniendo las bases de unas buenas relaciones afectivas.
Con la madurez intelectual, hay que buscar también la emocional: aprender a reconocer los sentimientos sin tenerles miedo, sin dejar tampoco que gobiernen los propios actos, sino aprendiendo a nombrarlos —a veces confundimos, por ejemplo, tristeza con enfado, cansancio con tristeza...— y dirigiéndolos hacia el bien y la belleza de relaciones verdaderas.
Cultivamos las amistades cuando somos capaces de abrirnos a los demás y compartir ilusiones, miedos, proyectos; cuando no solo somos los amigos incondicionales para las noches de fiesta sino también en los momentos en que el otro tiene un problema; cuando damos lo mejor que tenemos —en forma de tiempo, energía, atención—. Unas actitudes igualmente válidas para vivir el noviazgo y el matrimonio pero que, en estos casos, se ven como cargas en lugar de bienes, por la sospecha con que consideramos los compromisos definitivos.
Tal vez este rechazo tiene su origen en que la noción de matrimonio natural, que incluye el «para siempre» entre sus aspectos esenciales, ha desaparecido de la preferencia social y de las leyes y solo permanece en la propuesta de la Iglesia. Por eso muchas personas consideran que es algo que afecta exclusivamente a los católicos; pero lo que la Iglesia enseña sobre el matrimonio (fidelidad, indisolubilidad y fecundidad) es consecuencia del amor: he descubierto que mi mundo es mejor porque tú existes, elijo estar contigo, todos los días, y este amor nos da vida y saca lo mejor de los dos.
Las estadísticas —en España, la duración media de los matrimonios que se rompen es de poco más de dieciséis años— pueden llevar a creer que el «para siempre» es imposible. Pero se nos olvida que el matrimonio es un tipo especialísimo de amistad y, por lo tanto, se puede construir, como hacemos con otras relaciones. Esa tarea comienza en el noviazgo: un tiempo de conocerse y ver si, además del enamoramiento, se comparten los valores fundamentales sobre los que se quiere edificar la vida. Un noviazgo bueno no termina en boda necesariamente: lo importante es que acabe en la decisión libre y sensata de seguir adelante —casarse— o en ruptura, cuando se ve que no tiene sentido o no se quiere dar el paso siguiente.
Los años universitarios son una ocasión privilegiada para aprender a cultivar relaciones sólidas porque los estudiantes se enfrentan a situaciones que pueden favorecer este crecimiento. Por ejemplo, cumplir los compromisos, como estudiar, entrena en no seguir automáticamente los «Me apetece» sino complementarlos con el «¿Me conviene?». Estos dos aspectos, emoción y razón, son imprescindibles en las relaciones afectivas. Más la voluntad, que se ejercita estudiando con ganas y sin ellas,por la satisfacción de seguir el bien que uno ha elegido.
Establecer unas rutinas ayuda a centrarse y a integrar trabajo, descanso, relaciones... y así resulta más fácil afrontar sin mucho drama los imprevistos (cambios de horarios, temas que entran en el examen a última hora…), porque irrumpen sobre terreno trabajado. Esto supone un entrenamiento para superar las crisis, que no son más que alteraciones de la situación existente y la necesidad de llegar a un nuevo equilibrio incorporando lo que ha surgido como novedad.
Por otra parte, en los encontronazos con compañeros y profesores se aprende a respetar ideas distintas, a llegar a puntos de encuentro compartidos, a saber apreciar a la persona por encima de las diferencias, a discutir y expresar los enfados sin atacar, y a pedir perdón y perdonar. Estas herramientas ayudan a resolver las dificultades y a lograr una mejor comunicación, dos de los aspectos más importantes para el éxito en la pareja.
El matrimonio puede resultar un horizonte algo lejano en primero de carrera, pero siempre es un buen momento para cimentar las bases de una manera de vivir que sitúe a las personas en el centro. Hay que ser valientes para arriesgarse a amar, ya que eso nos hace vulnerables. Pero dejarse impactar por los otros, eso es amor.