«La ira es un veneno que te tomas tú esperando que muera el otro», dice William Shakespeare.
¿Pero y qué pasa si el otro no muere? ¿La ira te mata a ti?
Supongo que esto es a lo que quería llegar el autor. La ira es un desahogo primitivo, es el gorila que se golpea el pecho. En apariencia no sirve más que para asustar, pero el desahogo llega con la descarga. ¿Eso es el veneno?
Hay algo de contradictorio en la frase. Hablar de veneno es hablar de lentitud, de efecto retardado, de tardanza en el morir. También de disimulo. Y sin embargo, la ira es un sentimiento explosivo, un petardo ruidoso difícil de aplacar y de esconder. Cuadra más el rencor en la frase («el rencor es ese veneno que te tomas tú esperando que muera el otro»), porque el rencor sí que es un veneno que te va corroyendo y se te pega a las paredes del estómago, te visita en sueños para imaginar el mal de tu adversario y te hace hablar a solas evocando la frase con la que le darías la estocada final. El rencor es lo que precede y explica la venganza, ese plato que se toma frío y que, aunque contenga veneno, lejos de matarte te mantiene vivo.
Con todo, me dice mi amiga Maitena que hay venenos que tardan menos de dos segundos en actuar. No lo dudo, pero ira y veneno pegan menos que ira y puñalada, o ira y bofetón, o ira y disparo. La sutileza del veneno le falta a la ira. Un hombre airado es un hombre ridículo y la ira parece una reacción que progresará poco por irreflexiva, por impensada, por faltarle inteligencia.
En fin, llegados aquí y puesto que hablamos de una frase que no tiene remedio, porque el autor ya no va a cambiarla, nos tomaremos una copita de buenismo para llegar lo antes posible a la conclusión de que la ira no sirve para nada, que hay que evitarla y que es muy peligrosa. ¿Y se te la encuentras en el otro? En ese caso, no hay cuidado: aunque él crea que pegarte un par de tortas servirá de antídoto, lo más probable es que el veneno actúe rápidamente, haga pum, y desaparezca.