El evangelista es terco en la insistencia de que los ángeles les dan como señal que encontrarían a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre
Las Provincias
No hay honores ni habitación digna, no hay nada sino el hombre, el niño, en un pesebre, porque la criatura humana es valiosa por sí misma, no por el poder, el tener, el modo de vestir o de transportarse...
No es fácil aportar algo nuevo en torno a la Navidad. No lo pretendo. Por la hondura del personaje cuyo nacimiento conmemoramos, la literatura sobre este acontecimiento que cambió la humanidad es abundantísima. No sólo me refiero a escritos religiosos, sino a toda publicación en torno al natalicio de Jesucristo, el Dios hecho hombre, como creemos los cristianos. Son muy numerosos los cuentos de Navidad, muchos para niños, pero también obras de otro tipo con autores tan conocidos como A. Daudet, Dostoievski, Benavente, Azorín, Pardo Bazán, Chejov, Ray Bradburi, por citar unos pocos entre una lista inmensa.
Pero sin menospreciar todo eso, al contrario, es bueno volver a las fuentes, a los evangelios. En particular los cristianos, con el fin de bucear en las raíces de la fe. He titulado una idea para la Navidad porque me acercaré al Evangelio de San Lucas para buscarla transcribiendo unas breves palabras: cuando José y María llegaron a Belén, le llegó a ésta la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento.
Esa carencia total en la que Dios viene al mundo es querida libremente por Él. Nace en un establo y un pesebre es su cuna. Podríamos considerar la pobreza y el desprendimiento cristianos que Jesús muestra en su nacimiento, pero deseo detenerme en algo menos usual. Esa Natividad es una valoración imponente del ser humano. Se ha hecho hombre y sobran adornos. No hay honores ni habitación digna, no hay nada sino el hombre, el niño, en un pesebre, porque la criatura humana es valiosa por sí misma, no por el poder, el tener, el modo de vestir o de transportarse. Por algo dijo el Vaticano II que el hombre es la única criatura a la que Dios ha querido por sí misma.
En la creación del hombre a imagen del Creador y en la recreación que operará Cristo está la mayor valoración de la persona humana. Es digna por sí misma, no por lo que parece, por lo que puede o por lo que tiene. Lo más esencial no requiere que lo otorgue nadie: ninguna ley, ninguna autoridad, ningún financiero, ningún político. Cada persona es valiosa por sí misma también con independencia de raza, nacionalidad, edad, constitución física o lugar en que se encuentre.
Cuento una anécdota que me parece expresión de esta realidad, porque se me antoja inspirada en el advenimiento de Jesús. A mediados de los años sesenta, comenzó en Pamplona un colegio, obra corporativa del Opus Dei, dirigido a los menos dotados de fortuna. Se procuraba formar a los alumnos en la libertad. Un pequeño medio utilizado era el buzón de sugerencias, en las que los estudiantes podían expresar lo que quisieran con la sola condición de que fueran firmadas. Se leían y se respondía a todas, a fin de que fueran educativas, ayudaran a razonar y sirvieran igualmente a los mayores, porque también se aprende de los niños.
Por esas fechas, san Josemaría viajó varias veces a la capital navarra. En una tertulia informal y espontánea que hubo con él aprovechando una de esas estancias, el fundador del Opus Dei hablaba de libertad, tema que vivía apasionadamente. Casi empalmando de volea, un profesor de aquel colegio le espetó: ─mire, Padre, con qué libertad se expresan los chicos de Irabia. Y le pasó un montoncito de esas sugerencias. Las fue leyendo todas con atención, pero notamos bien visiblemente que se detenía en una y preguntaba: ¿hay alguien aquí que mande en Irabia? Al comprobar que sí, dijo: pues ponedles calefacción porque tienen derecho. Efectivamente, no había calefacción. Era un edificio provisional ─unas escuelas abandonadas y adecentadas─ en espera del definitivo. Se ponían estufas de butano al llegar el frío, que es lo que quería indicar el alumno pero para quien no estaba en el ajo, eran unos niños que pasaban frío.
Se puso calefacción con la ayuda de muchas personas generosas, pero mi lección de aquel día fue la razón esgrimida: «porque tienen derecho», con independencia de lo que pagaban ─algo más bien simbólico─ o de cualquier otra consideración. Era la respuesta adecuada a la condición de la persona sin sometimiento a ninguna otra circunstancia. Esa reflexión es la que ofrezco en estas líneas al volver a Belén.
El evangelista es terco en la insistencia, porque cuando narra inmediatamente la adoración de los pastores ─unos "sin techo", al menos por la noche─, los ángeles les dan como señal que encontrarían a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Y vuelve a repetirlo por tercera vez al afirmar que los pastores encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Es la grandeza de lo humano.
Vienen al recuerdo estos versos de san Juan de la Cruz: ¡Oh noche, que guiaste! / ¡Oh noche amable más que el alborada! / ¡Oh noche que juntaste / Amado con amada. / amada en el Amado transformada!