Las reflexiones del Papa en su último libro invitan a profundizar en el relato del nacimiento de Jesús
El relato de San Lucas manifiesta y oculta a la vez que en la gruta de Belén nace en verdad Dios, y constituye una llamada para que los hombres, sobre todo los cristianos, profundicen en la fe recibida sin caer en la superficialidad pasmada
«No hay mal que por bien no venga» reza el dicho popular, recogiendo una sabiduría de siglos.
Se puede aplicar el “mal” al “belén que se ha montado” suponiendo que el Papa Benedicto XVI ha rechazado que el buey y la mula estén junto al pesebre en la cueva de Belén de Judá. En cambio, el bien que ha venido es la necesidad de leer el evangelio de Lucas con ojos atentos que sacuden el polvo de la rutina por oír muchas veces el relato evangélico del nacimiento de Jesús. Porque muchos apenas han leído los cuatro relatos evangélicos que refieren con verdad las palabras y hechos de Jesucristo, «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre», según consta en el relato de Juan.
Meditar el Evangelio
Es el mismo apóstol que ha sido testigo directo de la vida de Jesucristo, al menos durante los tres años decisivos como Mesías esperado y Redentor de todos los hombres. Y escribe: «Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús y que, si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir», concluyendo de este modo su relato inspirado.
Las reflexiones de J. Ratzinger, ahora Benedicto XVI, escritas en el libro La infancia de Jesús, invitan pues a profundizar en el relato del nacimiento de Jesús. Dice que el evangelio no habla de animales junto al pesebre, aunque «la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna». Siguiendo a otros estudiosos, J. Ratzinger, relaciona un texto de Isaías 1,3 «el buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende», y otro del profeta Habacub 3,2 «en medio de dos seres vivientes… serás conocido», con un tercero de Éxodo 25,18-20 diciendo que el Arca de la Alianza estaba acompañada por «dos querubines que indican y esconden a la vez la misteriosa presencia de Dios». Por ello es fácil ver en el pesebre acompañado de dos vivientes ─serían la mula y el buey─ la nueva Arca de la Alianza, que contiene al Dios-con-nosotros, ese Niño divino oculto en su humanidad y arropado por los brazos de la Virgen María más que por los pañales.
Es decir, parece que el relato lucano manifiesta y oculta a la vez que en la gruta de Belén nace en verdad Dios. Constituye una llamada para que los hombres, sobre todo los cristianos, profundicen en la fe recibida sin caer en la superficialidad pasmada.
Un belén napolitano
En la sede actual de Ayuntamiento de Madrid se expone estas semanas de Navidad un valioso belén napolitano con más de seiscientas figuras, que arropa al Niño mostrando también la vida cotidiana de una población del reino de Nápoles en el siglo XVIII: el mercado, los oficios, los juegos, las casas populares, los palacetes, las clases sociales, etc. Todos desfilan para agasajar al Niño Jesús en brazos de la Virgen al abrigo de unas ruinas acogedoras.
Los animales son parte del paisaje del belén napolitano, como no podía ser de otro modo. Y el espectador contempla encantado las muchas ovejas y carneros cerca y lejos de las ruinas; pichones que se le ofrecen al Niño, junto a gallinas y pavos; hay cerditos y lechones; becerros y toritos; búfalos y borricos; perros galgos y podencos; conejitos y tortugas. Y no podía faltar la presencia de camellos con vistosos regalos, caballos de fina estampa, y también borricos serviciales o algún pacífico buey.
Observamos una particularidad intencionada de los artistas escultores: todos esos animales tienen “cara de buenas personas”, miran con ojos alegres, y esbozan una sonrisa casi humana de complacencia porque «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz» (Isaías 9,5). Por tanto, la mula y el buey, acompañados por docenas de animales quieren acompañar al Niño, dando lo mejor de sí mismos y esforzándose por acercarse a la Sagrada Familia estando “limpios de polvo y paja”. Es una idea también válida para los hombres.
En este belén napolitano sorprende además que haya más ángeles que animales, docenas de elegantes enviados de Dios que vienen de lejos y revolotean junto al portal mientras cantan «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». Al final, la piedad popular y la fe bien formada acaban felices junto al Niño Dios nacido en Belén.